Todas nuestras emociones desempeñan funciones importantes en nuestras vidas, pero cuando alguna de ella se sale de control la vida nos pasa factura por nuestro desajuste. De manera especial, la culpa es una experiencia compleja propia de un ser inteligente con capacidad de razonar; involucra sentimientos, emociones, pensamientos repetitivos y puede llegar a desarrollar todo un complejo de culpa.

La inteligencia nos permite discriminar o identificar realidades, de manera que podamos desenvolvernos de forma satisfactoria con ellas, esto es especialmente importante en la vida social, ya que hace posible que nos desarrollemos mientras compartimos estando en proximidad con otras personas. Cuando una persona no tiene la capacidad de asumir las conductas adaptativas funcionales necesarias, dependiendo de la gravedad de su conducta, la sociedad: lo critica, rechaza, aísla, encarcela o lo mata. Sí, incluso puede matarlo, en condiciones extremas.

El poder controlar nuestra conducta es lo que permite que la Sociedad nos acepte, esto acontece cuando llegamos a desarrollar nuestra consciencia moral, pero con ella, nos llega también el sentimiento de culpa, que es nuestra facultad de desaprobar nuestras conductas negativas en base a nuestros conceptos y valores. El sentimiento de culpa nos sirve para saber que lo que estamos haciendo no es conveniente y nos motiva a hacer cambios, antes de que tengamos que atenernos a las consecuencias. Actualmente, algunas personas, consideran que quien ya no tiene conciencia moral ni sentimientos de culpa es una persona realmente libre y superior, pero esto sería propio de un enajenado mental, porque hasta un perro, experimenta sentimientos de culpa cuando rompe algo o muerde a su amo.

Lamentablemente se nos educa para sentir más culpa de la necesaria. Desde niños se nos dice: “deberías sentirte mal por lo que hiciste”, aunque realmente sentirnos mal no debiera ser la meta, sino corregir nuestros errores. También podríamos recibir críticas por no haber devuelto un golpe que recibimos o porque alguien logró engañarnos, según esto, en la agresión o el engaño de los que fuimos víctimas: ¡somos nosotros quienes debemos sentirnos culpables! Esta tendencia se mantiene hasta la vida adulta. Si una mujer es infiel, es el marido quien recibe las peores críticas. Esta tendencia a asumir culpas ajenas es tan fuerte, que mujeres que sufren violencia de género se sienten culpables de haber sido golpeadas y prefieren ocultarlo. A menudo la Sociedad contribuye a generar una culpabilidad injusta.

La culpa no necesariamente es negativa porque, al sentirnos incómodos por ella, puede ser un poderoso motor para hacernos cambiar y superarnos, aunque en ocasiones el juicio de valor que hacemos es incorrecto y nos hacemos un autorreproche injustificado e innecesario.

El ser humano mentalmente sano tiene necesariamente valores que le sirven de guía durante toda su vida, el violar esos valores le provoca malestar que puede tratar de ignorar, pero que siempre le afectará de una u otra forma, incluso podrá acarrearle enfermedades tanto físicas como mentales, afectar el desenvolvimiento de su vida social, disminuir motivaciones y energías vitales, etc. El sentimiento de culpa impacta en la espiritualidad y el equilibrio emocional.

Somos energía que a simple vista podría parecer estática, pero que siempre está en movimiento o fluyendo, sin embargo, el sentimiento de culpa supone un freno por diversas razones, entre las que podríamos señalar: por un lado, cuando tenemos el sentimiento de que no vamos bien, en nosotros operan mecanismos que bloquean nuestra energía, por la misma razón que no corres a toda velocidad cuando el camino está totalmente obscuro. Normalmente olvidamos que no tenemos el control de la mayoría de nuestras funciones internas, pero estas se guían por las señales que envía nuestro cerebro de manera consciente o inconsciente. Pero cuando sentimos que no vamos bien, aunque no nos demos cuenta, nuestra mente determina que el cerebro transmita ondas electroquímicas inhibitorias que no favorecen al funcionamiento saludable de nuestro cuerpo. Realmente no necesitamos que Dios venga a producirnos una enfermedad como castigo, nosotros mismos podríamos generarla con nuestras actitudes, conscientes o no.

Cuando estamos felices no solamente proyectamos una sonrisa, sino que impregnamos nuestro entorno de energía positiva. La psiconeurofisiología de alguien satisfecho por su vida, no es la misma que la de alguien que se siente terriblemente culpable. Hasta la profundidad y regularidad de sus movimientos respiratorios cambian visiblemente.

El sentimiento de culpa es contrario a la felicidad y podría obligarnos a consumir pastillas para dormir, drogas o alcohol para no pensar, aislarnos, trabajar más de lo necesario, asumir conductas autolíticas para castigarnos, afectar nuestra concentración e incluso hacernos perder el sentido existencial.

Si perdemos la razón podemos perder nuestros valores morales, pero mientras tengamos juicio tendremos valores, y traicionarlos siempre nos hará sentir culpables y cuando intentamos ignorar nuestras culpas, las pasamos a nivel subconsciente, donde el daño sigue, aunque no nos demos cuenta. Eliminar un sentimiento de culpa y curarse de una enfermedad física o mental, podría ser una misma cosa.