Silvana o una página de la intervención (SD: Imprenta Amiga del Hogar, 1977) es una brevísima novela, muy poco conocida, publicada por Juan A. Osorio Gómez en 1929, esto es, a los cinco años de los norteamericanos desocupar el país. Tras un largo periodo de olvido, en 1977 se publicó una segunda edición con un prólogo escrito por el obispo Hugo Eduardo Polanco Brito. El religioso pertenecía a un Comité, junto a Efigenia Rodríguez y Nicolás Camilo, que se encargaba de rastrear y publicar obras de escritores del pueblo de Salcedo para, de esa forma, dar a conocer los aportes de esa provincia a la cultura nacional. Lo cual trae a la mente la petición que una vez hiciera Julio Ortega Frier, a la sazón, secretario de Estado de Educación, en el sentido de que escritores de cada pueblo y región escribieran sobre sus costumbres con tal de que no se perdieran una vez terminada la intervención de los Estados Unidos en territorio dominicano. Mons. Polanco Brito, en su prólogo, menciona dos obras más de Osorio Gómez, De mi vía crucis e Historia de mi martirio. A través de los títulos, podemos identificar que se trata de obras autobiográficas, a diferencia de Silvana, que pertenece al género de ficción.
Esto no quiere decir que Silvana no contenga elementos autobiográficos. Conforme al autor, él tenía 18 años cuando se dieron los sucesos que narra en la novela. Las personas que menciona en el texto son personas que vivieron en la vida real. Sus historias aparecen como el trasfondo de la historia del personaje principal, esto es, el de Silvana. Lo cual significa que, como sucede con los títulos de las otras obras que el obispo menciona, Osorio Gómez vivió en carne propia los eventos de la ocupación militar estadounidense en este país.
Esto nos lleva a definir el tipo de literatura a la cual pertenece Silvana. Es, naturalmente, la literatura testimonial. En otras palabras, en su obra Osorio Gómez ofrece un testimonio de lo que ocurrió durante, o por lo menos al inicio, de la ocupación militar.
Las obras de carácter testimonial en general no se destacan por ser obras de gran valor literario. No pueden serlo por la simple razón de que lo que les preocupa a sus autores, lo que predomina en sus intenciones al escribirlas, es esencialmente el testimonio como tal. Es decir, que en ellas el evento histórico casi siempre toma la delantera en cualquier preocupación estética. Esos eventos, a menudo, son trágicos. Describen el dolor y la miseria que se experimentan, sea por parte de los mismos autores, o por parte de las personas que representan los personajes en el texto.
Se reproduce de esta manera el eterno dilema entre la forma y el contenido, dando prioridad a la forma, como se sabe, un dualismo estético. No porque el autor lo quiera, sino porque, en una situación vivida sobre la cual se está testimoniando, los sentimientos inmediatos, que conforman el contenido, terminan siendo más poderosos que cualquier preocupación que un autor pueda tener por semejante estructura externa de su obra, que sería el mero involucramiento estético de esos sentimientos. Los sentimientos se sufren; no así la forma, que es una simple manera de expresarlos y comunicarlos a los demás.
Osorio Gómez, naturalmente, está consciente de pareja dicotomía. Y es por esa razón que, en la dedicatoria, al referirse a su novela, la describe como su “humildísima Silvana”. (Osorio Gómez, 1) De nuevo, para él, cuenta el contenido de la obra; no cuenta la forma. Su propósito predominante no es escribir un texto hermoso (lo dulce, en la estética horaciana), sino dar a conocer lo que ocurrió, obviamente, para denunciarlo (lo utile, siempre desde la óptica de esa estética). Resulta que el evento histórico vivido por él y por los salcedenses en aquel entonces todavía está muy fresco para crear una obra que se inspirara en la “objetivación” de ese acontecimiento. Lo que se sufre en carne viva necesita de cierta distancia de tiempo para que pueda verse como algo que ya pasó y que ahora puede tranquilamente ser tratado como mero material literario. Que es cuanto sucede a las más recientes novelas que se han escrito sobre el periodo de la primera intervención norteamericana en la República Dominicana, como lo hemos tratado en detalles en otro lugar.
Si observamos detenidamente el texto de Silvana, el novelista no era un improvisado en asuntos de literatura. Se nota una formación clásica en él. Por consiguiente, la obra que escribe lo hace de ese modo no porque no supiera escribir textos de carácter literario, sino porque para él era imprescindible expresar los sentimientos que llevaba dentro y que compartía con la misma gente de Salcedo, no fuera que se diluyeran y se falsificaran de alguna manera ofreciéndolos sobre el altar de una dudosa preocupación meramente literaria.
En palabras llanas, con esta brevísima novela, Osorio Gómez quiso testimoniar lo que la ocupación militar norteamericana en el país, y en Salcedo en específico, había representado en términos de crueldad, de abuso, de sangre y de miseria. Con la ocupación militar, todo un mundo que él veía y describe como idílico, colapsó. Colapsó porque a las atilanas hordas invasoras, dignas representantes del Becerro de Oro venerado en el país del norte, les dio con destruirlo a sangre y fuego. La patria dominicana, ideal de pureza, es mancillada por la violencia de los invasores. A través de la ocupación militar norteamericana, esa patria que, después de sus luchas de independencia, en su tranquilidad idílica, nada más soñaba con tener un futuro promisorio, perdió su rumbo para siempre.
Silvana, el personaje principal, simboliza la patria dominicana. No en vano, pues, ella enloquece a raíz de las torturas de su padre, como resultado de las de su esposo Pedro, y a raíz de otros tantos orgullosos luchadores en pos de su libertad. Donde Silvana, el personaje femenino, es el símbolo de la patria, los otros personajes, todos masculinos, son el símbolo del pueblo dominicano que se opone a la invasión y se levanta contra ella. Como escribe Mons. Polanco Brito en el prólogo: “Silvana es la historia de una joven campesina que carga con el dolor de ver a su progenitor perseguido a muerte por las botas que ocupan la patria; pero puede ser la historia de cualquiera de los dominicanos que sufrieron en su propia carne el látigo o el fuego de la intervención americana”.
Silvana consta de tan solo 13 páginas. A través de ellas, Osorio Gómez no pretende escribir una obra literaria, sino, nuevamente, testimoniar lo que él vio y experimentó en la intervención. Es por esta razón que la escueta nota que el autor le pone se titula “Sinceridad”. Es decir, no se trata de elaborar nada; más bien, es cuestión de decir lo que ocurrió y denunciarlo. “Con prólogo o sin él”, escribe, “Silvana no será más de lo que es”. (2) Hay personas, sigue diciendo, que le han propuesto escribirle el prólogo, pero él se ha rehusado a hacerlo. No por modestia, sino por estar consciente de lo poco que su obrita representa en términos literarios. E inmediatamente entra en materia sobre lo que es Silvana, sobre si es o no es una obra literaria verdadera. “Silvana es tan sólo un agónico minuto de esas largas y negras horas de ignominiosa noche de Intervención Americana”, explica. Se trata, en otras palabras, de un testimonio acerca de ese triste evento histórico en que las “bayonetas yankee” provocaron “tragedias” en ese “infeliz ayer”.
Y Osorio Gómez entra también directamente en la discusión sobre lo que es la forma y el contenido, cuando, siempre en la nota de autor, escribe: “Yo mismo diré de Silvana, en cuanto a la forma, está carente de todo. En cuanto a su fondo, está compuesta de verdades, es lo único que tiene a su favor el yo al escribirla…”. (3) Y en ese mismo orden, prosigue: “Ella es como esas niñas pobres de los campos, que en vez de lucir en sus piernecitas galanas medias, luce[n] una docena de ‘ñáñaras’, pero, de su semblante brota una ingenua, humilde y dulce sonrisa blanca. Es decir, Silvana no será una obra literaria como se le conoce; sin embargo, en su contenido, es la inocencia o verdad personificada (“una ingenua, humilde y dulce sonrisa blanca”). Lo cual es, como es obvio, lo que al final cuenta en cualquier obra testimonial.