¿Estamos ante un nuevo nihilismo? No se trata del nihilismo de los valores, que se produce cuando ya no se confía en las creencias religiosas ni en las creencias e ideas fundamentales que han formado parte de nuestra tradición. Se trata de un nihilismo específico del siglo XXI que sería consecuencia de las patologías o distorsiones que trae consigo la sociedad de la información. Su manifestación es la pérdida de confianza o de fe, en la existencia de la propia verdad. ¿Existe la verdad? “No creo”. ¿Qué es la verdad? “No lo sé”.
Lo que caracteriza la sociedad de este casi primer cuarto del siglo no es la búsqueda de la verdad, de los hechos, sino la explotación de los sentimientos, el abandono del razonamiento lógico, por la apelación a las pasiones, a los bajos instintos, a los prejuicios, a la búsqueda y defensa de identidades múltiples, para dividir y segmentar más a la gente. Para enfrentarnos sobre asuntos accidentales y así eludir u obviar los motivos esenciales de conflicto.
Aparentemente estamos hiper informados pero no podemos saber a ciencia cierta hasta dónde nos informan o nos desinforman. Ante la realidad fáctica, demostrable, se nos incita a pensar en movimientos ocultos, subterráneos, que son los autores reales de lo que ocurre y se nos explica a través de variopintas teorías conspirativas.
Por tanto, la figura del “mentiroso” o del farsante, emerge como el gurú actual, en política, en los medios de comunicación, en los negocios, muy especialmente en las finanzas. El ejemplo de esto último fueron las subprimes, toda esa ingeniería financiera creada para dar créditos a gentes sin posibilidad de pagarlos pero que proporcionaba comisiones, bonos, fortuna inmediatas a los empleados y ejecutivos de bancos y empresas prestamistas. Todo montado sobre intangibles, sobre la nada.
Y eso se puede extender a la política. Hacemos encuestas para saber casi todo de los votantes, clasificados por segmentos de ingresos, de edad, de sexo, de lugares de residencia, de grandes y pequeñas ciudades, zonas rurales y etc. Así el político, con total cinismo elabora sus mensajes con sus spin doctors, para decirle a cada grupo lo que quiere oír. Y hacerlo con la total y absoluta convicción de que no va a cumplir ni sus promesas, ni su programa, ni sus supuestos valores.
Si el político en busca de poder, o sea de altos cargos, tiene que travestirse para alcanzar su meta, no lo dudará, se transformará en “socialdemócrata, ecologista o verde, en liberal anti impuestos, o en populista” anti lo que sea y pro aquello que es menester. Si es lo que le conviene hacer, lo hace y punto. La ética del político se reduce a ganar votos. A alcanzar puestos.Si hay quienes aún creen en sus discursos y rectitud de propósitos, peor para ellos. Muestra de su ingenuidad o estupidez. Como dijo en España un político hoy procesado por corrupto: “Estoy en política para enriquecerme”.
Obvio, el político español citado, nunca diría eso en público, esa “confesión” la hizo ante un circulo estrecho de gente de su confianza y fue grabada y luego difundida. Para mi es la expresión condensada de lo que quieren los políticos, los financieros y parte de los empresarios en lo que vamos del siglo XXI. Los valores de siglos anteriores se han ido abandonando y ahora lo que se busca son ganancias inmediatas. No se trabaja a largo plazo, sino buscando lo inmediato.
J.M. Keynes dijo una vez que “a largo plazo, todos estaremos muertos”. Pues hoy prevalece esa idea y en ese sentido se puede decir la frase de los años 50 hasta inicios de los años 70 del siglo pasado, cuando se decía que “todos somos keynesianos”. ¿Lo somos? En eso si, en actuar para el corto plazo. No, en asumir la teoría de Keynes de un Estado estimulador de la economía, que invierta en grandes obras públicas, que estimule la demanda y con ello la producción, con impuestos progresivos y salarios que tengan en cuenta el aumento de la productividad, etc.
Se puede afirmar que se ha ido perdiendo tanto el “impulso a la verdad”, como “la voluntad de verdad”. Pero el mentiroso no es necesariamente un nihilista. Por ejemplo Trump, no es un clásico mentiroso que tergiversa la verdad, es otra cosa, “es indiferente a la verdad de los hechos”. Sería más bien un bullshitter (un gilipollas), o, un charlatán. Pero como afirma Byung-Chul Han (BCH a continuación) en su último libro, Infocracia (2022), Trump es una especie de representación de la “arbitrariedad subjetiva que suprime la verdad”, un “presidente del corazón que hace poco uso de la mente”, lo que el filósofo coreano considera que es muy negativo para la democracia, porque cuando las emociones y la eclosión de los afectos e impulsos dominan “el discurso político, la propia democracia está en peligro”.
La democracia tiene como presupuesto un discurso de la verdad. Una democracia de verdad debe basarse en dos principios: a) en el derecho de los ciudadanos a expresarse con libertad y, b) en decir la verdad, lo que se estima cierto. Por tanto, los políticos deben preocuparse por la verdad, por el bien común y por usar un “discurso racional, el discurso de la verdad”, esto último, es un acto característico de la democracia.
Una democracia verdadera exige personas que tengan el coraje cívico de decir la verdad aunque moleste a los poderes y a los intereses diversos. Exponer la verdad es peligroso. Y creedme, no es nada rentable. El ejemplo clásico es Sócrates, a quien sólo le interesaba la verdad, no halagar el poder, no buscar su interés propio, sino lo verdadero, lo justo, lo equitativo. Si sólo se escucha la voz de los corderos (los palmeros) o de los asnos, las voces domesticadas, las voces mercantilizadas, las voces orgánicas al servicio de los intereses organizados y articulados para lucrarse o beneficiarse, mantener su status de relativos privilegios, una democracia se extingue, porque va languideciendo..
Por todo ello hay que actualizar, pero reafirmándose, en el dicho de que la verdad es revolucionaria, ya que en la sociedad de la infocracia se nos inunda con información, lo que deja la idea de que la verdad no interesa o que “se desintegra en polvo informativo arrastrado por el viento digital” (BCH). Y, sin embargo, tanto la búsqueda de la verdad como los grandes relatos –tan denostados por el posmodernismo-, son un asidero para evitar caer en un nihilismo y un autoritarismo de nuevo cuño.