Estos tiempos de saturación informativa y de desmemoria fácil no han conseguido mermar la admiración que sentimos por el idolazo Julio César Chávez, uno de los boxeadores más recordados y queridos de México. Por eso, un almacén de prestigio (lo que esto signifique) ha puesto a la venta sus calzoncillos, autografiados y originales, por la módica cantidad de 15,399 pesos, esto es, unos 850 dólares. Por si tuviéramos dudas en comprarlos, la tienda adjunta un certificado de autenticidad y los envía sin costo extra a tu domicilio.
Sabemos que el boxeo, además de ser un deporte extremo y emocionante, es un medio rápido –aunque doloroso– para escapar de la pobreza; no sé si esta es la razón por la que México ha tenido tantos campeones mundiales.
Chávez, como dicta esta norma fatal, creció en una familia numerosa, en miembros y en necesidades: era el sexto de nueve hijos y como su padre nomás no podía con el gasto, antes de cumplir los dieciocho, en mayo de 1980, debutó profesionalmente con un triunfo. No fue el único, pues rebasarían los dos dígitos.
Para fortalecer el orgullo nacional, dicho establecimiento también ha puesto a la venta los de Mike Tyson, pero por menos dinero. Por cierto, que el ex campeón de los pesos pesados siempre sostuvo que Chávez fue el mejor púgil de su generación y no podríamos estar más de acuerdo con él; veamos algunos de los números del sinaloense-sonorense: Campeón en tres categorías, Súper Pluma, Liviano y Welter; puños resistentes y letales que soportaron más de 100 peleas (115, para ser precisos) contra 6 de derrotas y la primera de ellas llegó muchos combates (91) y años después (1994) contra Frankie Randall.
No hay que desconfiar, los calzoncillos son originales, pero eso no significa que sean los mismos que usó en sus múltiples excursiones al cuadrilátero, pues aquellos “shorts” estaban manchados, además de sudor y coraje, de publicidad. En cambio, los que se venden ahora sólo tienen el mítico nombre abrazado por los colores verde, blanco y rojo mexicanos.
¿De quién habrá sido la idea, del propio Chávez? ¿Ante la angustia de enfrentarse a la persistente mengua de sus millones, como cualquier campeón de abolengo digno de respeto, pensó en vender sus “trapitos”? ¿Los genios de la mercadotecnia de esa tienda mexicana con nombre de ciudad inglesa, sabían que la fanaticada suspira nostalgia y se dedicaron a explotarla, cuantimás que ahora no hay nadie con el valor del sinaloense?
¿Cuántos habrá disponibles y cuánto dinero le tocará al campeón de los ochocientos y tantos dólares? Me gustaría saber si ya empezaron a despachar los famosos calzoncillos y si el Canelo Álvarez, el actual boxeador de moda, ya se compró los suyos. Pensará, ingenuamente que, al adquirir ese fetiche, también se le transmitirá el vigor kamikaze de su maestro, quien iba de frente al contrincante, confiando en la explosión de sus puños de acero, como decía aquella canción de José Alfredo Jiménez…
Nunca he ido a ver una pelea de box, pero en los noventa cuando las dejaron de pasar en la televisión abierta y se inauguraba eso del Pay Per View o pago por evento, mis amigos y yo pegamos las narices afuera de un bar para tratar de ver a Chávez contra un puertorriqueño hablador, conocido como Héctor el “Macho” Camacho. Aún éramos menores de edad y de bolsillo y obvio, el lugar estaba atestado, así que usamos más la ilusa imaginación que los ojos. El mexicano castigó duramente al rival, aunque éste justificó su mote y como macho, nunca se fue a la lona (si la memoria no me falla, pues no hay nada más traicionero que el recuerdo).
Otro de los momentos memorables del también apodado Guerrero Mexicano fue contra Meldrik Taylor, en marzo de 1990, en Las Vegas. Mi familia y yo estábamos cenando donde unos tíos. El combate había sido duro y parecía que iba a perder el invicto, el ánimo era triste… Chávez sabía que los jueces no le darían la razón y que tendría que ir por el nocaut. Nadie sabe todavía de dónde sacó la fuerza para tremendo cruzado que le apagó la luz del mentón al norteamericano. ¡Faltaban 12 segundos para que el combate concluyera! Alaridos de incredulidad y de júbilo…
¿Si tuviera el dinero y la alegría de gastarlo, también daría un alarido parecido al recibir mi paquete invaluable?