La “ganaderización” de la Hispaniola
En la isla Hispaniola, sobre todo en la parte oriental que se llamó Santo Domingo, la ganadería vacuna ha sido forjadora de la sociedad Dominicana, junto a la industria de la caña, la agricultura y los cortes de maderas en menor escala.
Roberto Cassá, en su Historia Social y Económica de la República Dominicana, Tomo I (1981), hace referencia a que, a partir del segundo viaje de Cristóbal Colón, los europeos que vivían en la península ibérica, trajeron animales domésticos a la isla, desde una España de reinos ganaderos, dejando una herencia cultural de pastoreo extensivo que no ha cambiado significativamente durante los últimos 500 años; persistiendo en la actualidad una práctica aún más perniciosa como es la ganadería en la parte alta de la montaña.
Estas grandes extensiones de terreno, donde se criaba el ganado, eran concesiones de la corona que luego pasaron a posesiones particulares, estableciéndose un régimen de tenencia de la tierra de grandes propiedades o latifundios, que jugó un papel importante en la creación de una economía hatera o ganadera en la isla Hispaniola, coexistiendo, en algunos momentos, con las demás actividades económicas de aquellos tiempos, tales como la minería y el cultivo de la caña; según escribe el historiador y especialista en la ganadería en América Justo Lucas del Río Moreno, (Badajoz, España 1963), en una obra sobre la ganadería de Santo Domingo en los siglos XVI y XVII, publicada por La Academia Dominicana de la Historia, con el título Ganadería, Plantaciones y Comercio Azucareros Antillano (2012).
Esta compilación de trabajos de Justo Lucas del Río Moreno, presentada por el historiador Frank Moya Pons, es de suma importancia, porque en ella se abordan los primeros 200 años de la historia de la ganadería en La Hispaniola documentada con más de 1,100 citas de 236 fuentes primarias y secundarias, como son las del Archivo General de Indias (AGI), cronistas de indias y especialmente las de nuestros principales historiadores.
La crianza de ganado vacuno hasta el año 1540 superó las demás actividades productivas. Aunque en el período entre el 1540 al 1580 predominó el cultivo de la caña en esta isla, la ganadería siguió coexistiendo con el ingenio azucarero que “… tenía uno o dos hatos de ganado para proveerse de carne para la alimentación de los esclavos, bueyes, caballos para la atracción de los trapicheos y el transporte de la caña al ingenio y al punto de embarque.” (Cassá: 1981: 88).
Debido a la dejadez de España por la segunda isla más grandes de las Antillas Mayores, se originaron grandes trastornos que sobrepasaron al poder político del rey y de las autoridades locales.
De ese modo, los franceses, portugueses, holandeses, ingleses y otros aventureros que andaban por estos mares, se fueron posesionando de los territorios costeros más hacia el oeste y alejados de los centros de poder de la Isla Hispaniola, originando nuevos asentamientos humanos cuya vida económica se organizó en torno al contrabando de reses, cueros y sebos que se mercadeaban con las naciones enemigas de España fuera del control de las autoridades.
Los conflictos derivados de la interacción de los nuevos asentamientos con pobladores españoles causó que el Gobernador Osorio tuviese que recurrir a las llamadas devastaciones del 1606 y 1607 que consistieron en trasladar a las poblaciones de Montecristi, Puerto Plata, Yaguana y Bayajá hacia la parte este, donde con las dos primeras se formó a Monte Plata y con las otras dos a Bayaguana, cerca de los grandes hatos ganaderos del gobernador y los altos funcionarios de la Corona española (Del Rio Moreno, 2012).
Estas despoblaciones originaron que los franceses fueran controlando esas tierras fértiles, las que cultivaron y ocuparon con abundantes reses que cazaban bucaneros u otros vagabundos que se quedaban ocasionalmente en esa parte de la isla. Esto, junto a otras situaciones de guerra que se daban entre las dos monarquías, debilitó a España y facilitó que Francia, mediante el tratado de Aranjuez (España) del 3 de junio de 1777, se quedara con esas tierras ocupadas a las que llamaron la colonia Saint Domingue o Santo Domingo francés, hoy Haití.
El ganado vacuno, en esta isla, prosperó más que el ovino, caprino y el porcino, porque se adaptó a las condiciones climáticas y a la abundante existencia de sabanas, asilvestrándose en mejores condiciones que en otras latitudes de la nueva tierra conquistada. En cambio, el ganado ovino pudo adaptarse en otras zonas, como en el caso del norte de La Nueva España (México); igual que el ganado caprino y porcino pudo hacerlo en Perú, en las primeras décadas de la llegada de los españoles. (Del Rio Moreno, 2012)
El ganado vacuno, más bien lo que podría denominarse con el término “ganaderización” de la isla, es un elemento relevante para comprender la configuración de nuestra cultura, para entender la forma de pensar de una parte del pueblo dominicano. El hatero, el ganadero, son términos merecedores de atención dentro de la configuración cultural del dominicano.
Bosch, como etnohistoriador, escribe en su Composición Social Dominicana, que la sociedad en su “estado natural” se organizó en torno a las fuerzas económicas que se iban desarrollando: “ …cuando se dejan abandonadas a sus impulsos naturales, las sociedades se congregan en torno a las fuerzas económicas; allí donde hay metales se forman sociedades mineras, donde lo que rinde beneficio es la agricultura se forman sociedades agrícola y, en Santo Domingo, una vez extinguida la riqueza del azúcar, lo que quedó como fuente de negocios fue el ganado. (Bosch. 1991: 47).
En ese orden, cobra sentido el enunciado de que las condiciones materiales de reproducción han sido condicionante de la espiritualidad del dominicano. Este enunciado puede ser ilustrado con algunas de mis experiencias como trabajador social de programas de reforestación.
En mi experiencia he tenido conversaciones con pequeños ganaderos, con el propósito de que estos introduzcan cambios de uso del suelo y planten árboles en las cuencas altas de nuestros ríos. Estos pequeños ganaderos son poseedores de terreno y reses que apenas les dan para mal vivir con la venta de leche y algunas crías al años, lo cual se ve agravado con la sequía y el cambio climático, que los obliga a tener que usar vehículos para transportar agua o comprarla. Es por ello que declaran que si no viene un organismo oficial que les ayude no se gana lo suficiente para vivir, sin embargo siguen con la crianza de ganado porque fue “herencia familiar”, “tengo mi vida en esto” y preguntan a veces, más que a uno, a sí mismos: ¿Cómo lo dejo? Es lo suyo, es lo que les gusta, sin dar explicación del porqué les gusta.
Entre estos ganaderos, merecen atención especial aquellos que son dueños de terrenos de montañas, que han alcanzado una alta plusvalía por el turismo que se desarrolla en ellas. En torno a ellos, alguien me comentaba: “qué pendejos, tienen millones que no lo acaban y pasando trabajo”, a lo que le respondí: eso de “ganaderos” los hace diferentes, los vemos diferentes y en realidad son distintos a nosotros. Esto es lo que explica lo complejo de trabajar con una identidad dada que hay que respetar, cuando se habla de reforestar.