A fin de entender más cabalmente la condición inherente de los seres humanos, y la secuencia del “drama de la redención” que culminó con la presencia del Cristo vivo la mañana del Domingo de Pascuas, hazte una imagen de la “realidad virtual” de lo que pasó en Jerusalén durante la última semana de la vida terrenal del Profeta de Nazaret, y el primer día de su victoriosa resurrección de la muerte y el sepulcro.  

Vea por ahora el lapso del Jueves Santo a Domingo de Resurrección, que conocemos como “Semana Santa”, pues es un tiempo característico en la historia de la humanidad, porque en esos cuatro días ocurrió un cúmulo de incidencias que revelan todas las actitudes que caracterizan a los seres humanos.

En ese acontecer histórico, el panorama de la leyenda acumula la mezcla de ocurrencias con la participación proactiva, o la condición pasiva de personas, con quienes, como individuos, podríamos estar tipificados de manera personal o virtual.

Las cosas que pasaron en ese momento histórico de los últimos días de la vida de Jesús el Nazareno, el Verbo Encarnado, el Hijo de Dios, están comprendidas en el conjunto de los pensamientos, actitudes, condiciones y acciones que prevalecen en la forma usual de los seres humanos.

Es de lugar mencionar las condiciones y actitudes de los participantes en los eventos de la Semana Mayor para danos cuenta de que muchas veces somos o tenemos de estas mismas cualidades que pueden ser aludidas ahora.

Entre estas actitudes mostradas en las escenas en esos cuatro días tenemos lo siguiente: disfrute de  una cena comunitaria, traiciones y negaciones, brutalidades, oraciones de profunda intimación mística, intenciones malévolas, desbandada y huida de los fraternos,  intriga de dirigentes religiosos, uso desmedida de fuerza armada, imposición  autoritaria, confabulación de dirigentes religiosos y del gobierno imperialista, proceso en juicio de invalidez legal y condena por tendencia y predominio político, abuso inhumano de poder para extorsionar e infligir dolor y sufrimiento, aclamaciones de grupos instigados por fanáticos religiosos, lamentos y lloros de mujeres por maltrato a un condenado, imposición arbitraria a una persona vulnerable, clavada a una cruz, que es símbolo de ignominia y humillación, un cuadro patético del colgado al martirio que perdona a los malhechores: “porque no saben lo que hacen”, testimonio presente de una adolorida madre, tías y fraternos allegados al crucificado, y oír el conmovedor brote de amor filial de un hijo moribundo que encarga a su madre al cuidado de un amigo de confianza, el reconocimiento de un saldado que el crucificado es “realmente el Hijo de Dios”, la conmiseración de dos personajes de la religión judía que se encargan de sepultar con reverencia al extinto predicador, silencio de sepultura, asombrosa  revelación por la desaparición del cuerpo enterrado, pero maravilloso encuentro en vida del sepultado guía espiritual al ser revelado a María Magdalena, y otras mujeres, temprano el domingo de la resurrección.

La narrativa de los evangelios que abarcan los acontecimientos de la etapa culminante de la vida terrenal de Cristo Jesús, y que dicen cómo los personajes y grupos exhibieron las condiciones que provienen de los corazones, mentes, sentidos y accionar de los seres humanos, y nos hacen ver que somos de estas mismas estirpes.