Pedro Santana en su fementida acción anexionista del 18 de marzo de 1861, previamente solicitó a la jefatura monárquica española que la esclavitud no fuera implantada en la nueva colonia dominicana. Asumió esta actitud no porque se sintiera antiesclavista, sino porque estaba consciente que los dominicanos con cuatro décadas sin esclavitud le temían como el diablo a la cruz volver a padecer este escarnio. El Gobierno colonialista de Leopoldo O’Donnell se comprometió de palabra a cumplir esta petición, pero no fue refrendada en el decreto de anexión del 19 de mayo de 1861. Para despistar a los dominicanos que estaban al acecho de la introducción de negros esclavos, fueron transferidos a la colonia dominicana en semejantes funciones “colonos” chinos, que en Cuba reemplazaban el atroz trabajo de los esclavos negros.
Inglaterra con su incipiente desarrollo de la burguesía industrial conminó a España a restringir el tráfico de esclavos negros. Cuba era la principal productora de azúcar de España y la mano de obra era en base a la explotación negrera. Ante los acuerdos de limitación de la trata a partir de 1847 decidieron la introducción masiva de colonos asiáticos o culíes para reemplazar los ásperos trabajos de los negros en los centrales azucareros. Contratados como “colonos”, pero el tratamiento era de esclavos. El historiador cubano Julio A. Carreras al enjuiciar este disfrazado procedimiento de esclavitud, con mucha objetividad describe el concepto de “trabajadores asiáticos” en su justa dimensión:
“La esclavitud de los chinos -porque ese es su verdadero nombre, aunque se llamara eufemísticamente la importación de colonos asiáticos- fue regulada por leyes de indiscutible matiz esclavista”. (Julio A. Carreras. Esclavitud, abolición y racismo. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1989. p. 25).
Julio Le Riveren también muy distinguido historiador cubano, estableció que los “colonos” chinos fueron un muy buen negocio, que salían más baratos que los esclavos negros: “Los chinos pudieron adquirirse hasta a 150 pesos, precio que les colocaba en condiciones de baratura excepcionales en comparación con los esclavos”. (Julio Le Riverend. Historia económica de Cuba. Editorial Pueblo y Educación. La Habana, 1981. p. 343.
José Antonio Saco, prominente intelectual autonomista y antiesclavista cubano, en febrero de 1864 denunciaba el tráfico de trabajadores “libres” chinos como un mecanismo esclavista:
“Así como los primeros negros se introdujeron en Cuba para llenar el vacío que dejaba en los trabajos de la colonia la mortandad de los indios, así también en nuestros días se han importado chinos para suplir la insuficiencia de los negros, pues entrando estos allí de algunos años acá en menor número que antes, y no bastando para las grandes necesidades de la isla, llamóse en su auxilio los hijos del celeste imperio”. (José Antonio Saco. Los chinos en Cuba. La América. Madrid, 12 de febrero 1864).
Pero no solo los cubanos del pasado y el presente estiman que los colonos chinos fueron esclavizados en los centrales azucareros de la isla, sino que periódicos españoles de la época también refrendaron este concepto. El crítico diario madrileño El Clamor Público, en 1860 denunciaba que los colonos chinos eran contratados prometiéndoles buen trato personal y remuneración, no obstante al llegar a Cuba:
[…] principia a caérsele la venda de los ojos, y comprende que si no se le engaño, le engañaron a si mismo su ignorancia y su miseria. Pero ya no puede volverse atrás. Miles de leguas le separan de su patria: carece de medios para transportarse a otro país, y tiene que resignarse a vivir y trabajar casi con las mismas condiciones que el esclavo”. (El Clamor Público. Madrid, 4 de septiembre de 1860).
Periódicos ministeriales en la metrópoli al producirse la anexión se encargaron de aclarar que la nueva colonia tenía que regirse por las mismas leyes coloniales de Cuba y Puerto Rico, que entre otras disposiciones establecían el ejercicio de la esclavitud. Veamos esta opinión reproducida en los diarios La Correspondencia Española y El Contemporáneo:
“Digan lo que quieran los documentos publicados en Santo Domingo sobre la anexión, nosotros repetimos, competentemente autorizados, que España, al abrir sus brazos a los dominicanos, no ha contraído compromiso previo alguno, y que Santo Domino será regido por las mismas leyes que las islas de Puerto Rico Cuba”. (El Contemporáneo. Madrid, 15 de mayo 1861).
El comentario expresaba una correcta lógica desde el ámbito colonial, no se podía establecer un trato preferencial a Santo Domingo por encima de las dos principales colonias como eran Cuba y Puerto Rico.
El Gobierno chino cómplice de ese tráfico esclavos de sus ciudadanos, en 1874 presionado por las denuncias ordenó una investigación de la contratación de los “colonos”, su informe corroboraba las denuncias:
“Las investigaciones fueron conducidas en persona, 8 de cada 10 colonos dicen fueron secuestrados o engañados. La mortalidad en el viaje excedía el 10%, al llegar a La Habana eran vendidos como esclavos -la gran mayoría fueron comprados para trabajos en las plantaciones cañeras donde, el trabajo era excesivo y la comida insuficientes, los castigos con vas, látigos, cadenas o el cepo”. (CubaGenWeb. Chinos a Cuba).
Al margen de camuflajes retóricos el tráfico de culíes chinos a Cuba y otros países de América como el Perú, fue una verdadera trata esclavista.
Pedro Santana entregó a España una colonia totalmente en quiebra económica, se intentó un colonato con ciudadanos españoles que resultó un verdadero fiasco. Se pensó en explotar las áreas de carbón en Samaná, pero los resultados no fueron fructíferos, con el agravante que se presentó el estallido revolucionario del 16 de agosto de 1863, lo que implicó la erogación de enormes recursos para el Gobierno hispano no solo en movilización de tropas, armas, municiones, y vituallas, sino en el rápido levantamiento de una infraestructura de guerra para resistir la embestida de los rebeldes.
En las tareas de contrainsurgencia se imponía la construcción de caminos, barracas, cuarteles, traslados de municiones, alimentos, etc. todo a la carrera y era necesario mano de obra. La integración de negros esclavos profundizaría la crisis política, entonces se procedió a trasladar desde Cuba a colonos chinos bajo el subterfugio que eran prisioneros condenados a trabajos públicos.
Bien temprano el 7 de mayo el periódico oficialista La España, colocaba como punto de debate el problema de la mano de obra en la nueva colonia y dejaba entrever la importancia de utilizar trabajadores chinos:
[…] los brazos para el trabajo son escasísimos. Creemos que los capitalistas que viniesen aquí con trabajadores, aunque fuesen chinos, harían negocio, siquiera fuese en el embarque de maderas, en que se ocupan los americanos establecido en algunos puntos del litoral de la isla”. (La España. Madrid, 7 de mayo 1861).
Manuel Buceta muy represivo brigadier hispano, fue el primero que recibió autorización para trabajar con esclavos chinos (supuestos presidiarios) en las labores de acondicionamiento de Samaná, cuyo puerto era de gran interés para el Gobierno colonial. El 4 de junio de 1862, Buceta informaba al capitán general de la colonia dominicana:
“Para secundar las disposiciones de V. E. con fecha 13 del mes, acompañado de 30 presidiarios asiáticos, me trasladé al terreno reconocido para activar con mi presencia los desmontes, […] (Colección César Herrera. Sección Cuba 1034 A. Archivo General de Indias. Archivo General de la Nación).
En España trascendió la utilización de los “colonos” chinos presidiarios en las pesadas labores de remodelación de Samaná. La Correspondencia de España informaba de los tormentos que sufría Buceta para el desarrollo de estas actividades:
“El Sr. Buceta ha abandonado su casa y sus comodidades para dirigir los trabajos, careciendo de muchas cosas y hasta de herramientas útiles para los mismos. Para llevar a cabo las obras, solo cuenta con 150 presidiarios llegados de la Península y unos 100 chinos”. (La Correspondencia de España. Madrid, 6 de abril 1862).
Para La Correspondencia de España solo Buceta y sus hombres pasaban trabajo, los presidarios y los chinos sus condiciones de existencia no eran importantes para el periódico madrileño, que aclaraba los chinos no eran presos. La España informaba que ante la escasez de trabajadores para obra vitales de autodefensa:
“Tenemos, pues, que en Santo Domingo no había brazos para llevar a cabo obras tan importantes y necesarias”.
“Pero en cambio han llegado allí chinos, que como se ve no sirven para el caso, como no sea para desmoralizar aquel país”. (La España. 6 de abril 1862).
La desmoralización se podía producir cuando los dominicanos ubicaran las condiciones infrahumanas como eran tratados estos “colonos”. Ante la supuesta ubicación de una mina de carbón en Samaná para utilizarlo como combustible para barcos, José Valera y Recaman, teniente de navío hispano, escribió un opúsculo sobre el particular, entre sus recomendaciones, apuntó que para explotar la mina:
“Introduzcamos para ello y como cosa indispensable, doscientos colonos asiáticos: no europeos, porque morirían a los ocho días, ni negros que causarían una seria agitación en los del país, que por sus escasos alcances y extrañas sugestiones, están todavía temerosos de la institución de la esclavitud. […] (José Varela y Recaman. Breves consideraciones sobre la península de Samaná. Bajo el punto de vista de los intereses materiales. Impreso en Puerto Rico. Reimpreso en Santiago; Establecimiento Tipográfico de Manuel Mirás, 1864. p. 11).
Valera y Recaman era un oficial de inteligencia, a quien se le permitía publicar un libro costeado por el Gobierno para hacer recomendaciones en el desarrollo de la nueva colonia, entre ellas la necesidad de cubrir los trabajos fuertes con chinos, ya que los europeos se caerían muertos ante esas fatigosas labores. Además reiteraba el temor de los nativos al envío de negros esclavos. Obviamente los chinos también sucumbirían, pero su valor humano no era equiparable al de los europeos.
En 1863 durante los combates de la Guerra Restauradora, Arthur Lithgow, vicecónsul de Estados Unidos en Puerto Plata, comunicaba al Departamento de Estado:
“El domingo 4 de octubre, las tropas españolas junto con los “culíes” chinos que las autoridades españolas emplean, pillaron los establecimientos y saquearon las casas de residencias particulares en Puerto Plata, lo que fue presenciado y alentado por mucho oficiales españoles. […] (Benjamín Sumner Welles. La Viña de Naboth. Editora Taller. Segunda edición. Santo Domingo, 1973. T. I p. 244).
Entre los trabajos asignados a los chinos estaba cargar los productos saqueados a los comerciantes puertoplateños durante los combates en esa ciudad, para reabastecerse. La cantidad de chinos enviados a la colonia fue significativa porque mediante un oficio del 17 de marzo de 1864 se ordenaba la construcción de barracas de maderas para los asiáticos asignados a Puerto Plata: […] del almacén de provisiones para hacer tres barracas para alojar a los asiáticos y las restantes para el uso administrativo y militar” (Colección César Herrera. Sección Cuba 1019 D).
De igual modo se emitieron varias comisiones a los jefes rebeldes solicitando que fueran devueltos algunos chinos escapados, que según los oficiales españoles eran criminales. La jefatura rebelde siempre negó que a sus líneas llegaran los mentados fugitivos.
Siguiendo las recomendaciones de oficiales de inteligencia como José Varela y Recaman, el Gobierno español decidió introducir mano de obra barata compatible con la esclavitud a través de los colonos chinos procedentes de Cuba. Prescindiendo de introducir negros esclavos, entendían los dominicanos estaban alerta ante su introducción, sería un aviso contundente de la reinstalación de la esclavitud. Aprovechándose de la limitación de las informaciones internacionales procuraron el expediente de la introducción de culíes chinos, no como colonos, sino camuflados bajo el subterfugio de presidiaros de La Habana, donde muchos chinos preferían la cárcel al terrible trajín en los campos de caña.
De manera definitiva la monarquía española introdujo ciudadanos chinos para laborar como esclavos durante la anexión a España, era la mano de obra más apropiada en sus colonias en ese lapso. No obstante, la reinstalación formal de la esclavitud se vio frustrada ante la militante oposición armada de los dominicanos a partir del 16 de agosto de 1863, cuando se desató la gloriosa jornada por la Restauración de la República de Febrero de 1844.