El interés del autor, con estas entregas, no es satanizar a la ganadería, por eso se ha abordado este tema desde el punto de vista histórico y etnográfico; tampoco se trata de atribuir solo a la práctica de esta los niveles de deforestación que, históricamente, ha padecido el país; mucho menos negar el cambio climático y la responsabilidad antrópica de éste, cambio que ha sido reconocido por más de 10,000 científicos, quienes para el 2019 advirtieron sobre sus efectos e impactos ambientales en todo el planeta.

Hago esta referencia porque mi insistencia en describir el proceso natural de los ciclos de las lluvias, en las primeras entregas, podría inducir a que algunos lectores interpreten que niego dicho cambio, como lo vienen haciendo sectores políticamente conservadores.

Situar a la ganadería en su justa dimensión en cuanto al ambiente, economía, etnografía y antropología 500 años después de la conquista de América por los europeos, ha sido la intención de este autor, sugiriendo de modo enfático que la ganadería debe salir de la parte alta de las montañas, como tantas veces ha sido reclamado por diversos sectores del país.

La ganadería extensiva de leche y carne en la montaña representa un aporte mínimo al PIB de República Dominicana, el cual es exiguo con relación a la agropecuaria en general y, ni hablar, en comparación a remesas y turismo; aunque debemos reconocer que sí es parte de nuestra cultura productiva y de lo que somos como sociedad y como nación.

Para colocar a la ganadería en su justo espacio, debemos resumir tres aspectos o dimensiones que nos motivan a estas entregas:

Una, el país lleva a cabo un plan de reforestación nacional con el que se han vinculado un sinnúmero de ganaderos que pasan de los 10,000 y que, cabe reconocer, han plantado árboles en sus predios en los últimos 30 años; unos, motivados por cambios en el uso del suelo, haciendo reconversión forestal y otros tratando de mejorar la calidad de los pastizales, y proyectar sus fincas como sistemas silvopastoriles.

Dos, hemos visto cómo las sequías, por el tipo de economía ganadera que se practica, acentuada con el avance del cambio climático global, causan estragos en cada unidad productiva, pudiéndose mitigar aplicando paquetes tecnológicos apropiados.

Tres,  en el campo estrictamente productivo y tecnológico, a pesar de que existen en el país diversas iniciativas innovadoras y diferentes instituciones dedicadas al asunto de la ganadería en el sector estatal, en lo asociativo y federativo; sin embargo, en la generalidad de las unidades productivas observadas en las montañas siguen los mismos modelos de producción de leche y de carne en extensas fincas e intensas prácticas de pastoreo, observándose a los lejos, un paisaje llenos de curvas de nivel, como muestra de la compactación y degradación de los suelos.

¿Qué hacer?

El país exige cambiar la ganadería extensiva, porque no es sostenible establecer 15.90. tareas aproximadas (10,000 m²) de pasto para una cabeza de ganado, en la parte alta de la montaña donde se produce agua, el líquido vital que necesitan las poblaciones, incluyendo al propio sector ganadero.

Para ir construyendo ese cambio no hay mejor opción que tomar las experiencias de países, regiones y ganaderos particulares dominicanos que han dado un salto cualitativo y cuantitativo en la materia, convirtiéndose de destructores históricos de la floresta a “sembradores de agua” en cuencas hidrográficas con ganadería más sostenible.

El país cuenta en todas las regiones con unidades de producción relativamente sostenibles, en cuanto a la alimentación del ganado y el medio ambiente, aunque muy poco con relación a los que debiera ser.

En la región sur, socioeconómicamente pobre y zona de vida seca, se experimentan formas de ganadería, en cuanto a alimentación del ganado de gran envergadura para lo que es la República Dominicana, como son los productores menonitas de La Estancia, en el municipio de Las Matas de Farfán, provincia San Juan, así como productores aislados y agrupados en asociaciones locales de los diferentes municipios, con pequeñas iniciativas de relativo éxito que, en cuanto a experiencias, pudieran generalizarse en todo el país, sobre todo en los que están en la parte alta de las montañas.

Cabe resaltar la experiencia de la lechería San Antonio, en la provincia Barahona, aunque no es un modelo para seguir por múltiples razones socioeconómicas, pero sí ejemplo a observar para su extrapolación lo que fuere pertinente a medianos y pequeños productores. Esta probablemente sea  la empresa ganadera más grande del Caribe insular que usa el sistema de ganado estabulado, articulándose en el pasado como gran consumidora (no sabemos si lo está todavía) a otras iniciativas de “producción” de alimentos dignas de mención en esta entrega, como los recolectores de Leucaena (Leucaena leucocephala) de la zona, además, de  otras especies de alto valor proteico, y al proyecto de producción de alimentos para ganado El Espatillar que fue, porque hace unos meses me informaron que ya no existe como lo conocí años atrás, una responsabilidad tripartita, donde cerca de 6,000 tareas, se dedicaban principalmente a la producción de maíz y otras hierbas para alimentar el ganado, beneficiándose campesinos en condición de propietarios pequeños, medianos y grandes ganaderos, así como el gobierno central.

La producción de miles de toneladas de alimentos sin destinar grandes extensiones de terrenos en la región suroeste debe ser motivo de atención, sobre todo, cuando se presentan situaciones críticas por la ausencia de lluvia en la región.

Es obvio que los bancos forrajeros y el almacenamiento de los alimentos para el ganado por ensilaje (mediante la fermentación) y/o la henificación (secado) del pasto, yerbas de cortes” (cañas), ricas en caloría, con especies como leucaena, moringa y otras ricas en proteína, son vías posibles para aminorar la crisis de alimentos que por sequías periódicas afecta al ganado vacuno dominicano.

Hace unos años hablaba con el ing. Robert Beato, agrónomo de la provincia Valverde, quien producía pacas para la venta en la región noroeste del país, me manifestó que en el año 2019 produjo unas 40 pacas aproximadas por tareas (629 m²), y en algunas oportunidades, llegó a producir 48, si se mantiene con regadío; que hacía 5 cortes o cosechas por años, lo que serían entre 200 a 240, equivalente a 3,180 y 3,816 pacas por hectáreas (10,000 m²) en 12 meses. La paca que producía pesaba aproximadamente 20 kilogramos, pero dependiendo del tipo de secado podría pesar más.

Una cabeza de ganado consume promedio de 15, 20 o 30 kilogramos al día, dependiendo de la calidad de la herbácea, lo que significa que la producción de pacas por tareas es muy superior en cuanto a alimentación de calidad, en comparación con el ganado suelto en la montaña, que necesita no una tarea, sino 16 para su alimentación.

El Ing. Beato no tenía ganado, era un emprendedor con 40 tareas de terreno arrendadas para cultivar yerba para la venta empacada, que es otra manera de diversificar el proceso de producción de carne y leche en una zona determinada.

Hacer a la ganadería más estable ante las sequías periódicas y reducir las grandes extensiones de terreno en la parte alta de las montañas e incentivar la foresta como sumidero de carbono, producción maderable (¡donde sea posible!), preservación de las fuentes de aguas y enriquecimiento de la biodiversidad de la nación dominicana, es tarea de todos.

Es un imperativo con varios matices desde hace más de 140 años, cuando el padre Billini, presidente de la joven República, decretó sobre la conservación de los bosques y selvas en 1884; Lilís, en 1895, con la ley de los animales y la prohibición de la deforestación y la contaminación de las aguas, así como las leyes del 1919 y las de la década del 1920, sobre la conservación de los montes en las alturas, sin contar lo que se ha legislado y hablado en los últimos 100 años. Por eso el país lo exige.