Gracias a Putin y Zelenski se ha puesto de moda en los medios de comunicación occidentales burlarse de la supuesta estupidez rusa, de basar parte de su propaganda y justificación de la guerra en que Ucrania está controlada por los nazis. ¿Cómo puede afirmarse eso si el presidente de Ucrania es judío? Repiten esto miles de veces, hasta hacer que nadie dude de que los rusos mienten y son obcecadamente tontos o mentirosos.
Soy de los que consideran que quizás para la propaganda y movilización interna en Rusia a favor del gobierno emplear como base de la propaganda que el combate es contra una especie de nazismo de nuevo cuño sea eficaz. Pero también considero que para su propaganda externa es no solo ineficaz sino hasta torpe.
Obviamente, un repaso a la historia del siglo XX nos muestra que Ucrania fue una base de apoyo de los nazis en su invasión a la Unión Soviética. Pero eso no los hace ser hoy nazis o que estén dominados políticamente por nazi-fascistas. En Rumania hubo una dictadura pro nazi con Antonescu y su grupo político-militar de la Garda de Fer.
En Polonía hubo polacos que siguieron a los nazis y que incluso llevaron a cabo matanzas horribles de judíos. El historiador norteamericano de origen judío polaco Jan Tomas Gross, en su libro Vecinos, narra cómo los polacos destruyeron un pueblo habitado por judíos y en otro libro, Miedo, analiza el antisemitismo polaco.
En Hungría, los pro nazis hicieron matanzas de judíos lanzándolos, algunos vivos, al Danubio. En ocho semanas en 1944 deportaron a 424 mil judíos y al finalizar la guerra se cuenta en 565 mil los judíos asesinados por los nazis y las milicias del dictador Horthy.
A la Rusia soviética fueron a combatirla batallones de fascistas de casi toda Europa. Y sin embargo, aún hoy, hay grupos nazis o fascistoides, algunos de los cuales, señalados como tales por su ideología, como el llamado Grupo Wagner, actúan como mercenarios contratados por el Gobierno ruso.
En Alemania, Francia, Austria, Grecia, Países Bajos, Polonia, Hungría y hasta en España hay más o menos fuertes partidos fascistoides o de extrema derecha en cuyo seno hay ideólogos, miembros de sus cuerpos de seguridad e incluso dirigentes de estirpe nazi o fascista. Ahora incluso se tratan de articular en una informal, pero efectiva “Internacional parda”, animada por el ex asesor de Trump Steve Bannon.
Como nos recuerda el especialista en la extrema derecha Cas Mudde, tres de los países formalmente con las mayores democracias del mundo (Brasil, India y EE.UU.) tienen o han tenido presidentes o jefes de gobierno de derecha radical o ultra derecha. Y en Europa, en Hungría, Polonia, Austria, ha habido o hay jefes de gobiernos que se pueden asimilar a la ultra derecha o están muy cercanos a esas posiciones.
O sea, que denunciar que en el mundo y específicamente en Europa y en EE.UU. hay movimientos políticos con cada vez mayor fuerza que se pueden clasificar como de ultra derecha no es ninguna tontería, ni demuestra ceguera. Uno de los rasgos definitorios de la ultra derecha de primera generación, la de Mussolini y Hitler, era su antisemitismo. Eran unos racistas ideológicos que consideraban abiertamente que la raza aria era superior y que los judíos y otros semitas, como los árabes, además de otras “razas”, asiáticos, negros, indios americanos y mezclados o mestizos de todo tipo de razas, eran seres inferiores, era uno de sus principios ideológicos.
Hoy se ha producido un cambio importante en ese sentido. Sigue habiendo un racismo esencial, pero se disimula más y se acepta, no sabemos si como mera táctica para llegar al poder, incluso la militancia de personas de “razas o etnias inferiores” en algunos de esos grupos. Algunos son usados como objeto propagandístico y se les convierte en diputados y están en la dirección nacional de esos partidos.
El marketing político obliga a hacer concesiones a ciertos segmentos de votantes y tanto en Europa como en otros países, como hay una población de inmigrantes, muchos de los cuales pueden votar, pues hay que flexibilizar los principios para adquirir poder…luego ya se verá.
Dentro de esta nueva “línea” de la ultra derecha, también hay un cambio respecto a los judíos. Por el peso de Israel, por su apreciación de este Estado como un cliente de los EE.UU., y por su papel contra los árabes y el terrorismo islámico, se les ha quitado el veto y ya no se les utiliza como chivos expiatorios de todas las conspiraciones y se les acusa de ser culpables de todos los males de Occidente.
Ese papel se les transfiere al islamismo radical y, de paso, a los musulmanes en general. Tanto por su defensa de la Yihad , de la Shariá, y por su renuencia a la “occidentalización” en usos y costumbres, y el papel subordinado que tiene la mujer en esa cultura, que es un frontal choque cultural en la sociedad occidental, en una época de lucha contra el patriarcalismo y el machismo. Esa actitud causa un gran rechazo en la población y por ahora, favorece el flujo de votos hacia la ultra derecha.
Es más, el candidato a la presidencia de Francia de la ultra derecha más ultra, a la “derecha” de Marine Le Pen , Zemmour, es un judío de origen bereber. Y aquí llegamos al punto nodal de este trabajo. Que es una falacia decir que si alguien es judío ya por ello no puede ser nazi, fascista o ultraderechista. Evidentemente ser nazi para un judío es algo contra natura. Hay que tener una distorsión mental, un problema psiquiátrico agudo para que un judío acepte los principios nazis, muy especialmente los que se refieren a los judíos.
Aunque no tiene que ser tan extraño que pueda aceptar otras ideas del nazismo alemán o del fascismo italiano. Sea parte de sus teorías o de sus prácticas intimidatorias, represivas e incluso criminales contra los sindicalistas, los socialistas, los comunistas e incluso contra demócratas consecuentes.
Hoy todo ese odio ideologizado se puede dirigir contra el islamismo radical terrorista. Contra lo que algunos llaman la islamización de Europa a través de los flujos migratorios y de la utilización de la institución del asilo y refugio, para el trasvase de millones de personas creyentes del islam hacia la geografía europea. Unos huyendo de la guerra, pero muchos más por motivos económicos.
¿Qué nos muestra esta situación? Que la ultra derecha actual, aunque no sea igual al nazismo, ni siquiera al fascismo italiano, al fascismo hispánico franquista o al salazarismo portugués, sino que tiene rasgos distintivos y diferenciados con los mismos, los anima el mismo espíritu esencialista que algún autor sintetizó magistralmente en la ecuación fascismo = capitalismo + asesinatos. Es decir, represión a todo el que haga oposición activa tanto a las condiciones de trabajo como al gobierno.
Los hechos recientes de Buffalo en EE.UU., son un recuerdo para despistados. El supremacismo racial -en este caso blanco-, es una manifestación de un fascismo esencial y ese odio lleva a perseguir, acosar y en última instancia, asesinar, a los que se consideran causantes del mal que se quiere evitar: que los “no blancos” pongan en peligro el dominio de la raza aria o la caucásica.
Ese odio y persecución se extiende de la “raza” a otros grupos: A las mujeres que abortan, a los que mantienen relaciones sexuales heterodoxas, a los que ponen en cuestión el tipo de familia tradicional. A los trabajadores de cuello azul o blanco, a los maestros, profesores, profesionales, intelectuales, artistas, etc., que ponen en peligro, con sus luchas y reivindicaciones sociales, la vigencia del capitalismo.
Ese fascismo esencial no es cosa del pasado ni es privativo de unos “pueblos” y otros estarían excluidos a priori. También hay judíos que han defendido ideas fascistas o parafascistas. De manera que la respuesta a la pregunta ¿puede un judío ser nazi-fascista? Se puede contestar con un sí, pero…haberlos los ha habido, pero nazis estrictamente es como buscar una aguja en un pajar. Serían tipos raros, enfermizos, desquiciados mentales. Un judío en su sano juicio no podría ser nazi, salvo odiándose a él mismo profundamente.
Ahora bien, fascistas o fascistoides ha habido y muy notables. Como veremos en una próxima entrega.