“El patriotismo es el último refugio de un canalla”. La frase de Samuel Johnson suena fuerte en República Dominicana, nación surgida de la colonia española más vieja de América y que es la que ha tenido que luchar por su independencia en América por más tiempo, en las peores condiciones, con menos recursos, contra todos los pronósticos y contra las más grandes y diversas potencias del mundo.
La colonia, devastada y despoblada su franja noroccidental por la “genialidad” de las autoridades españolas (1605-1606), cedida por España a Francia en 1795, invadida por los haitianos en 1805, reconquistada en lucha contra franceses y haitianos en 1809, independizada por tres meses (1821-1822), invadida en 1822 y dominada por los haitianos hasta su independencia como nación en 1844, anexionada a España en 1861, recuperando su independencia en 1865 tras la Guerra de la Restauración, amenazada por décadas de ser anexionada en todo o parte de su territorio a Francia, Inglaterra y Estados Unidos, hasta que fue ocupada por Estados Unidos (1916-1924), regresando los militares estadounidenses en 1965 a poner lamentablemente fin a una revolución constitucionalista, democrática, nacionalista y popular.
Como vemos, los dominicanos hemos luchado a brazo partido por nuestra nación. Con razón nuestro poeta Pedro Mir proclama: “Si alguien quiere saber cuál es mi patria no la busque, no pregunte por ella. No, no la busque. Tendría que pelear por ella”. En la República Dominicana, se demuestra que, como decía John Adams, “las personas y las naciones se forjan en el fuego de la adversidad”.
Claro que, como todas las naciones, somos una “comunidad imaginada” (Benedict Anderson), una nación construida socialmente por quienes nos auto percibimos como parte de ella. Y es que, como intuyó Renan, una nación es, por un lado, “la posesión en común de un rico legado de recuerdos” y, por otro, “el consentimiento presente, el deseo de vivir juntos”. La clave de la patria es “tener glorias comunes en el pasado y voluntad de continuarlas en el presente”, mediante un plebiscito cotidiano que renueva el amor por la patria, “en proporción a los sacrificios” y a “los problemas que ha sufrido”.
Por eso sorprende como muchos patriotas, en versos de René del Risco Bermúdez, dicen “’patria’ con un traje blanco, con un grueso cigarro entre los dedos”, impunemente ignorando nuestro mestizaje cultural, nuestra herencia afroamericana, y despreciando nuestras ancestrales y nuevas tradiciones populares, nuestra religiosidad, música, publicidad y cultura popular.
Consecuentemente, patriota no es quien diga, por su “complejo de subestimación de lo nuestro” (Antonio Zaglul), como nos recordaba René en los 60 del siglo pasado, “es vago el campesino criollo, borracho y jugador es el obrero, tus cantantes son pésimos, tus jóvenes, una bandada de malcriados y turberos”.
El patriotismo no puede ser negrofobia ni aporofobia ni antihaitianismo, ni ignorar que somos a la vez país receptor y emisor de migrantes que no debe excluir, marginar ni discriminar en sus derechos constitucionales a migrantes, dominicanyorks, domínico-haitianos, negros dominicanos y que nunca debe olvidar que en la Masacre de 1937 “hubo dominicanos que asesinaron a otros dominicanos” (Lorgia García Peña). Si eso es patriotismo entonces, como diría Erich Fromm, concluyamos que el nacionalismo no es más que incesto, idolatría y locura y el patriotismo, su culto.