“Que el año viejo se lleve todo lo malo”. Así suele decir mucha gente cuando se trata de expresar deseos relacionados con el cambio de año. Otras veces se plantea la aspiración de que alguna situación en concreto “se vaya con el año viejo”.

El 2024, según el diccionario de Oxford, está caracterizado por una expresión que debería poner en movimiento hasta al más indiferente de los humanos. De manera colectiva y unánime deberíamos desear con todas nuestras ganas que, más que la odiosa expresión, la situación que ella representa “se vaya con el año viejo”. La famosa publicación asocia el 2024 nada más y nada menos que con la “podredumbre cerebral”.

Pongamos el asunto en contexto. Recordemos que existe una relación dinámica entre la norma y el uso de un idioma. Es así como las reglas norman el uso, y el uso va haciendo modificar las reglas. Así se mantiene viva y en evolución una lengua.

De ahí que sea tan importante consultar el diccionario. Se dice que en todo buen diccionario encontraremos desde términos que van quedando en desuso hasta los neologismos que van dando cuenta de la evolución del idioma de que se trate.

Varios diccionarios, con el propósito de mantenerse a la vanguardia, incluyen cada año algunas palabras o expresiones que muestran cómo la gente utiliza cada término y qué significado le atribuye. Es una especie de rendición de cuentas sobre la evolución de la lengua. Así terminan escogiendo “la palabra del año”.

Aunque cada diccionario tiene su método preferido, prácticamente todos usan lo que los lingüistas llaman “corpus” o “cuerpo” del lenguaje, en alusión a las expresiones que usa la gente para comunicarse. Es así como, tras el voto de más de 37,000 personas, el diccionario de Oxford eligió como su palabra del año el concepto “brain rot”, que en español significa “podredumbre cerebral”.

La expresión está referida al impacto del consumo excesivo de contenido de baja calidad en redes sociales. Los editores del famoso diccionario explican que la frecuencia de uso del término aumentó un 230% entre 2023 y 2024.

Pero el asunto va mucho más allá de la “simple ocurrencia” de quienes votaron para escoger esa negativa expresión. La ciencia ha demostrado que el consumo excesivo de contenidos basura en internet, fundamentalmente los relacionados con sensacionalismo, teorías de conspiración, entre otras corrientes en boga, está modificando nuestros cerebros, y no precisamente para bien.

Aunque ofrecen beneficios como la conectividad global y el acceso rápido a información, el impacto de las redes sociales en la capacidad de atención, memoria y análisis de las personas ha generado preocupaciones entre investigadores y educadores.

Ya para 2010 algunos estudiosos adelantaron que la constante exposición a estímulos breves y altamente atractivos en redes sociales fomenta un “modo de pensamiento superficial”. Esta superficialidad dificulta el enfoque en tareas complejas y prolongadas, dado que el cerebro se habitúa a interrupciones frecuentes y recompensas inmediatas.

Pero todavía hay más. Según un estudio de Wilmer, Sherman y Chein (2017), sobre el uso intensivo de los denominados “teléfonos inteligentes”, el desplazamiento constante por noticias y publicaciones reduce la capacidad de retener información significativa, ya que el cerebro no dispone del tiempo necesario para procesar y organizar los datos.

Y como si fuera poco, en un estudio publicado en 2018, se recuerda que el diseño de las redes sociales prioriza el contenido visual y emocional sobre el análisis detallado. Vosoughi, Roy & Aral subrayan que la prevalencia de memes, videos cortos y titulares llamativos fomenta reacciones inmediatas en lugar de evaluaciones reflexivas.

Estos estudiosos plantean que eso puede dificultar la capacidad de los usuarios para distinguir entre información confiable y desinformación, como lo demuestra la proliferación de noticias falsas en plataformas y redes sociales.

Es por todo esto que, como deseo cargado de ingenuidad, no nos vendría nada mal pedir que todo ese daño –toda esa podredumbre cerebral- se vaya con el año viejo.

Y para quienes quieran ir más allá de una simple petición ingenua, tres líneas de acción sirven para un buen comienzo: uso racionalizado y consciente de redes sociales, lectura de textos que requieran atención prolongada y entrenamiento para analizar y evaluar críticamente los contenidos.