Único, vital, festivo, así es Thimo Pimentel.
Médico, fotógrafo, ceramista, cronista, conversador de lujo, fiel a su escarabajo VW, filósofo de la vida cotidiana, con uno de las respuestas más raras en esta época: sí, Thimo siempre tendrá tiempo para sus amigos.
Son muchísimos sus títulos: ganados en la historia, en los estadios, en los pasillos, en plena calle, con esa pinta suya como si acabara de sacudirse el bachillerato y hay que disfrutar ahora.
Es difícil encontrarse con una persona así en el país dominicano, alguien que compendie el genio de la creación, el espíritu aventurero, el encandilamiento de la amistad, la entrega al arte, a la ciudad, a la fiesta de imágenes fulgurantes que él sabrá calibrar como un buen guerrero que regresa de Troya, y que no tenga ninguna mochila pesada por entregarte.
Lo conocí en el 2022, pero toda mi vida ha estado impregnada por sus imágenes. Primero las del abril de 1965, luego las de los estadios en su “Nikon y yo”, aquella sección mítica de la revista Ahora desde mediados de los 60. Y ahora la pasión que despierta su concepto de “Arte furtivo”: la exploración de los espacios urbanos como estarse buscando alguna llave que no aparece para poder entrar a la propia casa.
De verdad que aturde tener a tu héroe bajando algún cóctel y con una pinta de que no ha hecho nada, y tú sin ninguna pregunta genial que hacerle. Solo mirarlo, hacer algún comentario de pasada, y entrar saliendo y entrando a su maravillosa obra visual, o en una cerámica donde ha tenido tiempo de explorar nuestra iconografía taína.
En estos principios míos de la vejez, cuando ya puedo darme el gusto de publicar por primera vez una foto mía, porque no soy culpable de tener un ego y porque a veces hay que celebrarse whitmaniamente, quiero hacerlo al lado de uno de mis héroes más preciados: Thimo Pimentel.
¡Thimo! ¡Te queremos demasiado!