La reforma judicial dominicana fue el resultado directo de la crisis poselectoral de 1994. En buena lid, José Francisco Peña Gómez ganó las elecciones. Balaguer hizo lo que sabía hacer de sobra, orquestar un fraude para quedarse con la ñoña. La salida a la crisis obligó al presidente de facto a recortar su período a dos años y modificar el sistema de justicia, entre otras cosas.

Entonces la reforma judicial se concretó en 1997. El presidente Leonel Fernández convocó el Consejo Nacional de la Magistratura para elegir los jueces de las altas cortes. El doctor Jorge Subero Isa fue escogido como presidente de la Suprema Corte de Justicia.

Todos creímos que habíamos logrado un sistema de justicia íntegro, pero la sentencia de la Sun Land enterró la confianza de la sociedad en los avances logrados. El veredicto fue evacuado a imagen y semejanza del expresidente Fernández.

Luego Subero fue sustituido en la SCJ y, al poco tiempo, se desgarró la vestidura y definió el fallo judicial como un crespón negro que “tuvo un carácter político”. Tan político que los jueces fueron marionetas reducidas a los caprichos del León.

La sonada independencia de la justicia dominicana recibió aire fresco con la llegada del PRM al gobierno. El presidente Luis Abinader luce negado a incurrir en la intervención en la justicia. Lo propio hace con el Ministerio Público. A pesar de que la Procuraduría y la Fiscalía son órganos bajo la orientación del ejecutivo.

Es más, la negativa a trazar pautas a la justicia por parte del mandatario es consistente. Sin embargo, Ramón Arístides Madera Arias, ex juez del Tribunal Superior Electoral, tronó para empañar las buenas intenciones del jefe de Estado.

"… El presidente Luis Abinader me cubió, me dejó con el traje hecho…", dijo.

En lo que pestaña un pollo, las declaraciones de Madera Arias coparon los medios de comunicación y las redes sociales. Pero Arias no se quedó ahí, afirmó que si Luis Abinader hoy es presidente de la República se lo debe a él.

La declaración insinúa un acuerdo entre Madera Arias y el entonces candidato del PRM a la Presidencia. El exjuez, según su propia narrativa, cumplió con su parte. Es decir, evacuó una sentencia favorable al candidato Luis Abinader. Se la jugó dando un veredicto contrario al partido de gobierno.

A Luis Abinader le correspondía, al ganar las elecciones, nombrar a Madera Arias como diplomático en la embajada dominicana en los Estados Unidos. Pero Madera no vio visos de cumplimiento de la segunda parte del supuesto acuerdo y cantó como un gallo pelón. En el desespero olvidó el lenguaje de un letrado. Le salió la lengua viperina de un cabaretero cualquiera, con eso de cubiar.

Lo ético y responsable en este caso debió ser denunciar la propuesta indecente, si fue cierto que la hubo, en el mismo momento que le fuera hecha. Callar para sacarla a relucir años después, para pescar en río revuelto, es tan indecente como la propuesta misma.

Es cierto que lo hecho por Madera, sea ético o antiético, deja una mancha en el proceso de independencia de la justicia. Mancha que sólo el tiempo borrará.

Con todo, las declaraciones lucen un chantaje al presidente de la República. Pretenden matar dos pájaros de un sólo tiro. Primero enlodar la bandera de la independencia de la justicia, en especial el Ministerio Público. Y, segundo, cuestionar las intenciones del mandatario de propiciar el avance autónomo del Poder Judicial, como lo manda la Constitución.

El aporte de Madera Arias, con sus lamentables declaraciones, está en confirmar que los jueces eran, en efecto, manipulados por sectores de poder. Y que la revelación deja señas claras de que la manipulación no era exclusiva de los gobernantes de turno, sino que también venía motivada por los mismos jueces.

El presidente Abinader, en una verdadera verónica política, guarda silencio sobre lo dicho por el exjuez. Y hay que felicitarlo porque responder sería darle paso al chantaje de los que siempre están en venta.