Un buen día las autoridades de tránsito “se soñaron con jagua” y, sin informar, a los conductores de vehículos nos impusieron la prohibición del giro a la izquierda en varios puntos cruciales del centro de la capital, entre ellos 27 de Febrero hacia la Máximo Gómez y hacia la Abraham Lincoln, desde el este.
Soy apasionado de la planificación y me turban las improvisaciones instaladas como norma. Hace rato que a mí, como a otros humanos usuarios consuetudinarios de esa ruta, la realidad nos ha dicho que seguir derecho o coger atajos es el camino hacia el infierno, no hacia las instituciones y empresas a donde, se supone, uno debe llegar a tiempo, desestresado y con una sonrisa.
Seguro que la intención de la restricción oficial busca mejorar el insufrible flujo vehicular, pero el caos ha sido peor. Un paso en falso. A leguas se ve… y se siente.
Los únicos, sin embargo, que no lo ven son los funcionarios responsables del ordenamiento del tránsito, quienes -al parecer- desconocen los diferentes niveles de evaluación de los procesos y carecen de la humildad suficiente para reconocer la esterilidad de su creatividad y cambiar de rumbo. La testarudez y los aires de grandeza les impiden comprender el sufrimiento de conductores, la pérdida de tiempo, el alto consumo de combustible, el desgaste de los autos y el incremento de la violencia por acumulación de ira.
Insistir en ello representa un acto de indolencia inaceptable en tanto afecta al colectivo.
En la cotidianidad, si usted se pasa el día martillando infructuosamente una pared con una mandarria a fin de derrumbarla para ampliar el área o construir otra más resistente, y encima de eso corre el riesgo de que un desprendimiento de cemento le aplaste, el sentido común le manda a cambiar la táctica. Si usted se resiste y sigue, no solo desperdiciará tiempo útil y fuerza, sino que estará en alto riesgo de morir o sufrir lesiones.
El Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre (Intrant) y la Dirección General de Seguridad de Tránsito y Tránsito Terrestre (Digesett), que deberían regirse por la planificación, lucen dando palos a ciegas y sin mirar los resultados de sus acciones de bloqueos de pasos en las vías capitalinas.
El caso de la prohibición del giro a la izquierda en la Máximo Gómez, dirección este-sur, es emblemático.
El elevado que comienza a la salida del puente Juan Bosch, en el municipio San Domingo Este, y conecta con el desnivel de la Gómez con 27 de Febrero, en el DN, fue construido supuestamente como expreso para agilizar el tráfico.
No ha sido todo lo esperado. El crecimiento gigantesco del parque vehicular (5,810,888 unidades, 59% en el DN), la irresponsabilidad en la vigilancia y aplicación de la ley a la entrada y salida y la malísima educación de conductores casi inutilizan esa solución vial.
Pero ahora las mismas autoridades le han puesto “la tapa al pomo” con la prohibición del giro hacia la izquierda en la Gómez, prohibición que -según ha dicho el director general de Intrant, Milton Morrison- ha sido provechosa porque obedece a una estrategia a partir de un estudio hecho por una empresa especializada que ha determinado agilización de los flujos y economía de tiempo.
Más allá de las cifras frías, sin embargo, lo humano, lo más importante. El elevado se tapona completo, con proyección a los puentes y derivadores. Es infernal. Un hormigueo de vehículos apiñados, sin posibilidad de escape. Desesperante. El tiempo perdido promedia los 30 minutos, si no se calienta un motor u ocurre en choque. En esa situación el caos es mayúsculo.
Si ese drama es resultado de algún plan, pues ese plan hay que revaluarlo urgente. Igual si es resultado de alguien que, como dicen los cibaeños, “se soñó con jagua” (“ilusiones o expectativas poco realistas”). La solución es rectificar para volver al principio, si sabe que fue mejor.