Los políticos mañosos usan a los jóvenes para trepar en el partido y en el gobierno. Apelan a ellos cuando están acorralados, cuando peligran los privilegios, entonces piden oxígeno. Pero si el marrullero revive no hay joven que valga.
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Cuentan que una vez, un agricultor, hombre de campo, llamó a su hijo único, le advirtió sobre cómo se presenta la muerte cuando llegar a llevarse una vida. Quería que su vástago pudiera identificarla. De manera que, si la muerte viene a donde ti primero, la echas para mi cuarto.
El hombre le dijo:
— Hijo, cuando la muerte llega a buscar un niño viene en forma de pollitos entrando, por lo tanto, si ves pollitos entrando a tu habitación, de inmediato los echa para mi cuarto.
— Pero papá, si hago eso tú vas a morir.
— Así es hijo mío, no te preocupes, ya he vivido mucho, te toca a ti ahora seguir conociendo el mundo. Además, dijo, es natural que yo muera primero que tú.
El niño asintió con la cabeza y masculló:
— Unjú…
Al cabo de unos meses el niño se hizo de unos tres pollitos y los escondió bien, de tal manera que su progenitor no los viera. Cuando el viejo se acostó, el muchacho esperó agazapado. Al rato, cuando el padre dormitaba, él les mandó los pollitos por debajo de la puerta.
La curiosidad del muchacho era ver la reacción del padre cuando los pollitos entraran al cuarto pillando, pio, pio, pio, pio…
El padre, al escuchar el pio, pio, pio… se espantó, se tiró de la cama y, efectivamente, eran pollitos amarillitos. A esta hora, se supone que los pollitos están acostados. Por eso el hombre se ruborizó. Pero pronto recuperó la calma y entonces comenzó a acosar los pollitos.
— Sho-sho-sho, p’allá, p’allá, pollitos…
Repetía el viejo tratando de acosar los pollitos al cuarto de su hijo. Con las manos abiertas y las palmas hacia el frente las blandía de atrás hacia delante para que los pollitos se fueran más rápido.
Su hijo estaba agachado observando cada detalle.
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Pero los lideres políticos son de todo, menos pendejos. Se hacen las víctimas para ser asistidos con energía fresca. La treta —en ocasiones— luce perfecta. Inclusive, la mayoría de los jóvenes los auxilian convencidos de realizar una acción voluntaria.
Recurren a una artimaña manida que —salvo alguna excepción— funciona a la perfección. Convocan un evento masivo con la dirigencia del partido para evaluar las razones de la caída. Luego dejan iniciado un proceso que garantice la participación amplia. Que nadie se quede sin dar su opinión sobre el desbarajuste.
Cuando los concurrentes a la asamblea ya están embelesados, entonces viene la segunda parte. La perorata anterior se proclama con ánimo y arrojo. Pero la actitud ante lo que sigue es todo lo contrario. El discurso del líder continúa animoso.
— La renovación de este partido es urgente, debe ser de arriba abajo. (aplausos…) no puede quedarse ni un organismo sin ser transformado.
Pero como actor experimentado, baja el ánimo del tribuno. El talante del rostro se vuelve cada vez más compungido ante cada palabra pronunciada. Quiere recordar a los miembros el amor y los años de sacrificio asumidos por el bien del partido.
— Por eso este partido necesita sangre nueva. Urge de una generación de líderes con ideas acordes a los tiempos modernos.
Convencido de haber calado en el sentimiento de la concurrencia lanza la proclama final.
— Por todo lo anterior —dice— para que nada se interponga en el proceso de renovación. Para que la base tenga libertad plena, los principales dirigentes del partido deben renunciar a sus puestos. ¡Comenzando por mí!
— Yo soy el primero en abandonar el puesto de presidente.
Esas ultimas diez palabras son la señal que activa a los incondicionales a poner en marcha el plan para renovar la confianza en el viejo líder.
El plan incluye la recaudación de firmas para pedir al líder seguir a la cabeza del partido. Visitas por parte de grupos de lideres locales en solidaridad con el presidente. Y un sinfín de otras actividades.
Hasta que el líder se ve ¿obligado? a sacrificarse por un periodo más al frente, por el bien del partido.
Mientras tanto, el líder celebra la resurrección. Canta como gallo frente al gallinero. Se regodea echando los pollitos para el lado de la juventud. Porque así son, ni tan siquiera la familia se salva si están en peligro sus intereses de grandeza.
Hasta que los muchachos lo acechen y se vuelvan respondones.