“Es preferible la compañía de los cuervos a la de los aduladores, pues aquellos devoran a los muertos y estos a los vivos”. Diógenes
Hace unas cuantas lunas estuve llenando de oxígeno mis pulmones en el Parque Mirador, en medio de una tenebrosa y calurosa iluminación, y me sorprendió la presencia de Diógenes, blandiendo su lámpara de aceite de oliva, por supuesto, muy encendida, que trataba de alumbrar el sendero ya bien iluminado por el sol caribeño por donde nos movíamos.
Preguntándole qué hacía por estos lares de tanto calor y sol, y portando una lámpara innecesaria, alejado de su amada Atenas, me respondió con cara de preocupación: “Es que desde mi tumba me he desempolvado muy consternado por lo que está sucediendo en todo el mundo y en esta oportunidad me ha tocado visitar este lugar tan bello y paradisíaco, ¡con tantas riquezas abusadas y mal aprovechadas!”. He seguido buscando en la ruta de mi existencia inmortal un hombre honesto y todavía no he podido lograr mi propósito”.
Un tanto sorprendido le respondí: “¡Pero en nuestro país hay muchos hombres honestos!”. Le aseguré con entusiasmo. Diógenes me dirigió una mirada sombría y levantó su lámpara como si quisiera ver mejor. “No, señor, quizás haya alguno, pero no lo he encontrado todavía”.
“¡Sí, los hay –insistí-, tenemos un gobierno democrático con un presidente de acrisolada trayectoria apoyado por ministros capaces y honestos!. Bueno, quizás el presidente tenga esas virtudes, pero no todos sus colaboradores tienen esas condiciones. ¡Fíjate lo honestos que son sus ministros que acaban de asesinar a uno de ellos por defender nuestro medioambiente y nuestros recursos naturales!”.
Con cara de tristeza espetó: “Eso es cierto y además lamentable, pero no todos los demás funcionarios actúan de la misma manera”.
Tratando de ganarle terreno, le dije: “Otro gran funcionario es el nuevo administrador de la Lotería Nacional, quien ha ido a cambiar el rostro negativo que siempre ha tenido esa institución!”.
Es cierto que es un funcionario de una carrera administrativa muy honesta, pero ha tenido que enfrentar unos propietarios de bancas de apuestas que apuntan a su cabeza con una espada bien afilada, sintiéndose apoyados por algunos diputados y funcionarios del gobierno central. ¡Le deseo que salga victorioso de esa lucha canibalesca!
“También debo decirte que tenemos un Congreso compuesto por figuras serias de la vida nacional que hacen un buen trabajo….”.
Frunciendo el ceño sin esfuerzo, me riposta: “Los diputados por un lado y los senadores por el otro, no legislan a favor del pueblo sino a favor de sus propios intereses y prebendas –continúa-. La mayoría de los diputados tienen y defienden sus bancas de apuestas, algunos de ellos ligados al narcotráfico, y los senadores, aunque no tienen bancas ni están ligados al narcotráfico, solo persiguen beneficios personales y cuando legislan lo hacen en su propio provecho”.
Continúa: “¡Fíjate esa monstruosa ley mordaza propuesta por la senadora de Bahoruco, que no quiere que las fechorías cometidas por funcionarios públicos, y que le hacen daño al pueblo, sean conocidas por todos!. ¡Además, fíjate que ambas cámaras tienen un barrilito y un cofrecito para su provecho personal, para financiar caprichos y lujos!”.
Defendiéndome, le susurro un poco temeroso: “¡Pero muchos han renunciado al cofrecito y al barrilito!”
“¡Del cofrecito de los diputados no ha renunciado ninguno y del barrilito del Senado solo han renunciado siete! ¡Además, tienen derecho a importar exonerados de impuestos vehículos de lujo cada dos años para vendérselos al mejor postor! Con signos de indignación agrega: “¡Es una vergüenza que algunos con grandes recursos económicos compren esas exoneraciones y ofendan a los de a pie, que los observan atónitos y asustadizos en nuestras calles!”.
Con muestras de indignación continúa: “¡Los diputados, cuando eran candidatos, prometieron que apoyarían la despenalización del aborto con las tres causales, la ley de extinción de dominio y la aprobación de un código penal nuevo…y ninguna de esas tres promesas las han cumplido! Dios mío, ¿a quién tienen ustedes en ese hemiciclo? ¡Los políticos tienen que responder al sentido de la vida que tiene la mayoría de la gente que los eligió!”
“Bueno Diógenes, quizás tengas razón, pero también hay otra parte del pueblo que no son funcionarios; hay médicos, abogados, ingenieros, periodistas, jueces, fiscales, muy preparados y honestos”.
“Preparados…quizás, pero ¡fíjate… que ya los médicos no tienen pacientes, sino clientes, que lejos de procurar su mejoría piensan en sus honorarios, considerando que mientras más elevados sean mayor será su prestigio!; los abogados, por igual, honorarios elevados para su bienestar personal, sin hacer mucho esfuerzo por defender a sus clientes, y lo que es peor, ¡algunos se venden a sus contrarios!; los ingenieros hacen sus construcciones sin aplicar el cálculo correcto de las estructuras para poder recibir los beneficios extras de esa diferencia e incongruencia en los cálculos de las edificaciones, sin importarles que ante un terremoto esas edificaciones podrían sucumbir!”.
“Pero fíjate, Diógenes, hubo un ingeniero muy honesto que se suicidó en las oficinas de OISOE, que hacía muy bien su trabajo”.
“Correcto, en ese caso su eficiencia y honestidad no fueron suficientes para ganarse honradamente la vida y desgraciadamente su desesperación lo llevó a cometer esa locura! ¡Ahí fue culpable la mafia que existía en una parte del pasado gobierno!”.
“También tenemos periodistas muy versados y muy éticos en el ejercicio de su profesión!”.
“¡Muy cierto! Pero también los hay muy inescrupulosos que han servido de bocinas a gobiernos corruptos, amasando grandes fortunas!”.
Tratando de defender lo indefendible, le digo: “Bueno, Diógenes, pero también tenemos jueces y fiscales sumamente conocedores de las leyes que aplican una verdadera justicia a quienes reclaman sus derechos!”.
Contoneándose, casi cayendo de espaldas, me expresa: “Mi querido amigo, algunos tienen esa meta, pero no todos, por no decir la minoría. ¡Algunos jueces no solo se venden, sino que les otorgan el privilegio a uno de los abogados litigantes que escriban su sentencia! ¡Eso lo he visto en el tribunal de tierras y en otros tribunales del país!; los fiscales por igual, que a pesar de tener como superior jerárquico a una procuradora impoluta, muchos de ellos dejan mucho que desear! ¡Algunos hasta tienen villas de veraneo de lujo, mal habidas, por supuesto, les colocan drogas a algunos para extorsionarlos y luego son descargados por un juez corrupto! Conozco, por ejemplo, el caso de unos terrenos en los alrededores de Sans Souci, donde un grupo económico muy fuerte y muy poderoso ha tratado de avasallar por mucho tiempo a algunos de los que ahí detentan sus derechos de propiedad!”.
“Bueno quizás eso fue en el pasado, pero ya no hay controversia alguna con esos terrenos”. “¡Todavía esa ignominia sigue en pie!”.
Después de este enjundioso y preocupante diálogo, Diógenes, caminando lentamente, meditabundo y cabizbajo, siguió su ruta iluminando con su lámpara de aceite de oliva uno de los trillos más claros, verdes y brillantes del parque Mirador, exclamando muy apesadumbrado: “¡Esta sociedad está muy deshumanizada, todavía sigue involucionando y no ha tocado fondo! ¡Voy a tener que seguir mi camino buscando un hombre honesto!”.
La denuncia de Diógenes tenía más que ver con la doble moral y los fallos en la ética que con una persona en particular. No buscaba atacar a la persona, sino cuestionar su postura moral.