Quienes conocieron de cerca a Raúl Pérez Peña (Bacho), saben que su ímpetu revolucionario, lo alimentaba una sensibilidad hacia el pueblo humilde, que le daba razón y motivos a sus luchas. Intenso combatiente contra las injusticias, Bacho no dejaba nunca de evocar los extraordinarios recursos y méritos humanos y comunitarios de un pueblo que, a pesar de todo, sacaba de abajo para sobrevivir, gracias a su producción cotidiana de cultura. En este escrito, Bacho habla de la figura del dominicano y la dominicana que salían a pie a las calles del país a ofrecer diferentes productos y servicios, con gran creatividad, animando el diario vivir de todos. En este texto, le rinde homenaje.
Se la buscan. Llevando por las calles*
(Publicado originalmente el 23 de noviembre de 1986, en el suplemento “Domingo en especial” del Listín Diario). Raúl Pérez Peña (Bacho)
En un intento de encontrarle expresión humana y con sabor a merengue se podría hablar de Alberto Beltrán y su venta de toda clase de dulces por calles y avenidas. Muchos recuerdan los tiempos en que le llamaban El Tiburón, antes de que su voz y su ritmo le dieran fama como artista. En una “batea” blanca con un número 19 grande, El Tiburón hacía su venta visitando en horas de recreo los centros escolares. Cuando entró en el arte, popularizó una canción evocando su experiencia.
Los tiempos presentes nos ofrecen un cuadro con miles vendiendo al estilo del Tiburón. Cada uno con una expresión que lo populariza en los distintos sectores. En un cuadro multicolor por la diversidad de la venta y por las imágenes de los rostros humanos que le imprimen vida. Rostros de ingenuidad infantil. Rostros de madres de sonrisa triste que venden flores pasando sinsabores. Rostros maduros por una vida no precisamente “callejera”, aunque tenga la calle como escenario.
Se trata pues, de toda una gama que vemos y vivimos día por día: plataneros, chineros, coqueros, dulceros, “frieros”, quiperos, heladeros, maniceros, los que venden frutas, y otros como los que venden verduras, que podemos llamar verduleros, resultando todos merecedores, verdaderos labradores de su propia subsistencia. Algunos no venden, sino que compran: desde botellas hasta baterías. Otros ofrecen servicios, como el zapatero ambulante, el limpiabotas, el amolador, el que arregla sombrillas, y el atesador de bastidores, etc.
El mosaico de ofertas se completa con los puestos fijos que hacen tradición en distintos puntos de los centros urbanos. Por ejemplo, ¿quién no conoce en la parte baja de la capital el puesto de venta de fríos fríos y dulces de doña María “La Turca” en la calle José Reyes, casi esquina Mercedes? Todos conocen también el popular chinchorro de venta de catibías en la calle Santiago, donde estuvo la Embajada de Cuba; últimamente han cobrado fama las empanadas y refrescos naturales que venden de tarde en la calle Santomé. Y por la mañana, los yaniqueques de la Summer Wells. De seguir citando puntos, sería la de nunca acabar. Mientras tanto, desde que amanece hasta que anochece, la vida urbana tiene el latir de esta gente que dignamente se gana el pan de su familia con el sudor de su frente.