La escena final de la película La peor persona del mundo está acompañada por la melodía de Aguas de marzo. En un principio pensé que dicho título estaba inspirado en la vida del maloso del momento, Vladimiretcétera, pero no es así. Al parecer, porque les aclaro que aún no la he visto, habla de una chica noruega que, como decían las gentes de antes: «no se halla».

Esto es, está hecha un torbellino de dudas: no sabe si le gusta lo que hace en su trabajo o si mejor se busca otro; si le agrada su novio tanto para seguir con él o no; si la ciudad donde vive la convence o… Supongo que hay alguna relación entre la sensación de extravío de la muchacha y la canción del excepcional Antonio Carlos Jobim, que habla del agua que todo lo arrastra a su paso: raíces, vidrios, pedazos de soledad…

Lo que sí sé es que la versión que escogió Joachim Trier, el director, no es la original en portugués, así que no escuchamos: «É o pau, é a pedra, é o fim do camino, é um resto de toco, é um pouco sozinho » sino: «A stick, a stone, it’s the end of the road, it’s the rest of a stump, it’s a little alone», ¿importa mucho este detalle?, ¿las distintas versiones, los otros ritmos, alteran o afean a la canción?, ¿su magia subsiste pese a todo? Habrá quien prefiera la voz de Elis Regina susurrándole historias del agua que cae y la vida que pasa y otros, la de Art Garfunkel; más pausada, sin la cadencia que le ponen los brasileños.

Tom Jobim escribió esos versos porque sabía del final del verano, ese verano pegajoso y contundente de allá de su tierra. Sabía que lo anunciaba la mansa lluvia y que traía consigo una promesa de vida.

Ahora bien, para aquellos que nacimos en el corazón de la aridez mexicana, marzo no trae agua ni nada por el estilo (podría recitar los doce meses del calendario sin saber cuándo es que se aparece la gracia del dios Tláloc) tampoco estamos enfermos de fríos perpetuos, simplemente nos atenemos al proverbio ese de que el sol sale para todos, pero en nuestro terruño sale demasiado y ¿el agua? Esa, no siempre…

Los que viven arriba de la línea ecuatorial y lejos de los trópicos, esperan con ansias la irrupción de la primavera. No es mi caso, aunque desde hace un rato, según el GPS, me sitúo más cerca del Mediterráneo que del Caribe, casi a la altura de los Cárpatos y fuera del alcance de los ecos de la Sierra Madre.

Hace unos días, en vez de que marzo nos obsequiara un calorcito colmado de abejas, flores y demás cursilerías, nos dejó un recuerdo de polvos intensos. Aquel el lunes por la mañana vi algo extraño en los coches de mi calle: estaban ocultos bajo una sutil capa de tierra, como si la víspera se hubieran ido a pasear por caminos encharcados, lodosos, polvorientos, caminos más propios de Coahuila que de la señorial Budapest. ¿Realmente había llovido?, ¿fue agua lo que cayó o un mendigo terregal?

Me olvidé del asunto hasta que alguien me dijo que se trataba del Siroco, un viento rebelde que nace en las entrañas del Sahara y despeina Europa. Yo creía (cándidamente) que las tormentas de arena solo sucedían en las películas de Lawrence de Arabia; pero no, resulta que esos aires africanos son frecuentes y a nadie sorprenden, salvo a los que tienen que limpiar su carro o  barrer con más energía su balcón…

En fin, no importa que el frío ya haya quedado atrás. Aquí tampoco hay agua que baje de las colinas de Rio de Janeiro ni rumores de Bossa Nova. Para acercarme un poco a la música de Jobim iré al cine a ver esa película. Iré sin muchas esperanzas pues esta hablada en noruego (con subtítulos en húngaro). Solo me aferraré al verso de que las aguas de marzo son un misterio profundo… ¿bastará?