Sí, volvamos a la síntesis, sobre la educación:
“No se trata de llenar un cubo, sino de prender un fuego”.
1.
Y seamos, pues, directos y pragmáticos: no es posible prender un fuego en lugar de llenar un cubo si lo que se pide al final, en los exámenes, es que el cubo lleno –el alumno que se sabe los temas– descargue el agua perdida en la medida correcta. Una evaluación cerradísima, de cualquier asignatura – que en lugar de pensamiento pide cierre – exige un cubo lleno de una agua concreta y bien definida y lo que impide, violentamente, es el maravilloso ejercicio de la curiosidad. Aunque esto sea involuntario o inconsciente, es lo que ocurre. Toda curiosidad estará prohibida, dice el examen cerrado, nada más empezar el año, a los alumnos, como un altavoz para que ningún oído se escape; toda curiosidad sobre asuntos paralelos al programa, aunque sean fascinantes, es curiosidad inútil ya que no llena el cubo con el agua cerradísima que va a evaluación. -Este autor y sus ideas son increíbles, sí, pero eso no sale en el examen, me temo, sigamos.
2.
Estamos, por lo tanto, a menudo así: diez mil cabezas diferentes, llenas de exámenes, vertiendo exactamente la misma agua en un pozo sin fondo; pozo que tantos cubos recibe, pero que con ese agua nada hace a no ser contestar con un número que evalúa: 20, 16, 14, 10. Un desperdicio de agua y de cabezas, sin duda.
Me imagino esto: diez mil alumnos de camino a un examen llevando, sí, concretamente, cubos llenos de agua recibida en la misma fuente – y una vez en el lugar del examen, un concreto pozo sin fondo, vaciando los cubos con el agua solicitada.
Se trata de hacer que los alumnos transporten mercadoría de un año hacia otro y los exámenes son esa frontera en el espacio y en el tiempo. Pasas la frontera si traes esa agua exigida, esa agua neutra, sin nombre, agua igual para todos, un agua colectiva.
Evidentemente una información y una cultura comunes son esenciales para la formación de una comunidad. La comunidad se forma en torno a aquello que tiene en común, esto es etimológicamente obvio. Pero también se forma, y aquí es donde gana fuerza extra, gracias a aquello que separa y distingue increíblemente a una persona de otra. Una comunidad de máquinas fotocopiadoras tiene en común que todas son máquinas fotocopiadoras y forman, sin duda, una comunidad – poco festiva y un poco quieta, pero sí, una comunidad. Una comunidad humana es, por supuesto, otro asunto.
3.
No pierdas tiempo con lo fascinante si lo fascinante no se evalúa – esta es una síntesis de la trampa en la que gran parte de la enseñanza y de las distintas asignaturas ha caído.
Fuera del escenario quien no entra en la obra: lo que no sale del examen, si entra en la escuela, lo hace para enredar, dicen el programa y la evaluación y dicen después, a veces, los padres, profesores o los alumnos.
La idea de que sólo se debe aprender lo que es útil es una idea útil pero completamente estúpida.
Si hacemos una lista de cosas inútiles esenciales en una existencia humana tardaremos muchos años.
Se trata, pues, muchas veces en la enseñanza – y sí, una vez más, felizmente hay muchísimas excepciones entre profesores, padres y alumnos – pero, en la generalidad de la enseñanza, se trata de matar la curiosidad a golpes, nada más nacer, con un palo-evaluación pesado y cerrado que no falla; y que golpea, con puntería, el cuello del aún fascinado animal-alumno ternerito. En pocos años, el humano nacido curioso se vuelve humano con los ojos clavados en la evaluación; y, en el primer día de clase, la esencial pregunta del hipnotizado, que mucho golpe recibió en los años anteriores, enseguida es: ¿cómo es la evaluación?
Empezar por el final justo en el inicio: el medio, el camino hasta allí, es insignificante y cualquier desvío es pérdida de tiempo. Así se empiezan a formar las tediosas cabezas utilitarias con las que nos cruzamos cada día. Cabezas que más adelante, adultas, tienen para cada asunto una única frase, una conclusión – y con ella están más que satisfechos. Y defienden, luego, su ignorancia y su incapacidad de pensar como quien defiende el honor de la familia. No lo sé –ni me interesa, pero concluyo– estos son los adultos que salen de la escuela después de muchos golpes en los tiernos pescuezos que un día, hace tiempo, en el inicio, fueron cuellos interesados e interesantes, fascinados y fascinantes.
Traducción de Leonor López de Carrión. Originalmente publicado no Jornal Expresso