Sonia Henríquez-Ureña de Hlito, nacida el de abril de 1926 en la Argentina, donde falleció el pasado domingo 26 de junio, era la hija menor del humanista dominicano Pedro Henríquez. La conocimos en abril del año 2002 en aquella memorable ocasión en que, en representación de la Biblioteca Nacional cuyo nombre honra la memoria de su padre, recibimos, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, la máquina de escribir Royal que utilizó su padre desde 1941 hasta el momento de su muerte el 11 de mayo de 1946. A partir de ese momento surgió entre nosotros una amistad que fue para siempre.
Hoy lamentamos profundamente su partida física, infausta noticia que nos fuera comunicada por el escritor y tocayo Miguel D. Mena. Pero vamos a referirnos a nuestro segundo encuentro con doña Sonia, no a ese primero al que hemos hecho referencia ni tampoco a las circunstancias de su muerte reciente.
Con esa sonrisa contenida, pero suave ―que armonizaba con su mirada profunda, dulce, y que reflejaba la reciedumbre de su carácter, réplica tal vez del de su ilustre padre―, así recordamos, ahora, a doña Sonia Henríquez-Ureña de Hlito. Residía en ese momento en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, donde vio la luz del mundo por primera el 10 de abril de 1926 y donde casó con el pintor argentino Alfredo Hlito Olivari (1923-1993), considerado un innovador de las artes plásticas argentinas en los años 40s. Con este reputado artista procreó dos hijos: Pedro y Gabriela.
Fue un encuentro amistoso, cargado de la familiaridad propia de los seres transparentes como doña Sonia. Las 4:00 p.m. era la hora acordada para nuestro segundo encuentro con la distinguida hija del gran Pedro. Fue en el lobby del Hotel Embajador, en la ciudad de Santo Domingo. Llegamos primero, llegamos puntual, como corresponde a todo caballero cuando ha de encontrarse con una dama. Más aun cuando se trata de una dama de tan noble estirpe cultural, sobreviviente de la familia de mayor hidalguía espiritual de la República Dominicana: la familia Henríquez Ureña. Al escritor y amigo José Alcántara Almánzar le agradecimos el que, generosamente, jugara el rol de enlace entre doña Sonia y yo. él propició el encuentro.
Un tema se imponía: su padre. Ella vestía una delicada blusa blanca y pantalón de igual color. Se le notaba ya la presencia del tiempo en su caminar: «Ya estoy muy cansada, Miguel, para estar viajando; creo que este es mi último viaje a la patria de mi padre», fueron las palabras que precedieron a su amable saludo. Recibimos de doña Sonia un abrazo afectuoso, cálido. Nos sentimos su sangre.
Fue el martes 2 de octubre de 2007, día en que tendría lugar la puesta en circulación de una moneda conmemorativa de RD$60.00 con la efigie de la eximia poetisa Salomé Ureña de Henríquez, su abuela paterna. Esta moneda «tiene terminación Proof, un diámetro exterior de 26 milímetros y un diámetro interior de 20 milímetros, un peso de 12 gramos, con cantos estriados gruesos e interrumpidos, borde liso, anillo de Plata Sterling 925 y núcleo de Oro Ley 750». Fue acuñada por la empresa polaca Mennica Polska, S. A.
A doña Sonia le correspondería hablar en ese homenaje póstumo a Salomé en representación de la familia Henríquez Ureña, razón por la que el Banco Central de la República Dominicana la invitó a venir desde Buenos Aires, a donde sus padres habían arribado en junio de 1924, procedentes de México, en ese peregrinar constante en busca de mejores condiciones de vida y de circunstancias más favorables para la continuación de su obra intelectual y académica.
La conversación entre la nieta de Francisco Henríquez y Carvajal y nosotros fue larga y amena, como si existiera algún vínculo parental entre nosotros. Así nos hizo sentir ella, así de feliz nos sentíamos al conversar tan cordialmente, tan familiarmente, con esa heredera del más insigne de los hombres de letras nacidos en el suelo que el apóstol Eugenio María de Hostos eligió como su segunda patria.
De lo que hablamos, de lo que doña Sonia nos dijo y de lo que le dijimos a ella, de todo ese diálogo memorable habremos de escribir algún día, no ahora. Ahora, atravesada el alma del pesar causado por su fallecimiento, solamente hemos pretendido alimentar nuestra memoria de gratos recuerdos que nos vinculan a ella, a su honorable familia, cuyos miembros nos han distinguido con su amistad por más de veinte años. Con ellos nos identificamos en medio de la pena y el dolor que la partida definitiva de ese ser tan especial y tan querido les produce en estos momentos.