Del mismo modo que en el mes de julio en la ciudad de Santo Domingo se celebró la Semana del Cambio Climático para América Latina de la Organización de las Naciones Unidas, entre los días 29 de agosto y 1 de septiembre, en la ciudad de Libreville, en Gabón, tuvo lugar la versión africana de estas sesiones de preparación para la XXVII Conferencia de las Partes (COP 27), sesiones de trabajo que se celebran desde que en la célebre Cumbre de Rio numerosos actores decidieran alertar sobre la necesidad de acciones urgentes en torno a la protección del medio ambiente.
Algunas de estas conferencias han suscitado más interés que otras y su lugar cambiante sirve para que haya revuelo local en una amplia cantidad de ciudades que contribuyen de diferentes maneras al problema y a sus posibles soluciones. Tenemos así que se han celebrado reuniones en Alemania, Argentina, Canadá, Dinamarca, Escocia, Francia, Holanda, India, Indonesia, Italia, Japón, Kenia, Méjico, Perú, Polonia, Qatar Suráfrica, es decir, con representatividad de regiones geográficas, estatus socioeconómico mundial y religiones. A las Naciones Unidas no se les puede negar su voluntad y eficacia en actuar combinando la atención a la unión dentro del respeto a las diferencias. Mucho trabajo y bien hecho.
Sin embargo, a mi entender, la semana climática más eficaz de todas es probable que haya sido la tercera de agosto, donde los europeos vivieron toda suerte de calamidades de diversa índole debido al cambio climático: incendios, sequías, tormentas y no estuvieron las famosas langostas del desierto del Antiguo Testamento, pero sí cierto aumento de los casos de viruela del monoy el envenenamiento masivo de vacas debido a que la falta de agua les confiere un carácter mortífero a ciertas plantas como el sorgo. Apocalíptico. Lamentable.
Dentro de todos estos desastres, es rescatable una pequeña maravilla: el hecho de que existan los medios y el personal para documentar la amplitud del campo de la batalla que se está desarrollando entre el medio donde vivimos y las acciones que los seres humanos llevamos a cabo. Con verdadero espíritu de colaboración, un grupo de periodistas reunieron imágenes que dan verdaderos escalofríos al reflejar la inutilidad del ingenio y la destreza de los romanos en construir puentes si la naturaleza está sufriendo y las decenas de arcos que lo soportan tienen un carácter ornamental porque no hay agua bajo los mismos. Especialmente sobrecogedora es la inscripción escrita no se sabe en qué siglo, en una piedra que normalmente está en las profundidades del río Elba, indicando que si uno es capaz de ver ese mensaje lo que cuesta es llorar porque se anuncia una gran hambruna. ¿Qué es rescatable de esta foto? Saber que en siglos anteriores se verificó por lo menos una catástrofe similar y que si se combina la pericia adquirida desde entonces, si nos lo proponemos, juntos podemos revertir esa tendencia.