Dedicado in memoriam a: Conina Mainairdi y Guillermina Puigsubirá.

Si el más allá existiera Rafael Leonidas Trujillo Molina desde la lujosa suite presidencial que ocupa en el averno debe sentirse regocijado, el sufragio femenino uno de sus falsos expedientes, trasciende como algo “positivo” 61 años después de su horrenda tiranía.  Si lo hubiese imaginado, quizás le hubiera otorgado algún grado de credibilidad al asunto, contrariando su estricta norma de no ofrecer ni una pizca de libertad a los ciudadanos que subyugaba, obviando su crimen de lesa patria de negarle el derecho a las mujeres y hombres de su época de elegir y ser elegidos.

El derecho al sufragio, no es una simple pose para uso demagógico. Al asumir este vocablo no podemos hacer abstracción de su conceptualidad política.  Encierra un valor y una responsabilidad de los ciudadanos, para escoger de modo libérrimo a sus gobernantes. Eso nunca ocurrió en la “Era de Trujillo”. Este régimen debutó precisamente con una de las farsas electorales más descaradas en 1930. El escenario fue horripilante, atropellando a mansalva a la población de la época que levantó la histórica consigna de «¡No puede ser!», esto significaba que no podía gobernar un reconocido ladrón y asesino. Este repudio generalizado fue respondido masacrando a los ciudadanos con la famosa banda de delincuentes la 42, obligando a los candidatos opositores de la Alianza Nacional-Progresista, Federico Velázquez y Angel Morales a buscar refugio en embajadas extranjeras, imponiéndose  la voluntad del terror sufragista trujillista por 31 años.

Precisamente un 16 de mayo se hizo la primera farsa electoral trujillista, con la oposición totalmente desbandada por la represión. En la prensa controlada por el tirano en ciernes se publicaba a modo de burla la siguiente nota: “Mañana viernes se celebraran las elecciones a pesar de las seguridades que daban los directores de la alianza Nacional-Progresista de no se verificarían”.  (La Opinión.  Santo Domingo, 15 de mayo 1930).

Cualquiera celebraba unas elecciones sin opositores como la ocurrida el 16 de mayo de 1930. Pese a la feroz represión, la mayoría de los votantes se abstuvieron de participar en la farsa electoral. Campillo Pérez en su libro sobre las elecciones nos dice que: “La abstención se manifestó evidente y un 45.32% de los sufragantes inscritos, no fueron a las urnas”. (Julio Genaro Campillo Pérez. Elecciones dominicanas (contribución a su estudio).  Academia Dominicana de la Historia. Segunda edición.  Santo Domingo, 1978. p. 168). Campillo Pérez refirió en torno a los que supuestamente acudieron a “votar”, los cómputos ofrecidos fueron amañados.

Desde muy temprano, Trujillo aprendía que las elecciones bajo coacción constituían un método excelente para santificar farsas electorales. En aquellos momentos existía una corriente mundial y nacional que reclamaba se hiciera justicia insertando el sufragio femenino en las elecciones de autoridades. El historiador español Joaquín Prats Cuevas, coordinador de un importante diccionario de historia, nos dice:

“El sufragio universal, hoy general en todos los países democráticos, fue conseguido después de largas luchas políticas también para las mujeres. (En EE.UU., en el 1919; en el Reino Unido, en el 1918; en España, con la Constitución Republicana de 1931)”. (Joaquín Prat Cuevas y col. Diccionario de Historia.  Anaya, S. A. Madrid, 1986. pp. 509-510)

Reitera en el mundo existía una corriente que demandaba el voto femenino como complemento de una plena democracia. Trujillo que había asaltado el poder de una manera vulgar, consideró que asumiendo su exitosa  “metodología electoral”, podía asociarse a la campaña mundial y nacional por el voto femenino y atenuar las críticas por el despreciable manejo que había otorgado al proceso electoral de 1930. Personalmente inició la promoción del voto femenino para responder de modo demagógico al «Manifiesto de la acción feminista dominicana» de 1931 que reclamaba derechos ciudadanos para las mujeres, al pronunciar un discurso en el Ateneo Dominicano el 14 de mayo de 1932, manifestó:

“Yo simpatizo con ese movimiento de justicia social en favor de la mujer. Creo que puede irse considerando la necesidad de otorgarle derecho de ciudadanía”.

“Se beneficiaría la sociedad dominicana con que nuestras mujeres llevaran a la arena cívica sus sentimiento delicados. La fuente del sufragio habría de ganar en eficacia constructiva”. (Rafael L. Trujillo. El pensamiento de un estadista. (Discursos, mensajes y proclamas).  Editorial El Diario. Santiago, 1946. T. I p. 210).

Entonces promueve la pantomima del voto femenino y auspicia una ley en ese sentido. No a través de Delia Weber como se ha señalado, sino de su agente del espionaje internacional Minerva Bernardino. En la Asamblea Revisora de 1942, se incluyó en la Constitución el artículo 9º que establecía:

“Son ciudadanos todos los dominicanos de uno u otro sexo mayores de dieciocho años, y los que sean o hubieran sido casados aunque no hayan cumplido esa edad”. (Constitución política y reforma constitucional 1844-1942.  Colección Trujillo. C. T. (Santo Domingo) 1944. T. II p. 516)

El artículo 10º estipulaba como derechos ciudadanos el de elegir y ser elegido, con las restricciones que indicaba la Constitución, en el artículo 11º que consignaba como aspecto central los derechos ciudadanos se perdían: “Por tomar las armas  contra la República o prestar ayuda en cualquier atentado contra ella”. (Constitución política y reforma constitucional 1844-1942.  p. 516). Con este artículo quedaban excluidos del derecho de elegir y ser elegidos los principales enemigos de Trujillo, mujeres y hombres que permanecían en el exterior, regularmente declarados como “traidores a la patria” .

Las elecciones durante la fatídica “Era de Trujillo”,  solo servían para fichar los opositores que se atrevían a abstenerse de participar en esas farsas. El tristemente célebre “Foro Público” en diversas ocasiones denunciaba a ciudadanos de ambos géneros, que no acataban las obligatorias convocatorias a las farsas electorales, veamos un caso de noviembre 1959, denunciado por un supuesto señor Jerónimo del Rosario:

“Gran sorpresa me he llevado al enterarme que mis amigos Sigfredo Féliz, Isabel Guzmán, Francia del Carmen Salcedo y María Castro Jiménez no concurrieron a cumplir con el patriótico deber de depositar sus votos en las elecciones extraordinarias del 11 de octubre pasado”

“Siempre consideré a estos amigos fríos e indiferentes, pero nunca pensé que llegaran al colmo de no cumplir con este ineludible deber de todo ciudadano”. (Lipe Collado. El Foro Público en la Era de Trujillo.  De cómo el chisme fue elevado a la categoría de asunto de Estado.  Editora Collado. Cuarta edición. Santo Domingo, 2004. p. 133).

El padrón electoral era utilizado para detectar potenciales opositores al régimen.

Lenin defendió con ahínco que los bolcheviques aprovecharan la Duma o Congreso del Estado zarista para promover su programa y la recomendó con insistencia a los izquierdistas alemanes. Trujillo fue más intolerante que los zares, nunca permitió la más mínima disidencia desde el Congreso trujillista. Miguel Angel Roca, presidente de la Cámara de Diputados en el primer periodo de la tiranía, fue imputado de conspirador cuando se le atribuyó la responsabilidad de pasquines contra Trujillo que circularon en el hemiciclo, fue sacado esposado del Congreso y conducido a la cárcel, donde fue torturado. El voto no servía ni para elegir presidentes, ni legisladores. ¿Entonces el sufragio femenino era una conquista?

Pretendiendo que el sufragio se realiza en invernaderos, al margen de las realidades políticas sociales de los pueblos, desde hace mucho tiempo se ha “desinfectado” la cantaleta que encabezó Minerva Bernardino para tratar de “entretener” a las mujeres dominicanas, evitando se integraran a la lucha contra el régimen, so pretexto que ya tenían “derecho para elegir sus gobernantes”. Jugarreta política que desde aquellos tenebrosos tiempos fue denunciada por dominicanas valientes que conocieron desde adentro el aciago momento, como Carmita Landestoy quien refiriéndose a los supuestos derecho civiles de las mujeres, sostuvo en 1946:

“Resulta que antes, la mujer tenía libertad de expresar sus ideas y ahora, cuando se les ha dizque reconocido sus derechos civiles y políticos, no tiene derecho a expresar ni a escribir ningún principio fundamental. ¿No es una extraña paradoja?…”. (Carmita Landestoy. Yo también acuso. Editora Nacional. Segunda edición. Santo Domingo, 2011. p. 188).

La lucha por los derechos civiles de las mujeres dominicanas la habían iniciado en la década del veinte Abigail Mejía y Evangelina Rodríguez, la primera médica dominicana. En la “Era de Trujillo”, Evangelina Rodríguez fue asediada y aislada hasta enloquecer por ser desafecta al régimen, mientras Abigaíl Mejía se le permitió continuar en estas actividades, pero de manera simbólica. Como ocurrió con todos los aspectos políticos de alto interés, este proyecto fue entregado a la agente internacional del espionaje y el crimen trujillista Minerva Bernardino, involucrada en el rapto y asesinato de Jesús de Galíndez. (Bernardo Vega. Almoina, Galíndez y otros crímenes de Trujillo en el extranjero.  Fundación Cultural Dominicana. Santo Domingo, 2001. pp. 80-81).

Tras la caída de la tiranía, de una manera irresponsable, Minerva Bernardino comprometida hasta el tuétano con las atrocidades dominantes, se promocionó como la gran “abanderada de los derechos de la mujer dominicana” durante la tiranía. Esta doña volvió a los escenarios feministas internacionales como embajadora amparada bajo el Gobierno de Balaguer de los “doce años”, y tuvo la cachaza de expresar en un cónclave internacional que los gobiernos dictatoriales coartaron las conquistas de las mujeres, cuando declaró:

“A la luz de estas consideraciones ha podido comprobarse que son precisamente los gobiernos dictatoriales lo que despojan a la mujer de los derechos conquistados en regímenes donde ha imperado la democracia representativa”. (Minerva Bernardino. Su lucha por los derechos de la mujer.  Amigo del Hogar. Santo Domingo, 1976. p. 34).

Era muy bueno decir eso en 1975 al discurrir catorce años de la dictadura a la que sirvió de modo vehemente, bajo el título de “defensora de los derechos de la mujer”.

El sufragio sirve para que los pueblos escojan no solo a sus mandatarios, sino a sus legisladores y el poder municipal. Se está conmemorando en la actualidad que hace ochenta años dos furibundas panegiristas del régimen fueron “electas” para representar a las mujeres dominicanas en el parlamento, Isabel Máyer como senadora, y Miladdy Féliz  L´Official en condición de diputada. Acaso levantaron su voz en el Congreso para que se permitiera emitir sus opiniones políticas a mujeres disidentes como:  Minerva, Patria y María Teresa Mirabal, Josefina Padilla, Silvia Padilla, Carmita Landestoy, Carmen Natalia Martínez Bonilla, Carmen Julia Martínez Bonilla, Ercilia Pepín, Conina Mainardi, Asela Morel, Altagracia del Orbe, Tomasina Cabral, Guillermina Puigusbirá, Mercedes Rodríguez Vásquez, Ligia Echavarría, Dinorah Echavarría, Dulce Tejada, Brunilda Soñé, Emma Rodríguez, Violeta Martínez, Alfonsina Perozo, Maricusa Ornes, Josefina Capestany, Minetta Roques, Carmen Lara, Graciela Bueno, Mechi Macarrulla, Gilda Pérez, Fe Violeta Ortega, Milagros Ortiz Bosch, Miriam Morales, Enna Moore,  y muchas mujeres más, que tenían que tragarse hacia su interior la imposibilidad de externar de modo público sus posiciones políticas.

Trujillo estaba consciente de sus pasos, le temía como el diablo a la cruz permitirle accionar de modo público a sus opositores. En dos ocasiones en 1946 y 1960 los retó a  lanzarse al terreno de la oposición política, éstos sin perder tiempo reaccionaron en ambas momentos aceptando el desafío, y Trujillo de modo raudo debió suspender los proyectados experimentos. Ese sufragio falso de la mujer quizás hoy podríamos aceptarlo si les hubiese permitido a esa pléyade de mujeres opositoras medirse en el terreno electoral. Pero el “Jefe” nunca lo aceptó, su mente delirante sospechaba un desquite electoral de la población, que en realidad era poco probable, porque él dominaba todas las instancias del Estado y no podían celebrarse elecciones libres. Aun así, nunca admitió esa medición en las urnas ante esas mujeres que aun acorraladas, no se rendían.

El digno ejemplo de esas mujeres opositoras al trujillato, se mancilla con la ilegítima conmemoración del voto femenino trujillista. Vamos a transcribir un diálogo histórico entre dos de ellas, Minerva Mirabal y Josefina Padilla, esta última nos dice que a mediados de 1960 coincidió con Minerva en la visita de ambas a sus consortes prisioneros políticos  en la Penitenciaria de La Victoria:

“Venía ese día jueves, desde su pueblo natal, donde se dispuso su confinamiento junto a Patria y María Teresa, desafiando las iras del monstruo, a cumplir con sus deberes de esposa amante, responsable y valiente. No nos habíamos vistos después de su salida y fue ese nuestro último encuentro”.

“Los golpes no habían hecho mella en su  espíritu, más bien, como el acero de buena ley que se templa a fuego, había sido el suyo fortalecido, purificado y elevado a grados admirables de fuerza y valor en la fragua del dolor y el sacrificio”.

“Hablamos, y nuestras palabras no fueron de tristeza y abatimiento, sino antes al contrario, de entusiasmo y disposición de continuar la lucha sin cejar”.

“Como están las cosas” me dijo, “es necesario que no nos dejemos arredrar ni abatir por el temor, se hace imprescindible el planear algo, hacer algo para acelerar la caída del régimen”.

“Fue la última vez que hablamos, pero sus palabras resuenan aún en mis oídos desde aquel día y se hacen más actuales con el paso del tiempo. Su contenido va más allá del simple significado aparente. Fueron dichas por una mujer acorralada y aun prisionera aunque hubiese podido moverse físicamente de Salcedo a La Victoria en esa ocasión. Las circunstancias no la habían vencido, antes al contrario, parecía hubiesen sido un acicate para continuar el camino trazado de lograr la liberación de su pueblo. Reflejaban el valor y la mística que movían a esta mujer en sus acciones. No era una mujer cualquiera. Había tenido una posición económicamente holgada, era una profesional al igual que su marido y una profesional excepcional con grandes dotes intelectuales”. (Josefina P. Vda. Sánchez. Las hermanas Mirabal. Charla con motivo del décimo aniversario de su muerte. El Nacional.  Santo Domingo, 29 de noviembre 1970).

La soberbia de Trujillo no era capaz de permitir en el parlamento voces disidentes como las de estas mujeres. El sufragio durante la “Era de Trujillo” siempre fue una farsa. La primera vez que los dominicanos votaron en una elecciones libres y sin diferencias de género fue el 20 de diciembre de 1962, en las elecciones que ganó el profesor Juan Bosch, y donde Josefina Padilla fue la primera mujer candidata a la vicepresidencia en la historia dominicana. Trujillo con su instinto criminal nos arrebató la oportunidad de ver postulada a una posición electoral con su valor inigualable a la aguerrida Minerva Mirabal.

Es inadmisible se pretenda rescatar lo “bueno” de la tiranía trujillista. Como sigue el rumbo dominante de las interpretaciones históricas distorsionadas, no estará lejano el día que aparezca un llamado para restablecer al “Jefe” los títulos de “Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva”.

“ ¡Que viva Trujillo c…!”