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Sergio Merceíto mientras recita parte de sus coplas. Fuente — Barboacoa, de Rafael e Ysabelle Herasme Acosta.

El poeta tiene una condición muy especial: siente y disfruta más que otros el fondo común de la humanidad que todos compartimos; pero por la misma razón, también sufre más. Él, y por extensión, el artista, aunque mueren como todo bajo el sol, dejan una obra que los inmortaliza.

Un poema siempre tiene algo que decir al lector, en cualquier época. Lo humaniza, lo hace más crítico y más inteligente. Lo sensibiliza, haciéndolo más comprensivo y tolerante hacia los demás y su entorno. La poesía y el arte en general pueden provocar reflexión, empatía y comprensión, e influir en la manera en que las personas perciben el mundo y a sus semejantes.

Vivimos a merced de la industria del espectáculo y la banalidad. Nadie más consciente de esta realidad que el literato. Sin embargo, solo el arte trasciende y sobrevive a la persona. Así ha sido y así será siempre, sin importar que el necio piense en su interior que Dios no existe, como bien lo observó el salmista.

Iniciamos este artículo con esta reflexión para distanciarnos de la doctrina de los pragmáticos, para quienes solo tiene valor la acción, y de los materialistas, para quienes solo cuenta el metal. Para ellos no hay visión, no hay horizonte ni trascendencia. Es una vieja polémica, la del artista y sus detractores, tan antigua como el tiempo mismo, que ni siquiera a estos se les ha podido conservar las lápidas de sus tumbas. Sin embargo, no podemos decir lo mismo de los grandes pensadores, poetas y artistas cuyas obras siguen hablando por ellos, siglo tras siglo.

Dibujo de una casa de Villa Jaragua a finales de la década de los años sesenta de Leo Theuwissen.

Lo cierto es que no podemos disfrutar de la belleza y el sentido de solidaridad expresados en la poesía de un pueblo y quedarnos callados. Resulta cuesta arriba leer los versos de un poeta comprometido villajaragüense como Sergio Merceíto Ferreras y no reflexionar sobre su canto triste y desgarrado. Con un lenguaje claro y directo, y utilizando patrones de rima consonante como ABAB, AABB o incluso versos sueltos, nuestro poeta retrata el calvario que sufren los campesinos y los más vulnerables de su pueblo, la antigua Barbacoas, ahora Villa Jaragua. Con acento de alarma y desesperación, canta: “El país dominicano/ que tenga esto presente, / que en campos y poblaciones / se está muriendo la gente” (Cfr. Herasme Acosta, Rafael e Ysabelle. Barbacoa. SD: Serigraf, S. A., 1996, 97). Nos preguntamos, ¿en qué tiempo vivió el poeta cuando concibió sus versos? El trasfondo histórico de esta copla fue el denominado “Gobierno de Concentración Nacional” de Jorge Blanco (1982-1986), contra el cual Ferreras dirige principalmente los dardos de sus versos.

Uno de los puntos fuertes de la verdadera literatura es que no se presta a manipulaciones ni a contrabandos ideológicos. Si lo hace, se convierte en propaganda y se prostituye.  Los poetas y escritores no pueden controlar todos los significados de sus obras; por más que lo intenten, su inconsciente les juega malas pasadas. En este sentido, las décimas de Juan Antonio Alix, por ejemplo, como tratado sociológico del siglo XIX en la República Dominicana, son tan valiosas –o quizás más por la multiplicidad de sentidos que liberan– como las obras de José Ramón López y Pedro Francisco Bonó, si bien los últimos defienden intereses ideológicos.

Parece que la historia está estancada en este país. Nuestros problemas fundamentales siguen sin resolverse, sin importar quién guíe nuestros destinos. Para la gente sencilla, la lógica y el lenguaje del poder son pesados e indescifrables. Es como un plato muy fino, para mentes sofisticadas, del que los más vulnerables parecen no tener derecho ni siquiera a los huesos que se arrojan de la mesa: “Y si no nos meten la mano / dónde iremos a parar, / si el afán de cada día / no se puede soportar”, nos dice el poeta con angustia y desesperación. (98)

Ferreras se queja de que todas las salidas están cerradas. Él y sus paisanos se asfixian bajo el aire de precariedad y la cultura de abusos que los maltrata. Viven en un sistema que los tiraniza. Con sentimientos de frustración, resentimiento y agudo sentido crítico para él y su gente, nos dice: “Si solicitamos al banco / no nos quieren ayudar, / y si nos aprueban unos pesos / se quedan con la mitad”. En tono de queja y desaliento, canta: “Está la carne muy cara / el tabaco y el jabón, / ¿cómo podemos juntar candela / si no se encuentra carbón?”. (100)

Sergio Merceíto, también poeta social por abordar las crisis que vive la gente en su cotidianidad, se ha embarcado en la tarea de denunciar el estado de cosas en su país. Como se sabe, muchas personas ven, pero no siempre miran las cosas. Ven los árboles, pero no el bosque. Necesitan de otro, de alguien especial como el poeta, para que hable por ellos. Así, Sergio condena la falta de dinero y la indecisión oficial frente al problema. Siguiendo con el mismo enfoque de desaliento y descontento, dice: “Solo se oye el clamoreo / del hambre por donde quiera, / de dinero estamos escasos / y barajadera es cuanto veo”. (99) Luego detalla la crisis social, económica y política del país en varias coplas, desde la anemia y otras enfermedades causadas por el hambre hasta el alto costo de la vida.

El poeta, como expresión viva de su cultura, recurre al sentimiento mariano de la tradición católica dominicana: “Invoquemos a María / para poder escapar, / de esta hambruna tan cruel / que a todos nos quiere matar”.

El ojo atento del poeta no deja escapar casi nada. Es un profundo observador de la naturaleza de las cosas y un buen lector de la personalidad humana, en la que no se echa de menos el reproche y la resignación: “El Jefe [el Presidente] no se da cuenta / de lo que estamos pasando, / en estos pueblos chiquitos / donde el hambre nos está matando”.

Pese a su crítica, Sergio no culpa solo al poder político por los males. Ganado por la desesperanza y la frustración, va más allá de la miseria que lo oprime, consciente de ser víctima inclusive de las fuerzas cósmicas: “Si sembramos una cosecha / ya no nos puede resultar, / porque si no la mata la seca / la mata la tempestad”. (98) Como buen dominicano y con un enfoque nacionalista, no deja de culpar a los haitianos por una parte de los problemas, aunque sin caer en el racismo: “Se están muriendo de hambre / los pobres dominicanos, / ya que todas las preferencias / se las han dado a los haitianos”.

Un aspecto en el que queremos hacer hincapié es el engaño que supone utilizar cifras económicas descontextualizadas para afirmar que un gobierno lo ha hecho mejor que otro. Tomar el dato del precio del arroz a 5 pesos y de las habichuelas a 16 en una copla de Sergio (100) y desgajarlo de su contexto económico y político, ignorando las correlaciones de fuerzas internacionales, no es un ejercicio serio. Hay que ver cada cosa en su tiempo y lugar, considerando las variables y ecuaciones de la alta política internacional que afectan a un país pequeño como la República Dominicana.

Un país donde los más de sus habitantes ni siquiera tiene resueltas sus necesidades básicas, como la alimentación, es un país de gente que no existe; esto es, su dignidad y su estatus humano como personas están comprometidos. Según la Teología de la Liberación, si una persona no tiene cubiertas sus necesidades básicas, se le despoja de su dignidad; es como estar muerto. Con acento crítico y un tanto sombrío, Ferreras, como el maestro moral que es por su calidad de poeta, lamenta: “También de dinero están escasos / de los pobres los redentores, / y pregunto por qué las causas menores / hoy se resuelven a balazos”. (99)

En resumen, es valioso contar con poetas comprometidos que denuncian la realidad a través de sus versos. Sin embargo, en la República Dominicana, poco ha cambiado en la vida de la gente, y el bienestar social aún no se ha extendido. La poesía de Sergio Merceíto Ferreras no solo refleja el sufrimiento de su pueblo, sino que también ilumina las injusticias que aún existen. En un contexto donde las voces vulnerables a menudo se les invisibiliza, su obra se levanta como un testimonio valiente que desafía la indiferencia del poder.

A caballito, de Leo Theuwissen, 25 de septiembre de 2024.