Me veo obligado a hacer un alto. A repensar la vida desde la Resurrección de Jesús, el nazareno, el ungido, el cristo y crucificado, el hijo del hombre y, sobre todo, el hijo de María, que habitando dentro de su vientre la hizo “bendita entre las mujeres”. Cristo, su hijo, el Resucitado.
A decir de Pagola[1], “se llamaba Yeshúa, y a él probablemente le agradaba”. Del mismo autor referido, el nombre quiere decir, según la etimología más popular, “Yahvé salva”. Vino, nació pobre entre los más pobres, sin techo propio, ni siquiera con cuna propia. Creció y cuando le llegó el tiempo, no dudó.
¿Por qué?, debió ser la pregunta de quienes le acompañaban proclamando la buena nueva. ¿Por qué morir de esa manera? La peor de las muertes, entonces. Vejado, golpeado, escupido, ridiculizado, martirizado hasta más no poder, coronado con cruz de espinas, martirizado hasta el límite, más, sin embargo, Él, los perdonó.
Pero aquel hombre ultrajado y asesinado, emergió de entre los muertos y resucitó al “tercer día”, que en el lenguaje bíblico según señala Pagoda significa “el día decisivo”, aquel que nos “trae la salvación”. Haciéndose presente en primer término a la mujer, la Magdalena y luego a sus discípulos.[2]
La mujer ha tenido en la vida de Jesús un lugar singular e importante; ellas estuvieron siempre en su vida como en su muerte y resurrección. No dudó acercándose a la samaritana dándole a beber “agua de vida”; a la adúltera que liberó de toda condenación; a Marta haciéndola su discípula; dejó que la pecadora le ungiera lavando sus pies, perdonándola… ellas les dieron la buena nueva a los discípulos.
¿Cómo vivir la resurrección hoy cuando tantas mujeres son víctimas de sus parejas cegándoles la vida? ¿Cómo hacerlo cuando las ideologías se yerguen por encima de todo, exterminando niños y niñas, jóvenes, hombres y mujeres, ancianos en una danza macabra que no parece tener fin?
¿Cómo vivirla en medio de una cultura centrada en el consumo irracional que convierte en necesidad aquello que no lo es? ¿Qué endiosa lo fatuo convirtiéndolo en anhelo delirante, en símbolos de vida, cuando solo nos despojan de lo humano, haciéndonos idólatras de ellos mismos?
Sin embargo, aquella vida breve pero intensa, extraordinaria, que se ha mantenido por miles de años, nos sigue invitando a seguir su Palabra, tan fresca y llena de vigor como entonces, que nos sigue interpelado desde todos los espacios que la vida nos ha colocado.
La vida de Jesús, el nazareno-el ungido-Cristo el crucificado, sigue siendo un misterio. El misterio rebelado. Que transformó la historia y continúa haciéndolo, transformando vidas, hoy y siempre. A más de dos mil años, su mensaje de vida sigue teniendo la frescura de entonces, llamándonos al amor y al perdón.
El encuentro Jesús resucitado “solo acontece en la adhesión interior y el seguimiento fiel. Con Él nos encontramos al confiar en Dios como confiaba él; cuando creemos en el amor como creía él, cuando nos acercamos a los que sufren como él se acercaba, cuando defendemos la vida como él nos enseñó a hacerlo.
Cuando brindamos aliento en vez de desconsuelo, cuando abrazamos al amigo, a la amiga, manifestándole nuestro amor sin condiciones. Cuando estrechamos la mano en un gesto de amor y sentimiento mutuo. Cuando al mirar al otro le dejamos gozo y felicidad. “Cuando contagiamos la Buena Noticia que él contagió”.[3]
Cuando antepongamos por encima de todo, los intereses de los miles y miles de niños, niñas y jóvenes que anhelan, necesitan y añoran una educación de calidad, que les permita crecer, desarrollarse como seres humanos, como ciudadanos de un mundo nuevo por construir.
[1] Pagola, José A. (2007). Jesús, aproximación histórica. Editorial y Distribuidora, SA. 8ª edición 2008. Madrid.
[2] Evangelio según San Juan 20, 11-18. Idem.
[3] Pagola, J. A. (2007). Ob. Idem.