Hace un año y un mes se empezó a exhibir “No mires arriba” (”Don’t look up”) una película que trataba de forma de sátira nuestra ceguera colectiva frente a los procesos climáticos, ilustrados como la desatención grupal a la inminente caída de un meteorito gigante identificada por una científica en un lugar aislado.

 

Muchos lo ignoran, pero las condiciones peliculeras en que los científicos descubren el desastre que se avecina son bastante similares a las que vivía un grupo de científicos a mediados de la década de los años ochenta del siglo pasado en la Antártica. Desde hace más de un siglo las exploraciones al polo sur habían cautivado el interés de aventureros del Reino Unido. A raíz de la guerra de las Malvinas (1982), se renovaron y aumentaron las dotaciones financieras para las estaciones científicas británicas en esa región (había que justificar haber invertido dinero en recuperar territorios que literalmente le quedaban el fin del mundo a los ciudadanos que pagaban impuestos).

 

En 1984, un joven científico recién llegado a la estación, Jonathan Shanklin, se puso a revisar y comparar los registros que se habían ido acumulando a través del tiempo.  Al principio creyó que no iba a haber diferencias significativas entre los datos acumulados y pronto descubrió que en tan solo unos meses era posible ver diferencias importantes en la cantidad de ozono en el cielo.  Primer aprendizaje: hay que revisar y tener visión de conjunto, no solo anotar lo que va sucediendo.

 

Sus conclusiones fueron contundentes y, dado que existía ya cierta conciencia sobre el cuido del Medio Ambiente, inmediatamente se empezaron a redactar protocolos que regulaban el uso de factores que tenían un efecto negativo.  Personalmente, en el año 1989 conocí gente que le prestaba gran atención a esta información.  Segundo aprendizaje: hay público potencial hasta para las informaciones que de entrada pueden parecer distanciadas de la cotidianidad.

 

Naturalmente, no todo el mundo se tomó el mensaje en serio y desde entonces se han escuchado tantos llamados de alerta como opiniones de descrédito sobre la posible incidencia de los seres humanos en alterar las condiciones del clima.  Pero los que intuían que esta información podía tener validez, al contrario de los personajes retratados en la película, empezaron a encontrar un público cada vez mayor, como los que redactaron el protocolo de Montreal en 1987 y luego todas las demás cumbres alrededor del tema y Conferencias de las Partes.  Tercer aprendizaje: la perseverancia puede traer éxitos.

En el año que acaba de cerrar, la NASA reportó que, si bien la perforación en la capa de ozono sigue siendo grande y fue aumentando por más de treinta años, existe ya una tendencia en la disminución de su tamaño iniciada el año 2019.  A partir de ahí las informaciones se complican porque los científicos discuten sobre los momentos ideales para hacer las mediciones, pero lo que es indudable es que ha habido más treinta meses de disminución.  Mejor aún, en el pasado mes de diciembre se publicó un estudio que demuestra que aún esfuerzos relativamente pequeños tienen una incidencia en el registro de emisiones de anhídrido carbónico. Así que, cuarto y más significativo aprendizaje: la suma de visión de conjunto, capacidad de transmitir el entusiasmo por la acción, acción real, más perseverancia en todo ello puede traer resultados positivos. Ojalá que las resoluciones de año nuevo de mucha gente incluyan un aporte en este sentido. Es el mejor regalo de Reyes que podemos ofrecer.