Proyecto por la memoria histórica Raúl Pérez Peña (Bacho), auspiciado por sus hijos Juan Miguel, Amaury y Amín Pérez Vargas.
“Jamás nos entregaremos a quienes han segado fría y cobardemente la vida de tantos hermanos nuestros. Si hemos de caer, en todo caso, lo que importa no es el número de armas en las manos, sino el número de estrellas en la frente”.
Con estas expresiones terminó Amaury Germán su declaración pública del pasado primero de diciembre, y con estas expresiones quedaron cubiertos de gloria él, Virgilio, la Chuta y Ulises, al caer fusil en manos, mientras quedaron colmados de oprobio, si es que les cabía más, los mandones que con esas muertes han vuelto a mostrar su ferocidad.
“15 mil buscan seis”, ese era el cuadro que desde hacía días mostraba la correlación de fuerzas entre perseguidores y perseguidos.
El plan estaba fraguado y en vías de ejecución bajo la no ocultada asesoría de altos oficiales norteamericanos. Era un viejo objetivo de la CIA cristalizar la caída de Amaury desde su participación en la reunión de la Organización Latinoamericana de Solidaridad, celebrada hace algunos años en La Habana, Cuba. Lo del asalto al Banco no pasaba de ser una acusación ridícula e incoherente que hacía el Jefe de la Policía, finalmente considerada justa y con “pruebas” por Balaguer, auto-convertido en señor juez para calificar a los revolucionarios como “atracadores”. Sencillamente, una demostración más de que el llamado poder judicial es un mito en este país.
La primera etapa del plan fue la de preparación del terreno subjetivo para la eliminación física de los perseguidos. Falsas garantías fueron prometidas, mientras se hacían preparativos de exterminio.
Los victimarios se habían colocado caretas de no violencia que habrían de quitarse en el terreno de los hechos, y dejarse sentir ante el pueblo por Radio Mil, riéndose a carcajadas ante la consumación de sus planes. La ambición de que “no quedara uno vivo”, en lo que para ellos era “una fiesta”, los llevó hasta mostrar desprecio por los policías muertos cuando se regocijaron públicamente por la caída de Virgilio.
La relación 2,500 contra cuatro pronosticaba automáticamente el desenlace final de la batalla. Cercados desde las 8 P.M. de la noche anterior, las posibilidades de escape de los revolucionarios estaban totalmente agotadas.
Pero, con todo y eso, los cuatros titanes dieron una lección de valor y capacidad de combate que ha sacudido la conciencia nacional, quedando grabada para siempre en la historia de nuestro pueblo.
Incontables fotografías no podían ser más elocuentes: los numerosos fusiles, aviones, tanques, helicópteros y cañones contra cuatro hombres. Y como lo hizo constar una espectacular foto, hasta de Puerto Rico trajeron los yanquis aviones. La sola mención de que se utilizara todo ese aparato bélico contra cuatro hombres debiera darle vergüenza a los que dirigieron la operación como lo expresara la joven viuda de Virgilio.
Al demostrar categóricamente lo falso de la cacareada capacidad de combate de las tropas gobiernistas, comprobándose la advertencia de Amaury de que no es lo mismo “matar a revolucionarios indefensos que enfrentarse a revolucionarios armados”, la epopeya escrita por él, Virgilio, Chuta y Ulises, proyectó en el seno del pueblo el recuerdo vivo de la Guerra de Abril y del combate del Hotel Matum.
Por sus fibras de valientes, dejaron el firme convencimiento de que eran miembros destacados de la legión de los indomables, que, continuando la tradición de lucha de los mártires de la Insurrección de Noviembre, ofrendara a la patria héroes del calibre de Juan Miguel Román, Rodrigo Lozada, Sóstenes Peña Jáquez, Orlando Mazara, Muni Díaz, Reyes Saldaña, Luis Parrish, Otto Morales, Amín Abel, Henry Segarra, y decenas más de abnegados combatientes.
Para los patrocinadores del ataque a la residencia del kilómetro 14 de la autopista Las Américas, no puede caber más oprobio. Ellos estarán gozando con lo que lograron, porque sin duda alguna se trataba de presas condicionadas de la CIA y sus mandarines criollos. Asimismo, su actuación se correspondió a modo y manera con las características básicas de la política represiva puesta en práctica por el régimen desde que fue impuesto en 1966 por las tropas yanquis.
El ensañamiento contra los mártires del kilómetro 14 responde a la misma política que el ensañamiento contra los mártires del Club Héctor J. Díaz del barrio 27 de Febrero. Y si la política que apadrinó aquel crimen horrendo contra cinco jovencitos, no ha variado, mal puede decirse que el jefe policial, que sustituyó al de aquellos momentos, ya se había ganado la confianza del pueblo. Ese es un falso criterio. Las masas dominicanas tienen suficiente visión política y sensibilidad, como para no depositar confianza en sus sojuzgadores, cualquiera que sea el ropaje con que se les presente. Así que nadie se llegó a ganar su confianza. Simplemente las masas se mantuvieron a la expectativa, esperando el curso de los acontecimientos ante una promesa de que se acabaría con el terrorismo, pero siempre convencidas de lo que ya se resume en una frase en el lenguaje popular: “son lo mismo”.
Como lo dijera en un discurso el gran Manolo Tavárez, las revoluciones precisan inexorablemente de la sangre de sus mejores hombres. Esta sentencia explica que el pueblo dominicano pagó el miércoles una cuota valiosa por su liberación. Por ello, y por la forma bravía en que pelearon, aunque un profundo dolor nos embarga las muertes de Amaury, Virgilio, Chuta y Ulises, no amilanan a los revolucionarios; por el contrario, han de estimular a miles de combatientes a redoblar con bríos la lucha por los objetivos tras los cuales murieron: el cese de la opresión contra nuestro pueblo.