La sequía como ciclo climatológico es parte de la vida. Ella es causante de cambios en las especies animales y vegetales del planeta, de sociedades, de la familia, y del individuo.   Es conocido su impacto en el devenir histórico de la cultura maya, así como sobre un imperio que, como el romano, había conquistado el mundo, pero que no pudo luchar contra estos cambios climáticos, condicionándolo y reduciendo su poderío.

Somos el resultado de los cambios de temperatura y en parte de la sequía. Somos el “homo climáticus” de José Enrique Campillo, médico español nutricionista, autor de un libro (Editorial Planeta S.A., Barcelona, 2018) cuyo planteamiento central es que el clima nos hizo humano.

He escuchado a parientes y relacionados decir que se mudaron de un sitio a otro o han cambiado de ocupaciones y de aptitudes ante la vida, después de haber padecido los efectos de una o más sequías.

En el Pozo de la sequía.

Una de las sequías, no contada ni leída, sino vivida por mí, que dejó recuerdos y tal vez huellas indelebles en la psiquis de muchas personas que vieron morir sus reses en muchas partes del país, fue la que viví, siendo un niño, entre el 1967 y 1968, en Los Limones de El Pozo de Nagua. En ese tiempo el promedio de lluvia para el país fue de 952 mm aproximados, sólo unos 8 mm más que la desoladora sequía del 1944-47 conocida como “El Centenario”.

Yo, en mi imaginario de niño, quería tener una silla de montura para un caballo blanco que me regaló mi padre y que nunca monté, porque era muy grande para mí; pero sí, un rusillo con el cual hice una fraternidad única. Era la época en que un niño campesino se entusiasmaba pensando amansar a un potrillo, con la posesión de un becerro, de un cerdito, algunas gallinitas o un gallo de pelea. Yo tuve el privilegio de nominalmente “tener” un caballo, un becerro y un gallo de pelea, porque el “dueño” solo era de nombre.

Se hablaba, entre la familia y relacionados, del becerro como “El Bubón de Pedro”, porque cuando estaba pequeño se llenó de bubas y creían que se iba a morir, se salvó de milagro y se asoció a mí por el interés que le presté a ese desdichado animal.

El “Bubón” sufrió “la sequía del `67-68”, aunque no tanto como los animales de otras zonas, porque encontró el pasto verde de las ciénagas de Los Limones, donde quedó relativamente mucho pasto.

Todavía no había ni seña del drenaje que produjo más de una década después el proyecto Aglipo, es decir, el drenaje e irrigación de los antiguos pantanos de El Aguacate, El Limón y El Pozo, en las provincias María Trinidad Sánchez y Duarte.

Entonces, en comunidades como La Pichinga se solía transportar arroz en canoas, pero debido a la sequía de esos años se secaron muchos pantanos y la gente vio crecer pastos donde antes había agua. Pasto de mala calidad, sobre todo aparecieron “pajones” y, en el mejor de los casos, la yerba Páez (Brachiaria mutica).

Las reses se morían de hambre y de sed, agravándose esta situación para el ganado local porque llegó a estas comunidades una avalancha de ganado procedente de la provincia Duarte. Recuerdo que eran caravanas de camiones llenos de sufridas vacas, que, oía decir, eran propiedad de los Aguayo, una de las principales familias ganaderas francomacorisanas. Eran bravas estas vacas, teniendo que ser sacrificadas algunas de ellas porque eran como fieras. La gente decía que “esas vacas bebían agua del mar”.

Este dramático panorama, comparable al descrito por John Steinbeck en su novela “Las Uvas de la Ira”, y los comentarios que se hacía sobre esta sequía, me llevaron a creer que El Bubón y mis dos caballos iban a morir, ya que se contaban historias de que miles de animales estaban muriendo.

Recuerdo que hasta los campesinos de mejor posición económica solo comían arroz algunas veces. Un arroz cocinado con coco, acompañado con truchas de caños y de las aguas someras de la zona. Estas truchas se veían saltar como buscando oxígeno, facilitando su captura a los lugareños.

En tiempos normales de la década del 1960 y parte de la del 1970, la yautía coco, la trucha de caños y el “Buen Pan” eran comidas poco apreciadas, pero esta y otras sequías, en parte, influyeron para que en la actualidad estos platos sean considerados platos exquisitos.