En el parlamento europeo una ejecutiva de la Pfizer respondió que la vacuna contra la COVID-19 no fue probada con respecto a si podía o no evitar el contagio. Esta calidad, que se sobreentiende en todo lo que se etiqueta de esa forma, fue precisamente lo que llevó a campañas de vacunación obligatorias, en los países de gobernantes autoritarios que la impulsaron con un sí o sí, o las cuasi obligatorias de los que la indujeron vía la eliminación o restricción de derechos a la libertad de tránsito, asociación y acceso a establecimientos para el sostenimiento de la vida, como lugares de trabajo o expendio de alimentos y bebidas.

A la espera de una vacuna que eliminara la posibilidad de contagio fue que gobiernos de todo el mundo decidieron detener los flujos de bienes, servicios y personas de los que dependen el sostenimiento de los habitantes de la tierra. En una entrevista en Acento.TV a principios de mayo del 2020, cuando todavía seguía subiendo de forma exponencial la histeria por un virus con una letalidad menor que uno que requería hacer comparaciones por países en puntos básicos, expliqué que estábamos creando un meteorito como el que se alega terminó con los dinosaurios. Nuestra existencia depende de una red infinita de transacciones que conectan a todo el planeta de una forma que nadie ha descrito mejor que Leonard Read en “Yo, el lápiz”.  Detener todo eso por una orden de una agencia internacional equivalía a un suicidio, crear el meteorito que nos devuelva, con suerte, a las cavernas.

En este medio fui de las voces que se levantaron contra los estados de sitio, los abusos con los toques de queda y las intenciones de aprovechar la pandemia para impulsar controles de precios generalizados, la producción o importación monopólica por el gobierno de todo lo considerado esencial para combatir la pandemia y una orgía de expropiaciones de mascarillas, batas, guantes, alcohol y hasta de habitaciones de moteles para servicios hospitalarios.

Todo lo empezó el gobierno de Danilo Medina, un presidente que con vehemencia se quejó de que el virus llegara sin un gobierno global coordinado para, cual maestro conductor de una sinfonía mundial, trazar pautas a todos los países. Desde el inicio eso no fue posible porque siempre ha existido la resistencia al poder omnímodo y Suecia fue la primera piedra en el zapato. Pero las evidencias en contra del famoso encierro de dos semanas para “tumbar la curva de contagio” empezaron a sembrar las dudas y, por supuesto, se tuvo que ir escribiendo la farsa sobre la marcha. Como la canción del Barquito “pasaron una dos tres cuatro cinco seis siete semanas y los víveres empezaron a escasear” en países donde se impusieron restricciones más severas y que, ¡vaya sorpresa!, en un gráfico comparando muertes y contagios con pares que tenían políticas más flexibles no se podían ubicar como los mejores (con su curva casi tocando el eje horizontal).

Estaba claro que con Gonzalo-Medina y Leonel Fernández las políticas serían “¡Sí, Señor!”. Críticas a las políticas de estado de sitio las hizo el PRM antes y después de las elecciones, pero en el poder se montaron en el tren de estados de emergencia, confiar en la ciencia, esperar la vacuna y mitigar los daños del meteorito con ayudas por pérdidas de ingreso, alivios pagos deuda bancaria y otros.  Todo arrancó bien, pero se fue erosionando poco a poco el apoyo a las medidas draconianas porque, como enseña la historia, nunca son de aplicación general.

En un mismo día se veía un video de policías listos para hacer una barricada en una playa de Azua para recolectar un peaje desde que el reloj indicara el inicio del toque de queda y otro con el disfrute al estilo “¡Aquí no pasa nada!” de ricos y celebridades en salón de club social, hotel de lujo o mansión. En las redes se comparaba la persecución de dos policías en motor a un agricultor que regresaba a caballo a su casa con el de una patrulla mixta conversando con la Rubia del Toque de Queda y entiendo la inspiración de Fabio Fiallo cuando escribió Gólgota Rosa.

Pero lo más doloroso era ver los rostros felices de trabajadores y empresarios disfrutando el privilegio de ser parte de los establecimientos autorizados a operar respetando un protocolo sanitario junto a los testimonios de quiebra y pérdida de sustento por quienes también tenían capacidad y competencias para operar en un ambiente de salubridad que evitara contagios.

El rechazo a las medidas para enfrentar la pandemia crecía y la variable para medir el descontento fue la contentura observada en la mayor frecuencia de casos y participantes en los llamados “teteos”, la palabra acuñada para referirse a los encuentros de los jóvenes de los barrios a quienes se culpaba de que la “curva no bajara, que no cedieran los contagios”; esos que llevaron a una famosa productora de contenido noticioso a perder la compostura con “¡el teteeeooooo me tiene jaaartaaaa!”.

Llegó el tiempo de la vacuna, que debemos suponer se compraron en un contrato que debe ser inválido por dolo si por algún lado menciona que las vacunas eran una garantía de no contagio, y llega otro reperpero más para dividir a la población. Estuvimos entre los países que la indujeron vía la restricción de derechos, no la declararon obligatoria, pero la exigencia de tarjeta de vacunados para llevar una vida normal dejó a muchos sin otra opción. El gobierno se esforzó en las dos primeras dosis, pero comenzaron las famosas variantes, información de que la efectividad para evitar contagio se perdía con el tiempo, que serían necesario los refuerzos, que había que vacunar a los niños y otras exigencias más de un libreto que parece terminó de hartar a las autoridades.

Al gobierno hay que darle crédito por decir con anticipación a muchos un “¡Hasta aquí, No Más!”. Creo que esto es lo que le queda como activo para recomponerse ahora que entre cometer perjurio y decir la verdad la ejecutiva de Pfizer, con una breve risita nerviosa, explicó que las vacunas no se probaron para ver si impedían o no el contagio, que “tuvieron que mover la ciencia a la velocidad del mercado”. En resumen, se burlaron de los gobiernos que les compraron las vacunas y forzaron a la población a inyectarse.

Esto devalúa a cero toda posibilidad de dividendo electoral a eso de que “fuimos de los países que mejor cumplió con los protocolos de la OMS”, para los gobernantes estafados por la multinacional farmacéutica.  Ahora hay que iniciar la carrera por rescatar el respeto, admiración y apoyo de los votantes mostrando coraje en exigir explicaciones y demandar reparaciones.