En verdad, aunque sea mínimamente, existen rasgos de similitud entre la práctica de un político parlanchín y un locuaz predicador cristiano. Tal semejanza queda evidenciada cuando el político socava con argumentos falsos a sus propios partidarios, en lugar de orientarlos; y cuando el predicador, en sus sermones, habla más del diablo que de Dios.
El político es, generalmente, una persona con voluntad, aspiraciones y deseos de captar comunidades y pueblos para convencerlos, conseguir su apoyo, a fin de obtener poder para gobernarlos.
El predicador es un ministro cristiano que pronuncia sermones bíblicos-teológicos a una congregación o al pueblo, sobre asuntos religiosos de índole moral y social.
Frecuentemente, se dan casos de políticos, que aun siendo del mismo partido, actúan de manera discordante, contenciosa y atacan negativamente a los dirigentes y otros miembros de su propia organización, con o sin razón. Estos ataques no deben ser expresados de manera pública, sino en el seno del núcleo o en reuniones convocadas por la agrupación política.
Tal como lo hacen los aviesos políticos, que desafían a los dirigentes y a sus propios compañeros de partido; el predicador, consciente o inconsciente, habla más del diablo en sus sermones que de las bondades del Dios Trino, que adoran los miembros de su afiliación religiosa.
El político quejoso, es aquel que busca endilgar cosas y casos que, divulgándolos públicamente, van en detrimento de la causa del dirigente o del partido al que pertenece. Es su deber sostener y tratar de enmendar con buenas intenciones, con solidaridad y con discreción.
El predicador que habla más de demonios y del infierno, que, del perdón de Dios, la fe, la esperanza y el amor, ofrece un desagradable e inverosímil testimonio del ministerio de perdón, la reconciliación, la gracia y misericordia de Dios.