Silbando sus poemas, Silvana pretende fusionarse con todos sus miedos. En dos poemarios: “Pincelabios” y “Alma en Vilo” narra el vuelo dramático para alcanzar la profanación de los miedos.

No soy poeta, tampoco crítico literario. Pero tengo derecho a escribir sobre poesías. Porque, ¿para quién es la lírica o la literatura en general? Es para los que precian degustar la construcción de la palabra y la estética.

La poesía de Silvana evidencia la lucha que libra por ser ella. Se olfatea el rastro de una vida asediada por la persecución de los verdugos de la libertad individual y colectiva.

En Pincelabios, su primer poemario, se asienta en el dolor personal y familiar. En el segundo compendio lírico se confiesa como un Alma en Vilo. En zozobra.

Pincelabios

Revela la soledad profunda, la que desgarra el alma. El epígrafe de Alejandra Pizarnik, la delata: —Yo no sé de pájaros, / no conozco la historia del fuego. / Pero creo que mi soledad debería tener alas—.

Grita bajito y sereno para que se sienta hondo. Poseer un cuerpo es un acto de solidaridad —Poseer un cuerpo / es ayudarlo a morir un poco— Solidaridad con la muerte. Pero —La muerte dibuja una voz / de brazas apagadas.

Desarraiga el dolor con lenguaje directo, cortante y duro. El paso del tiempo es un desahogo para ver sus miedos en el otro. —los ojos de uno son los espejos del otro.

Silvana —con Zygmun Bouman— percibe fenómenos líquidos: un rayo de luz, un tormento, la memoria, el miedo, etc., ¿quién puede determinar si son sólidos, líquidos, o etéreos? Quizá pretende escurrirlos por las rendijas del tiempo.

La memoria es un precipicio líquido.

Figuras que se ahogan / en las aguas de los miedos.

Zygmun Bouman, Polonia 1925 – Reino Unido 2017, sociólogo y filosofo, artífice de la sociedad líquida, el amor líquido, etc.

Frota —espigas de sexo / con soles de agua— no se conforma con convertir el sol en agua, sino que, además, va —imaginando el sabor de dios.

sumergida en susurros, aspira encontrar el secreto del dilema en la relación vida-muerte. —abre una puerta para descifrar la vida / guardando el secreto de la muerte.

Observa —un dios vencido / que oculta la verdad— Un dios igual a los demás.

La mujer y la femineidad es un proceso de identidad doloroso. Todo se seca, todo se deshidrata. Está en un infierno donde —habitan gotas de frio (…) que se —esculpen en gotas de vapor… / sobre el musgo seco.

Reprocha la mujer pasiva, la que esconde sus dolores, la que no se arriesga, la que se niega a ser irreverente. —Cada mujer puede dibujarse así misma / con la tinta de su propia esencia (…) para resurgir / de las pasividades que la disecan.

La define como —un latido / con un temblor podrido / por el pus de la impotencia. (…) se levanta con los fragmentos del grito / esparcidos en las manos.

Tiene —gotas incineradas / en las cercanías de la cobardía— Su —espejo es un pantano / de perdones inmerecidos— concluye: —avanzar en un camino sin retorno, / es un desafío al miedo / y una invitación a la libertad.

El miedo la lleva a advertir un —relámpago paralizado.

Alma en Vilo

Contrario a Pincelabios, Alma en Vilo inicia con Alfonsina Storni. Pero Ana Castañeda —en el prólogo del libro— resalta el tema universal de toda construcción lírica “el amor que duele, el amor que nos hace conocernos y crecer”.

Alma en Vilo puede leerse como la continuidad de Pincelabios, o a la inversa. Como un único poemario. El orden lo establece el lector.

Busca la libertad con dolor profundo. —enhebro la humedad de mis lagrimas / para cruzar la puerta de la libertad— Parece derivarse del desamor, abandonado, pero, nunca olvidado. Silvana prefiere —la nada de la muerte / a la sombra de tus celos

Por la melancolía, producto del dolor evoca prácticas de la niñez, del pasado remoto. Habla, del —botín de bellugas / ganado con las habilidades prohibidas.

Muerta de miedo, se aferra a la —píldora (…) disuelta en la luz que se bebió la noche— pero sigue —oculta en el frasco de los miedos.

¿Estará —cual Quijote— marchando de retorno a su lugar?

Aprender a no amar— según ella, es —otra forma de amar— Así hilvana una metáfora tras otra, las deshoja y las tira al aire en un instante. Toca al lector atraparlas.

Escucho la cigua palmera / y pienso en alquilar un par de alas, / fabricar la lluvia / o congelar el aliento / para quemar el tiempo / y sostenerme de la tarde / con el rojo de la vida / y el azul de los sueños.

El sentimiento profundo de Silvana no se limita al amor perdido, camina leguas hasta donde el abuelo en el fondo del sepulcro. Con todo, sigue viva.  Pero parece que vive en el yeso del pecho del abuelo. Abrazada al dolor. Porque el Abuelo no está en la tierra. La poeta tampoco.

Duele la profundidad de las raíces sin tierra.

Fallecido el abuelo, las lágrimas de la abuela parieron el arcoíris.

Suspira al esfumarse los besos del amado —tu lengua ya no se cuela por las grietas de mi piel— luego se enfrenta —al olor de los miedos.

¿Quién ha aspirado —la frescura de una menta en otra boca? Yo, dice Silvana. Pero el amado vivía —disfrazado de macho— imposible —verlo sin máscara— ella, en cambio, anda disfrazada de —las manchas del desencanto.

Recuperar —la risa para entender mis miedos— vencerlos y confundirse con ellos. Se hizo el miedo mismo.

Se interroga para buscar la libertad: ¿Por qué no puedo gritar lo que pienso? / ¿Por qué me aterra un puño en mi rostro?

Silvana retoma la poesía breve que traspasa lo simbólico. Consciente o no, denota la influencia de Dionicio López Cabral, Santiago de los Caballeros, 1956 – 2006, poeta y gestor cultural. Veamos:

Tantas fisuras de la vida / y no encuentro por donde escapar.

Amarte / es poseer las penumbras del ocaso.

Las estrellas diluvian sexo / en un muro inseminado de sueños.

El más extenso es el primero, once palabras.

En suma, Silvana Almonte está entre treinta y seis poetas incluidos en la Antología Poética Iberoamericana, bajo la dirección de Federico A. Castillo Blanco con el apoyo de la Unión Iberoamericana de Municipalistas.