El país viene anunciando desde hace más de 100 años la necesidad del ensilaje de los alimentos, la mecanización de la producción mediante la estabulación y semi estabulación para el ganado de ordeño. Desde las últimas décadas del siglo XIX y principios del pasado, se dieron pasos para la modernización de la ganadería con la creación de las escuelas de administración de fincas y la mecanización de los ordeños, influenciado por las ideas restauradoras de la República.
Pero, más que todo, aquel mundo político ideológico se redujo a formulaciones de unos cuantos pensadores y productores, fortaleciéndose un sector ganadero no vacuno, como fueron los recueros o transportistas de la producción agrícola destinada al mercado exterior por las principales ciudades-puertos.
Entradas las tres primeras décadas del siglo XX, el sector ganadero vacuno quedó anquilosado por la dictadura trujillista que solo vio desarrollar a las empresas del tirano y de sus relacionados de manera excepcional.
La crianza del ganado en grandes extensiones de terreno fue una herencia de la península ibérica (España y Portugal), que nos ha costado mucho en el sentido ambiental, por las devastaciones que ha provocado desde hace más de un siglo; partiendo del momento en que el país comenzó a modernizarse y se establecieron los potreros ganaderos o las dehesas buscando mayor productividad e ideas de progreso, hecho con el cual inició la deforestación de nuestras montañas, que no se ha detenido hasta el día de hoy.
El productor de leche es un sector más disciplinado y dinámico que el cárnico, aunque forzado a incorporarse en asociaciones y federaciones para garantizar el mercado, con limitaciones, a través de un reducido número de empresas dedicadas a la industria láctea que sí han tenido grandes éxitos en el mercado nacional; lo que no ha sucedido con los productores por los bajos precios que históricamente les han pagado por la leche, situación que han denunciado los gremialistas del sector por los medios de comunicación del país.
El ganado vacuno de leche es de alto costo, porque requiere de un paquete tecnológico que garantice su alimentación y reduzca los terrenos que se utilizan para esos fines; peor aún, ha sido la ganadería bovina para carne, la que existe en grandes extensiones de pastizales, con poca rentabilidad para el país por los costos ambientales de la deforestación, que no medimos, creando problemas extremos de desmonte en las montañas que están destinadas para conservar nuestras aguas, que también sirven para dar de beber al propio ganado. Existen demasiadas zonas de montañas (donde se produce agua), donde el ganadero tiene que comprar o acarrear, desde grandes distancias, el agua que beben sus vacas, perjudicando grandemente su productividad y la de otros sectores.
Esa ganadería extensiva ha representado históricamente un condicionamiento sociológico, a decir de nuestros estudiosos de la historia y las humanidades (Juan Bosch, Roberto Cassá y Moya Pons, entre otros), porque la isla se organizó en torno al negocio legal y contrabando del ganado para carne, pieles o cueros y sebos en el ambiente al hato ganadero, sobre todo en la parte este de la isla o el Santo Domingo español, donde predominó a lo largo de casi 4 siglos sobre los sectores azucareros, los madereros y agricultores, aspectos a los cuales nos referiremos en otras entregas.
La ganadería extensiva es una de las principales causas históricas de la desaparición de nuestros bosques y propiciadora de la diseminación, de un lado a otro de la isla y procedentes de otros países, de semillas de especies de gramíneas y arbustivas que han alterado la biodiversidad de la República Dominicana.
Cabe hacer un paréntesis para señalar que existe una discusión en cuanto a la causa de la desaparición del bosque por causa de la agricultura y no del ganado, argumentándose que fue la agricultura itinerante o “conuquismo” la causante de la deforestación y el ganadero aprovechó los terrenos abiertos, porque la ganadería era montaraz o montuna en grandes extensiones de terrenos indivisos, (fuera de los períodos de auge de la caña), delimitados solo por accidentes geográficos, microcuencas y subcuencas hidrográficas. La discusión es larga y requiere de estudios profundos en cuanto a estadísticas y descripciones de las unidades productivas agrícolas durante los primeros tres siglos y medio de la llegada de los europeos; lo que es tarea, si no se ha hecho, de los historiadores.
Es cierto que la sequía misma es la causante históricamente, y lo es todavía, de grandes procesos migratorios, encuentros de culturas y también, aunque suene un poco contradictorio ayuda, porque obliga al productor a buscar sistemas para la producción más sostenibles al deforestar menos, por el uso de la irrigación racional, el ensilaje, que lleva a la planificación y prevención de los efectos negativos, como lo han hecho muchos ganaderos; pequeños, medianos y grandes.
América, el “continente verde”, a diferencia de Europa, Asia, África y Medio Oriente, quienes han visto desaparecer a pueblos y culturas, también ha sufrido grandes sequías desde los tiempos prehispánicos, teniendo entre los casos a la milenaria cultura maya que, a decir de unos y negadas por otros, vio limitados sus recursos por la sequía y la falta de agua que agudizaron guerras y agotaron su particularísimo modo de producción, lo que causó la declive de esa cultura, hasta entonces, predominante.
Salvando las diferencias de épocas y de región, pecando un poco de temerario, si no se toman medidas precautorias para mitigar los efectos negativos de los períodos de sequía se podría comprometer la ganadería dominicana y a la nación misma, porque las fincas de montañas ocupadas por yerbas deberían estar ocupadas por bosques. “Si queremos restablecer los destruidos ecosistemas de estos ríos tendremos que enfrentar el problema de raíz: Reforestar las cuencas altas y sacar de allí la ganadería de alta montaña”, tal como advirtió Don Silvino Pichardo, articulista de Acento, quien ha llamado la atención por diversos medios para que todos los sectores de la sociedad dominicana enfrenten los efectos negativos que produce la ganadería en los bosques de nuestras cordilleras.