Es costumbre que muchas sociedades, sobre todo en las que prevalece la “cultura de la pobreza”, vivir comprometiendo el futuro, disfrutando sólo el presente y llamando a San Antonio sólo cuando queremos que  llueva.  

Este fenómeno  es perceptible, especialmente, cuando  las cosas vitales se tratan en el momento en que surge un problema, se pone de moda  un día del año en las fechas conmemorativas, como por ejemplo; los días del trabajo, de la Independencia, del medioambiente, de la tierra o del agua; entonces  es cuando especialistas en diversas áreas, las ONGs, el gobierno y los medios de comunicación   se manifiestan de manera oral, escrita y con diversas actividades sobre la importancia de almacenar agua, reforestar, hacer paca para el ganado y miles de sugerencias más que deberían ser abordadas  siempre en la cotidianidad y así adelantarse a la calamidad. Es el caso del abordaje del tema sobre la sequía y la escasez de agua que en los últimos meses ha afectado al país, pero que, como veremos, no es una novedad.

El 2019 fue el último año de una sequía devastadora, por lo menos para el sector ganadero del noroeste de República Dominicana, pero caída las primeras lluvias dejó de ser noticia, dando la apariencia de que el problema desapareció.  

La sequía es el déficit de lluvia que existe, como promedio en 1 año o varios años, en una zona determinada, que puede ser en una subregión, región o en todo el país. Esa pérdida es cíclica y natural, se da de leve a fuerte, al extremo que, padecen los animales, la agricultura y los seres humanos; en algunos casos haciendo desaparecer, por sus efectos, a poblaciones enteras en muchas parte del mundo, siendo los países más vulnerables económica, social y ambientalmente los más impactados, como ha sucedido en el continente africano; lo que también agudiza los conflictos entre pueblos. 

El impacto de la sequía que afectó a la República Dominicana durante ese período se observó por los   huesos de reses muertas que, un año después, se encontraban en fincas de la línea noroeste, considerada la principal “cuenca lechera” de este país, dónde la ausencia de lluvia causó grandes estragos.  Según la prensa nacional, en ese año, en la nación “murieron miles de cabezas de ganado”.  El Ministerio de Agricultura del país habló de 1,200 reses muertas, solo para dicha región, según el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA).

Esa situación se ha repetido, tal vez no tan grave ni con resultados de tal magnitud, en subregiones de la línea noroeste en los años 2021, 2022 y 2023. El pasado año, en las lomas de Solimán, donde confluyen las provincias Valverde, Montecristi y Puerto Plata, la sequía fue tan severa que afectó tanto al sistema lagunar de montaña de esas localidades, ecosistemas únicos con fuertes amenazas, que se secó por completo, compuesto por cinco lagunas: Solimán, Mata Puerco, Papito Guzmán, Timón y Nino Fernández, siendo la de Solimán la más grande del sistema. Los campesinos de la zona aseguran que, en el caso de Laguna Solimán, solo se ha visto así dos veces en alrededor de 60 años.

La suerte nos ha acompañado y “las ánimas” enviaron el preciado líquido, sin aparentemente haberles ofrecido los 2 pesos de agua de la vieja Remigia, que bien describe don Juan Bosch en una de sus obras de ficción del realismo socioambiental dominicano. 

No obstante, mientras continuemos dejando la alimentación del ganado vacuno y bovino a la benevolencia divina, la sequía periódica o las lluvias desmedidas, arruinarán o mermarán la productividad del sector ganadero del país. 

El país productor de ganado de carne y de leche no puede sentarse a esperar que caiga un “nortecito” de agua, como dice la gente del campo o que el gobierno de turno compre las pacas y otros alimentos para que no mueran los animales. La situación de falta de lluvia puede y va a empeorar, ya que los augurios y pronósticos con base científicas lo advierten, por las altas temperaturas registradas y el aumento del calentamiento de la Tierra, que harán mermar y, en muchos casos, desaparecer las gramíneas, y se habrá reducido al mínimo la humedad, afectando seriamente los suelos o, el caso contrario: produciendo  lluvias excesivas o bajas temperaturas.

En cuestión de ganadería vacuna, República Dominicana ha avanzado relativamente mucho en las últimas décadas, ya que cuenta con un sector medianamente organizado que comienza a aplicar tecnología de ensilaje, aunque no en la proporción deseada, debido a que solo un número reducido de ganaderos garantiza cada año la alimentación de sus animales con altos niveles de seguridad y rendimiento.