“Ya lo dijo el Santo Padre: ´Sólo Veracruz es bello”. Y ¡Como Veracruz no hay dos! ´”.

Así, como en modo autoayuda, se proclaman ellos mismos, los veracruzanos allá en México. Esto, pese a figurar entre los estados más vulnerables, con más de la mitad de su población en condiciones de pobreza.

Pero acá, en mi patio patrio, eso de que aquí andamos bien de bien a nadie debería despertarle dudas, pues ya lo dijo el señor gobernador, lo reiteró el señor presidente y, más aún, lo ha consagrado el supremo Directorio Ejecutivo del FMI en el informe de conclusiones de la Consulta del Artículo IV – República Dominicana 2024, el pasado septiembre 10.

“Este país va por el camino correcto”, informó el señor gobernador, y a la prueba nos remite. En enero-septiembre, la economía marcó un crecimiento de 5.1%, resaltando que esto se da en un contexto de creciente convulsión, inestabilidad e incertidumbre a nivel global y regional. Y por demás, con resultados de inflación en la senda deseada, y un nivel de desempleo colocado en el umbral de zona de “pleno empleo”.

Y en La Semanal de la siguiente vez, desde el Palacio Nacional, fue reiterada la buena nueva: es que, por ventura, “tenemos un país que es un relato de éxitos”, visto el dato previo del señor gobernador. Habló el Señor en serio, como siempre debe ser, procurando inyección de optimismo a todos y a todas. Al país. Así es que debe ser.

Y bueno, a sus nombres: ¡Gracias, Padre! ¡Aleluya!

Sin embargo, ¿Vamos bien?

Hay una mayoría bien calificada, de a pie en tierra, que se pregunta: ¿de verdad el país anda tan bien? Si es así, ¿acaso es “sólo para ellos”, y una minoría más? Pudiera ser. Parecería ser. Pues al menos, para el barbero que me recorta y para la generalidad de clientes que procesa, según él, no.

La cuestión conecta con el rechazo avasallante y generalizado que obligó al más alto poder del Ejecutivo a ordenar el retiro de la propuesta de reforma fiscal. Una iniciativa que, si bien se quedaba corta con relación al boquete del déficit, de “integral”, de “modernización” y de sentido social y político lucía poca cosa. Era, como esencial y generalmente han sido todas, un proyecto de reforma recaudatoria que tuvo por virtud despertar la sensación de que daría en la madre por donde quiera. Cundió el pánico social.

Afortunada o desafortunadamente para todos, el mismo gobierno incluido, fue mejor la reculada. Pues de pobladas y cosas por el estilo bien se tiene un buen aprendizaje por acá. Nueva vez, el proyecto se volvió inviable, y el problema es que “a las tres son las vencidas”.

Es imperiosa la reforma

Planea en el ambiente una cuestión. Si es verdad que andamos tan bien de bien, ¿será que es necesaria una reforma fiscal? “Díganme a ver”, inquirió una compañera en un chat temático. Aquí va una opinión.

En primer término, es preciso establecer que la reforma fiscal no es un capricho del gobierno. Es una necesidad imperiosa, radicada en la brecha gasto-ingreso sostenida a lo largo de los años en la gestión financiera del país.

Cualquier economista seco, sacudío y medío por buen cajón le va a contestar que sí, es necesaria una reforma fiscal. Argumentará que hace rato el país la requiere y de a de veras, justificándola con datos de simple inspección de contabilidad financiera. Vamos a ver.

Supóngase el caso de usted mismo o misma, o de una familia, o una empresa o un país cualquiera. Si, sin mancar, su gasto en cada período (año, mes) es alrededor de $19, y su ingreso es en torno a $14, no es preciso ser un Magna cum laude de Harvard o de Yale para concluir y conceder que el déficit operativo es $5 cada vez, poco más o menos. Una situación que no es de volverse locos, no es cosa del otro mundo. Se la puede gestionar sin problemas cubriendo el faltante con la tarjeta de crédito. Y ahí la llevas. La cosa es que, el déficit siempre puede gestionarse adecuadamente hasta un punto más allá del cual se vuelve insostenible.

Ahora bien, ¿cuántos años de déficit tras déficit llevamos en República Dominicana? Contando mal, son al menos un par de décadas las que llevamos pasados de contentos en esto de no arroparse uno hasta donde alcance la sábana, sino que, más allá. A tal punto que ya, la situación fiscal es crítica, muy crítica. No sólo porque los déficits arrastrados por tanto tiempo han acumulado un stock de deuda que raya en lo insostenible; además, por lo mucho que hay que dedicar del presupuesto al pago de intereses. Y peor aún: el problema de torna más “penoso, dramático y molesto” cuando hay que incurrir en endeudamiento nuevo para pagar el servicio de la deuda vieja (intereses más amortización).

Aunque hay quienes sostienen que por ahí andamos ya, mejor nos libre Dios, pues el cruce de esa línea roja es a una posición de alto riesgo absolutamente desaconsejable. Sobre esto pone su mira y alerta permanentemente el FMI en sus regulares misiones de evaluación del desempeño de la política macroeconómica y los resultados.

Las alertas son a sabiendas de las consecuencias, y de que “por ahí María se va”. La prolongación indefinida de una posición deficitaria en la gestión fiscal puede llevar, tarde o temprano, a que el default o quiebra-país llegue a tocar puerta, a que se vaya a pique la estabilidad macroeconómica, a descontrolarse la inflación, a dispararse el tipo de cambio, y a que se hunda el crecimiento. A que se caiga todo.

Nadie quiere que así sea.

No cabe dudas de que todos los gobiernos, el actual incluido, han estado adecuadamente advertidos de la necesidad de una reforma fiscal integral, que sea de a verdad. Todo, dicho en los términos diplomáticos usuales, en función de aumentar de forma duradera los ingresos tributarios, para “reponer el espacio fiscal y atender los gastos esenciales”.  Esto, en base a ejecutar efectivamente una política de “responsabilidad fiscal” (la “Ley de Responsabilidad Fiscal”) para “garantizar la sostenibilidad de la deuda”, posicionándola en “una firme trayectoria descendente”.

Siempre es mejor que la reforma fiscal sea antes que después. Cuando las crisis se desatan, el remediar se vuelve traumático, y cunden luego los lamentos sociales y políticos.

No sólo la fiscal. Se necesita esa reforma y otras más. Pese a lo que se diga, dicho o no por Santo Padre: eso de que, como Veracruz no hay dos.

Es mejor ya, a que sea más tarde.

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