El mes de diciembre fuese significantemente más grato si el tránsito terrestre funcionara correctamente en la ciudad de Santo Domingo. Pero este no es el caso. Notamos con sorprendente conformismo como cada día que avanza, el tránsito deviene peor y los embotellamientos continúan hasta las horas de la noche. Es un tema que se discute eternamente en los trabajos, hogares y eventos sociales, pero con la configuración de un fait accompli, y no de un reto a enfrentar.

La reacción gubernamental a los reclamos de la sociedad en estos sentidos ha sido débil. En particular, un funcionario del sector transporte sugirió que la simple solución al problema del tránsito es que, si usted sabe que a cierta hora existe un “tapón” en determinada intersección, no vaya a ese punto y ya. Dicho comentario se une a un rico legado de declaraciones de funcionarios que se destacan por su disociación de la realidad.

Los efectos del tránsito tienen un componente social y otro económico. El social es difícil de cuantificar, pues el tránsito simplemente les roba significante tiempo a los ciudadanos de esta urbe. Cada minuto perdido en un embotellamiento es un minuto que el ciudadano no puede compartir con su familia, seres queridos y amigos. Como el tiempo no vuelve, el tránsito le resta calidad de vida al conductor y los pasajeros. Y esta calidad de vida ya de por sí es golpeada diariamente por muchas otras deficiencias públicas en el sistema de salud y el sistema educacional.

Aunque el componente social no es medible, sí podemos estimar el componente económico. Cada minuto perdido dentro de un vehículo es un minuto que el conductor o pasajero no puede destinar óptimamente a generar valor, ya sea respondiendo un correo, redactando una carta, usando Excel u orientando a jóvenes. Yéndonos a un nivel más macro, sólo faltaría sumar todo el tiempo que destinamos en un año a combatir los tapones para entender la magnitud de esta ineficiencia. Ya les correspondería a los economistas procurar algún estimado del costo financiero aproximado por cada hora de tapón en Santo Domingo — el que está tratando de sobrevivir un tapón para realizar sus quehaceres diarios está perdiendo una oportunidad para pensar en soluciones novedosas a problemas o avanzar su productividad laboral, salvo por aquella minoría que tal vez se traslade con chofer.

Al unir ambos efectos, el social y el económico, queda más que claro que el tránsito es uno de nuestros retos urbanos más sustanciales, junto a la educación y la salud pública.  Más evidente, sin embargo, es que las soluciones que históricamente nos fueron vendidas — elevados, pasos a desnivel, circunvalaciones y ampliaciones de avenidas — no parecen haber atenuado el problema, pues la realidad es que el parque vehicular ha seguido creciendo y creciendo, así como el número de habitantes y la densidad poblacional, especialmente en el Polígono Central.

Dejando al lado el impacto económico y social, que es en todo caso, ineludible, hay otro efecto más amorfo y sentimental, aquella idea de que estamos echando a perder el ilustre pasado de Santo Domingo e intercambiándolo por un futuro que será aún más insostenible y agobiante.

No hay una solución fácil al problema del tránsito, pero un primer esfuerzo está en hacer cumplir la ley, lo cual no se hace en su totalidad. Por ejemplo, los agentes de tránsito no pueden permanecer indiferentes a las vejaciones de los motociclistas enchalecados, quienes se esconden irresponsablemente detrás de la excusa de que están procurando el pan de ese día, cuando en realidad lo único que logran es sembrar el caos. Así mismo, las autoridades deben aplicar celosamente la Ley 63-17 de Tránsito Terrestre y penalizar a los propietarios de vehículos que no cumplen con las normas técnicas para transitar, así como combatir la importación de vehículos desensamblados que luego son reensamblados en el país.  Con estos primeros pasos se podría notar una mejoría en el tránsito de la ciudad.

Más allá, es necesario continuar apostando al transporte público de calidad mediante las ampliaciones del metro y los autobuses públicos a más puntos de la ciudad, mientras que concomitantemente se procure la erradicación paulatina de los conchos públicos más destartalados y la reinserción de los choferes de carros públicos en otra rama laboral.

Mientras sigamos con el problema del tránsito continuaremos siendo una ciudad única que echa su potencial por la borda y apuesta a su insostenibilidad como centro urbano. Las ciudades cumplen una función económica y social vital para los países, pues son los lugares donde se genera mayor riqueza, en esencia, estuarios que combinan personas de todos los orígenes que buscan crecer y contribuir a su identidad. Este problema de los tapones nos roba la oportunidad de ser más productivos, mejorar nuestra cultura y hacer la ciudad más deseable desde el punto de vista del ornato público. Pero al final de la historia, el tránsito es un reflejo de la sociedad que somos – nada más y nada menos.