“Siguiendo el orden debo decir de la Cátedra del Dr. A. Fiallo Cabral. La Física del profesor llegaba hasta las estrellas, la nebulosa inicial de Laplace, las atmósferas de los planetas, comparables al ser atmósferas adherentes a la materia de esos cuerpos, a las atmósferas de oxígeno y carbónico adherente a los cuerpos de los glóbulos rojos ¡Magnifico! Admiraba la estructura de la caparazón silícea de las Diatomaceas, al microscopio, en inmersión de naftalina, al microscópico Zeus que poseía. Nos hablaba de su teoría biocósmica sobre la Gravitación Universal… De la cristalización de la glicerina, en un barril lleno de producto que trasladaban de Inglaterra al continente. Se extendía a la “fatiga” de los metales como el hierro. Era un orador de voz sonora y elocuente.
El extracto seco a 100º C debía dar no menos de 12 gramos por 100. Restando de 12 gramos del extracto seco los 3 de grasa, quedan 9. Esta cifra constante sirve para evaluar la cantidad de agua agregada en caso de adulteración. La fórmula es de Gerald, del Laboratorio Municipal de París. Recuerdo esto por que es el caso más corriente de adulteración de la leche.
La grasa se determinaba, con cierta facilidad, por el método del ácido sulfúrico concentrado seguido de centrifugación (¡lo hacíamos a mano!) en tubos especiales de Bacock que dan una lectura directa.
Aprendimos prontamente los métodos de preparación para el microscopio. El laboratorio tenía un stativ vla, (antiguo Vérik), modelo francés ¡Era de la marca del que usaba Pasteur! Con lente de inmersión homogénea 1/12-1.30. Las coloraciones simples se hacían con azul de metileno. Para teñir las preparaciones de sangre, usábamos el Romanowski.
También se usaba el Giemsa, que requería la fijación previa con alcohol metílico puro de Merck para obtener la preparación. Tenía este colorante la fama de que teñía la Sp. de la sífilis, según Schaudin, llamada espiroqueta pálida, por el tono que tomaba en la coloración. Con frecuencia vimos el gonococo de Neisser, y también el bacilo del chancro blando de Ducreyi, entonces eran muy frecuentes las enfermedades venéreas.
Un libro Atlas de Guillermin nos ayudaba, con sus bellas planchas al trabajo microscópico. Para los análisis de orina, etcétera, el libro de Tarbouriech, era nuestro consultor en la mesa de análisis. Pero la experiencia del maestro, era la decisiva en todo momento. Amadeo Báez era un técnico experto para la época. Personalmente tenía un trato inigualable, tacto social natural, aunque venía de un ambiente modesto pero honrado: su padre era cartero. Conocí después al resto de su familia.
Me cuesta describir el local del laboratorio. Ocupaba tres habitaciones; la sala principal de trabajo, la cual tenía acceso a la del director de un lado, y de esta a la terraza que servía de desahogo; la otra sala era pequeña, en la cual estaba el material de laboratorio, comprado por el Dr. Luís E. Betances, nuestro ilustre bacteriólogo, quién había marchado para París. No estaba en uso por que se esperaban “mejores tiempos” para poder abrir la sección de bacteriología, prevista en el reglamento del laboratorio. El Dr. Defilló pensaba que quizá se podían conseguir los servicios del Dr. S.B. Gautier, con tal propósito; sin embargo eso no pasaba de ser un pensamiento y buenos deseos.
En la oficina del director, había un mueble que servía de escritorio y librero. Los libros eran pocos pero buenos y útiles, que es lo mismo. En la parte del librero se conservaba el libro de orden de los análisis, donde se inscribían los datos necesarios y además otro libro, donde se copiaban las cartas oficiales al ayuntamiento y a otras oficinas. “ notas del doctor Héctor Read.