La palabra cuaresma del vocablo latino cuadragésimo, nos recuerda los cuarenta días de ayuno y oración que pasó Jesús en el desierto. También, el número de días que anteceden a la Pascua.

Con la celebración del Concilio de Nicea en el año 325, es cuando se oficializa la cuaresma constituyendo esto, una práctica de preparación de la pascua.

La Cuaresma inicia con el miércoles de ceniza, donde los fieles creyentes la recuerdan mediante la imposición de una cruz con ceniza en su frente, para recordarles a los hombres que es polvo y al polvo volverá, señalando con este gesto la provisionalidad de la vida.

Hoy los tiempos han cambiado, el ayuno y la penitencia cuaresmales apenas son acogidos por los cristianos más comprometidos. Parte de la sociedad se ha secularizado, las costumbres y tradiciones han dejado de ser factor determinante en la conducta social, llegando muchos a cambiar lo que es la cuaresma y Semana Santa, convirtiéndola en un tiempo para el disfrute de playas y ríos.

La institucionalidad de Semana Santa se remonta a los primeros años que siguieron a la muerte de Jesús, cuando los apóstoles y seguidores del Señor trataron de renovar el fervor de cada episodio de la pasión y muerte del Salvador.

En otros tiempos, la Semana Santa se escogió como Semana Mayor, en Alemania era conocida como la Semana de los Lamentos, en Grecia, Semana de la Vigilia, debido a que durante la misma no se dormía. También conocida como Semana del Trabajo, por los tantos martirios que sufrió Jesús en el Calvario.

La Semana Santa da inicio con el domingo de Ramos, para reflexión en el ministerio central del Cristianismo, Muerte y Resurrección del Señor. Se recuerda igualmente, la entrada triunfal de Jesús en la ciudad de Jerusalén, cuando el pueblo lo recibe entre aclamaciones, palmas y aplausos.

Desde muy temprano la Semana Santa se reducía a las actividades propias de la iglesia, donde se oraba con una verdadera devoción, en especial los días jueves y viernes Santos y hasta las diez del sábado de Gloria cuando el repicar de campanas anunciaba la Resurrección del Señor.

Durante los días Santos, nadie osaba hacer el mínimo ruido, ni hablar en voz alta, pues, eso se creía una irreverencia.

En los hogares no se barría, no se preparaban especias ni comida, todo era preparado días antes. Las calles y avenidas lucían desiertas, sin vehículos ni carretas, nada de transitar, el gran silencio, reinaba, tanto en campos como en las ciudades. Los altares en las iglesias, eran cubiertos con telas de color purpura o morado en otros casos de negro, en señal de duelo.

Nadie era capaz como suele ser en la actualidad, de irse a la playa, al río o balneario a exponer su cuerpo y mucho menos a bailar en traje de baño, como es tan común al presente y a ingerir bebidas alcohólicas y más si dicen ser cristianos.

Desde el jueves y viernes, se origina un gran desplazamiento para playas, montañas, y ríos, otros se marchan a sus pueblos de origen con el propósito de visitar a sus familiares, aprovechando lo que muchos llaman “la celebración de Semana Santa”.

Este vacío nos muestra lo ajeno que están las ciudades, sus habitantes a lo que puede ser un tiempo de reflexión y recogimiento familiar. La Cuaresma y Semana Santa no son privilegio de nadie, sino tiempo para todos.