Simplemente Canda. Y enormemente mariposa de Dios que cubría en su vuelo eclesiástico la inmortalidad del amor. Escribo ya sobre sus féretros mortales, Pero hace tiempo que vivió y, creía que se me haría difícil adivinar cuanto vivió, lo que sí sé, que cuándo murió había nacido con el siglo y, sé también, que trajo con ella, ella hijos, obras de prójimo y bellas melenas grises que adornaban su corona de matrona para que los años vieran las cicatrices y el tiempo distinguiera que era de la vida, su corona.

No la recuerdo sola, siempre la vi cargando la compañía del bien y sus obras de amor. Y no me lo cuenten. Eso lo viví en tiempo convulsos cuando el hambre y la desilusión pintaban la muerte de los jóvenes de la nación. Un día, y es mi testimonio, por primera vez pude ver el rostro del bien estampado en el rostro de una mujer diminuta de estatura, pero gigante de luz, sueños y esperanzas para los desposeídos de las gracias del pan nuestro de cada día, y cuando no lo ofrecía como pan, lo rezaba con devoción de amor por los demás.

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Doña Cándida Rosa Rosario

Y quiero, antes de que ustedes, también testigo de su vida, cuenten sus hazañas de bien y espiritualidad, contarle yo mismo mi testimonio y que a nadie aun había contado, y todo como resultado de la pesadilla de un sueño de un grupo de jóvenes del Liceo Elías Rodríguez que nos habíamos dado la meta de convertirnos en bachilleres. Y un día aciago de los desdichados, con chancletas, ropas y zapatos desvaídos, arrancamos calle abajo y calle arriba. Al ver un banco denominado de Créditos y Ahorros, en la esquina independencia con 16 de agosto, de las pocas calles que no generaban tropezones arrancas uñas, y nuestro grupo sintió llegar a la tierra prometida.

Y al abordar un transeúnte del Parque Duarte, nos atrevimos a preguntar por curiosidad, ¿Y quién vive ahí arriba? Y todos ellos tímidos, escuchamos, arriba vive Doña Canda y su esposo Eufemio, el gerente del banco.

Y había una escalera con un espacio angosto-alguien dijo, subamos-, y se recuerda todos ellos tímidos por saber que sus zapatos vahídos no eran aptos para pisar mosaicos pulidos, subían a una segunda planta a la casa de Don Eufemio Hernández, -wao-, y con voces apagadas, tocaban la puerta con doble dolor, la de sus débiles nudillos de chavales de barrios y la timidez de sus voces arrastrando chancletas desgastadas en sus pasos por las esperanzas. Y así fue.

Ella, como si fuera una madre de las ilusiones de los párvulos bachilleres, que buscaban colectar viandas para la kermesse de su promoción solo conocida como 75-76, asumió con frase de bomberos en apuros de fuego, pareció, cuando dijo. cuenten conmigo, seré su madrina, y entren para que coman pan con leche que camino es largo, pero aquí me tienen y Dios está con ustedes, y nos dio un teléfono de planta que jamás usamos porque aún eran escasos en Bonao.

Y jamás se lo dije, más que en una expresión de abrazos de gratitudes que le daba. Confieso, que cuando miro las muecas de mis años, solo me lo confieso yo mismo, porque esa imagen quedó grabada en nosotros, solo en las neblinas de un noviembre cual si fuera un penacho de asunción de Dios. Al avistar, con el parquecito colón todo cerrado en palma de cocos y varias párvulas bachilleras en la puerta de un desafío, también avistamos   una guagua Datsun que se paraba lentamente al frente de la puerta principal. Y ahí vimos a doña Canda con un ejército de doñas de su guerrera de Dios, e iniciaron a bajar todo tipos de platos bendecidos por las gracias del amor y la bondad. (Dulces, moros, arroz con leche, muchachos del parque con sus limpias botas y un megáfono y su alta voz, mesas, manteles y varios hijos para la ayuda, varios esposos también, para la logística, dentro de los cuales, estaba Don Eufemio y otros que no recordamos, y  lo mejor, cada dama que formó el séquito solidario, tomó una mesa y un especie de Huipil de tela,  y cuál coro pregonero voceaban, ¡a comprar que hay de todo, ayudemos la juventud del pueblo hacerse profesionales!

Y les cuento, la promoción 75-76, en mi en cada uno se inclina reverentemente ante tan sublime acto de bondad y apoyo cobijado de las gracias de manos solidarias…

Ella que en verdad que nació con el siglo, trajo a su lado, hijos, obras de prójimo y bella melena grises para de los años vieran las cicatrices. No la recuerdo sola. Le recuerdo acompañada de sus obras de bien. Un episodio de un recuerdo de pan en mano, más cientos de miles que estarían anónimos, de seguro, solamente a la vista de Dios.

En los 70’s, por referir su espíritu sensible, un grupo de jóvenes del Liceo Elías Rodríguez le visitó. Se recuerda todos ellos tímidos por saber que sus zapatos vahídos no eran aptos para pisar mosaicos pulidos, subían que, por dirección de los transeúntes, subirían a una segunda planta a la casa de Don Eufemio Hernández, y con voces apagadas, tocaban la puerta con doble dolor, la de sus débiles nudillos de chavales de barrios y la timidez de sus voces arrastrando chancletas desgastadas en sus pasos de esperanza.

Y así fue. Ella, toda una madre de las ilusiones de los párvulos bachilleres, que buscaban colectar viandas para la kermesse de su promoción solo conocida como 75-76 del Liceo Elías Rodríguez, asumió con frase de bomberos en apuros de fuego, parece cuando dijo, cuenten conmigo, seré su madrina, y entren para que coman pan con leche que camino es largo, pero aquí me tienen y Dios está con ustedes. Y jamás se lo dije. Eso quedó grabado en las neblinas de un noviembre cual, si fuera un penacho de asunción de Dios, de una guagua Datsun bajan todo tipo de platos bendecido por las gracias del amor y la bondad. Y lo mejor, cada dama que formó el séquito solidario, tomó una mesa y una mantis y cuál coro pregonero azuzado por la Voz de doña Canda, ¡!, vengan compren, que aquí está el futuro!, sin descripción alguna, todo sobró al compás del amor de la que hoy nos enseñó que la vida es un conjunto de episodio que siempre será una reserva para cuando solo queden las buenas obras y el recuerdo del pueblo como persona de compartir el bien y el nombre de la solidaridad.

Y no recuerdo si la vida quedó ahí. Lo que se es bien claro que no cerró con su partida a destiempo. También sembró vida para cosechar una familia ejemplar, su primer grito de parto y luz a la vida, se escuchó en canto de felicidad que había nacido Carmen, y siguieron otros rayos luminosos, Ana, Cándida, Pedro, Jim y Carlos. Con ellos muy bien abrieron seis botones con la fragancia de bien y la bordad de nobles corazones. Así que, Canda, anda y ve, como dice la canción de José José, aquí dejaste tu impronta de vida y junto a tu generación dejas en orfandad un pueblo que cada día pierde un horcón de la generación de acero y su escapulario en cuello.  De vez en cuando, pósate en el campanario de tu iglesia a tocar celestiales campanadas para seguir sintiendo tu aura, tu espíritu y tu energía. De vez en cuando también,  pósate, ahí en la Voz del Yuna, que en ella está en pie de lucha, tu hijo Jim, y grupos de munícipes, junto a las imágenes de canto de América que reposan en el museo de tus propios  años de tu juventud, y sabemos que de ahí tus oraciones detendrán truenos y centellas a favor de la justicia, anda y ve, siéntate a la diestra de señor e intercede ante él por nosotros lo que hemos merecido tu gracia y aun esperamos se nos presente vestida de virgen y estrellas en la luz de los sueños.