En cuanto a la falta de extensión de Silvana, nos lo explica el mismo subtítulo que contiene: Silvana o una página de la intervención. Sobre la ocupación militar del país se pudieran escribir muchas obras voluminosas, pues ese calamitoso evento histórico tiene material de sobra para ellas. “Tremendos cintarazos, sobrados hechos, clasificadas semillas lanzadas por la bayoneta yankee, podrían seleccionarse para hacer germinar una múltiple cosecha de tragedias, sobre este infeliz ayer”, escribe Osorio Gómez. (2)
El todo de Silvana gira en torno al concepto de un antes y un después. Lo que era el país antes de la llegada de las tropas de ocupación y lo que terminó siendo después tras la intervención militar. El antes es descrito como todo un idilio; el después, como un desierto, pues las botas del invasor hacen que ni la hierba crezca en la tierra donde pisa. El antes es la vida y la esperanza de un futuro; el después, solo la muerte y la desaparición de cualquier esperanza de un futuro que pueda de algún modo asemejarse a lo que se esperaba.
Es sintomático, entonces, que la ocupación empiece en noviembre, mes de los muertos. “Noviembre agonizaba…”, inicia el Capítulo I. En la comarca de Salcedo llega primero el rumor de lo que está ocurriendo en el país, y luego, aparecen las primeras tropas extranjeras. Noviembre, mes de los muertos, es premonitorio de lo que pronto ocurrirá en la República Dominicana. Con la agonía de noviembre, dice Osorio Gómez, “agonizaba la libertad de todo un pueblo”. Y prosigue con la metáfora: “La naturaleza [,] sintiendo un invierno prematuro, parecía comprender el dolor del sentimiento patrio…”. La naturaleza llora lo que ocurrirá con el pueblo. “De los robles venerables caían las gotas perladas de rocío, y parecían lágrimas que venían a confundirse con las lágrimas del alma dominicana…”. (3)
A continuación, el autor aborda la causa de estas “lágrimas”. “La bestia rubia”, escribe, “relinchaba en la llanura; y sus cascos malditos pisoteaban la huella santa y memorable de los libertadores. Los libertadores son los que se oponen a la intervención y luchan cuerpo a cuerpo contra los yanquis. Estos hombres son libertadores para los patriotas dominicanos; sin embargo, serán los “gavilanes”, los bandidos, para los invasores y también para los traidores de la patria.
“La bala imperialista taladraba los muros de los templos y profanaban los altares de la patria en donde pendían los manes sublimes de la redención”, nos dice Osorio Gómez. La referencia es a los luchadores de las guerras de independencia. Además, hace referencia al elemento religioso: el catolicismo de los dominicanos. Los norteamericanos no solo vienen a anular las gestas heroicas de la independencia dominicana de Haití, sino que, como protestantes, vienen a imponer una cultura diferente a la tradicional dominicana que se identifica con la Iglesia católica. La idea que el autor quiere destacar es que los yanquis traen consigo una cultura que contradice tanto el origen de la nación dominicana, como sus mismas raíces culturales, las cuales se encuentran en sus legados hispánico y africano.
La ocupación militar es completa, pues empieza desde la frontera con Haití y llega hasta la misma capital. “El chasquido de la bayoneta anglosajona hacía estremecer de pavor este desventurado país”, escribe Osorio Gómez, “desde la barrera Dominico haitiana hasta las rocas estupendas de Cabo Engaño…”. En estas circunstancias, el Cibao se convierte en “un granero yankee” y los dominicanos, como pueblo, son “presa codiciada entre las garras del águila falaz”.
Esto quiere decir que, a causa de sus recursos, para los invasores la República Dominicana será mero objeto de explotación, pues, como muy bien se sabe, el Cibao es la región más rica y productiva del país. Es interesante la última observación que hace Osorio Gómez sobre los Estados Unidos como nación, la relativa al “águila falaz”, ya que contiene tanto la idea de la admiración latinoamericana por ese país, como la certeza de que los ideales que esgrime para sus aventuras imperiales no son nada sinceros. La nación norteamericana, la misma que, como un águila, había alzado su vuelo en el cielo límpido de la libertad y la democracia, revela ahora su hipocresía al contradecir esos ideales como excusa para su expansionismo imperial en América Latina y el Caribe. El “águila” yanqui no es más que un águila “falaz”, imperialista.
Consumada la tragedia de la intervención militar, el “débil” pueblo dominicano queda “a la merced de una Nación poderosa”. Y comienza así, entonces, “el doloroso vía crucis de los dominicanos”.
Sin embargo, de ese vía crucis, se levanta la resistencia a la ocupación. “[. . .] Una vez impuesta la intervención militar de la marina yankee”, escribe Osorio Gómez, “se impuso la cruzada del patriotismo, y las tumbas se preparaban para recibir a los héroes del martirologio”.
El autor empieza la descripción de la crueldad de los invasores para con el pueblo dominicano y, en especial, para con los salcedenses. “Salcedo, nuestra tacita de oro, así como sus contornos”, nos dice, “quedaban por fatalidad bajo la férula de un militar exótico, que era el Capitán Buckalow, digno descendiente de los Capitanes de la Inquisición”. O sea, las atrocidades de los norteamericanos no tienen nada que envidiar a las de los españoles cuando la colonia.
El mismo Osorio Gómez, a la sazón un joven de 18 años, fue testigo ocular de ese “teatro de sangre [y] de muerte” en que los invasores habían convertido a la comarca de Salcedo y, por extensión, al país entero. “Cómo se estremece mi corazón de dominicano”, dice, “cuando recuerdo allá en mis 18 años de arrebatadora adolescencia ver cómo un réptil que se arrastra por nuestras tristes y empolvadas calles a ese engreído déspota militar, eterno baldón de un pueblo civilizado”. De civilizado, Buckalow no tiene nada, pues, en poco tiempo hará un cementerio de la sección de Ojo de Agua de Salcedo.