Theodor Herzl (1860-1904) fue el autor del libro decisivo para el desarrollo del movimiento sionista, “El estado judío” (1896). En este libro expone los principios básicos del sionismo político y defiende la necesidad de la creación de un Estado para los judíos, de manera que la diáspora tuviera un lugar donde establecerse y dejara de ser un pueblo disperso, errante, sometido a toda clase de abusos, discriminaciones y persecuciones.

Había nacido en Pest en Hungría en el seno de una familia burguesa asimilada. Es decir, que había abandonado la práctica de la religión judía. Ejerció de abogado pero luego se dedicó al periodismo y fue corresponsal en Paris de un diario austríaco. Pudo vivir el ascenso del antisemitismo que se vivió en Francia durante el affaire Dreyfus. Esto le hizo interesarse por las cuestión judía y como consecuencia no conformarse e incluso rechazar el asimilacionismo.

Consideró que había que buscar una solución territorial para los judíos y para ello recabó la ayuda financiera de los banqueros e incluso redactó un llamado a los Rothschild, que eran los banqueros judíos emblemáticos. Sin embargo, su petición no tuvo eco. Esto lo persuadió de que tenía que exponer su proyecto en público.

Con la ayuda del médico y crítico social Max Nordau (1849-1923), redactó su famoso libro.  Nordau había teorizado que el antisemitismo de fines del siglo XIX era consecuencia de la degeneración que se estaba viviendo y que se estaba en peligro de volver a una etapa anti racionalista, anterior a la Ilustración. ¿Curioso no? Trae ecos de la actitud anti modernista e anti ilustración del posmodernismo.

Herzl parte de que el antisemitismo era eterno y que la voluntad de los judíos de sobrevivir como pueblo era también eterna. Para él la manera de conquistar a los judíos para las ideas sionistas era hacerles sentir que la idea de persecución debía contribuir a darles una idea de identidad compartida. Para él,  aunque se pudiera discutir sobre el lugar donde se pudiera establecer un hogar de reunificación de los judíos, la “patria histórica” del pueblo judío no podía ser otra que Palestina.

Deseaba crear un Estado moderno para los judíos, reconocido por el derecho internacional público y que recibiera la garantía de su existencia por las grandes potencias. Su proyecto era el de una sociedad que se configurara de acuerdo al modelo de las sociedades occidentales (europea y norteamericana).

Deseaba un país neutro, laico, dotado de un ejército profesional. La religión sería algo del dominio privado, separando el poder de los rabinos y el del Estado. Los no judíos  tendrían libertad cultural e igualdad de derechos y proponía que existiera un principio de extra territorialidad para los santos lugares cristianos.

Sin embargo, en todo esto ignoraba  a los árabes, como si no existieran en Palestina, como si no fueran la mayoría de su población. Este ignorar esa situación demográfica es el punto más débil de su argumentación. Porque el territorio de Palestina no era una tierra de nadie, sino que había una población  que estaba establecida allí plurisecularmente y, dónde los judíos, eran una minoría.

Herzl no era un demócrata, ya que dudaba de la aptitud de los pueblos para el ejercicio de la democracia y consideraba que ese sistema de organización política llevaba a las sociedades complejas a tener crisis. Así pues,  su opción de organización política, oscilaba entre un sistema de monarquía constitucional, a la inglesa, o, una república “aristocrática”. Pero su aristocracia era republicana, no estaba basada en la sangre sino en una opción por los mejores y más dotados, una aristocracia del mérito y la capacidad.

La noción de estado surge para Herzl de la necesidad  racional y de la lucha del pueblo por su existencia. El pueblo judío al ser un pueblo debe  estar unido, no disperso y constituir un estado con un pueblo, un territorio, unas fronteras, con una soberanía defendida por un ejército.

En 1897 se propone realizar un congreso sionista internacional que se celebró en agosto  en Bâle, Suiza. De ahí surge el llamado Programa de Bàle que establece la construcción de un hogar nacional judío en Palestina e insiste en la idea de unidad del pueblo judío. Herzl es electo como presidente de la Organización Sionista Mundial desde 1897 hasta su muerte en 1904.

En su libro El estado Judío, Herzl hace algunas puntualizaciones que me parecen de interés poner a disposición de los lectores.

Ante la objeción de que no se debía crear otro Estado que aportara nuevas diferencias entre los hombres y que más que erigir nuevas fronteras lo que se debía era hacer desaparecer las existentes, dice lo siguiente:

“Estimo que los que así piensan son  soñadores dignos de ser estimados, pero el viento habrá dispersado para siempre sus huesos, sin dejar trazas de ellos, mientras que  los sentimientos patrióticos florecerán siempre”.

Sobre si los judíos no tendrán enemigos cuando tengan un estado, afirma que:

“Como todas las otras naciones, los judíos tendrán siempre suficientes enemigos. Pero como ellos tendrán su propio territorio, ya no podrán ser dispersados por el resto del mundo. A menos que toda la civilización colapse, la dispersión de los judíos no se podrá repetir nunca más”. (T. Herzl,1970,p.122, L’Etat juif, Editions L’Herne, Francia)

A los que decían que era imposible crear un Estado judío les responde:

“..la fundación del estado se hará esperar todavía numerosos años. Durante ese tiempo, los judíos serán burlados, golpeados, desollados, saqueados y noqueados en mil lugares a la vez”. (Ibid., p. 125)

Palabras que resultaron proféticas,  porque si el abuso plurisecular de los judíos y los progromos – en los países del Este de Europa-, eran ya una mala y bárbara costumbre, lo que hizo el nazismo fue algo inaudito: querer acabar con la totalidad de los judíos que habitaban en Europa. La llamada “solución final”.

Fue precisamente ese genocidio el que convenció, a estadistas de diferentes continentes y concepciones ideológicas, desde Stalin hasta Churchill, para que dieran su aprobación a la constitución del Estado de Israel en 1948.Estando la RD entre los que le dieron su voto favorable en la asamblea de las Naciones Unidas.