Al inicio de esta semana, se dispararon las alarmas en distintos medios de comunicación a nivel mundial, ante la eventual caída de la economía mundial en una estanflación por el incremento desproporcionado de los precios del crudo en los mercados internacionales. El pasado lunes 7 de marzo, el crudo de referencia en los Estados Unidos el Intermedio de Texas (WTI, por sus siglas en inglés), cruzó la barrera de los US$130 el barril, algo que no ocurría desde el verano del año 2008.
Antes de abordar en detalle este fenómeno. Vamos a explicar en qué consiste el término estanflación para el entendimiento de nuestros amables lectores. La estanflación es un fenómeno de índole económico donde se presenta un alto nivel de precios, alto desempleo y una caída del crecimiento económico. La estanflación hizo su aparición en la escena global en la década de los 70, del siglo XX. Sin embargo, tiene sus orígenes en la política monetaria keynesiana aplicada por los bancos centrales en la década de los 60. Los tipos de interés se mantuvieron muy bajos con el objetivo de estimular la inversión y el crecimiento económico.
Por su parte, los Estados Unidos ignoró su obligación en virtud del Tratado de Bretton Woods de limitar la emisión de dólares al tamaño de su stock de oro, la Reserva Federal no frenó el incremento de la oferta monetaria. Esta política condujo directamente a una década de inflación primero y estanflación después, que se vio exacerbada por el shock energético causado por el embargo petrolero de 1973, que dispararon los precios del crudo a niveles nunca vistos hasta ese momento. Por consiguiente, muchos asocian ese escenario al que estamos viviendo actualmente.
Primero, la inflación que tenemos actualmente en gran medida se debe a un fenómeno estructural causado por la disrupción en las cadenas de suministro, y a desequilibrios en los fundamentos del mercado (oferta y demanda), provocados por la irrupción de la pandemia del COVID-19. Obviamente, sin dejar de lado que, a diferencia de la última crisis financiera en el 2008, en esta ocasión hubo una política monetaria y fiscal expansiva, y esta última con un impacto directo en la economía real fruto de las transferencias condicionadas otorgadas por los Gobiernos alrededor del mundo para mitigar los efectos de la pandemia en sus economías. Esto también trajo como consecuencia que haya inflación de origen monetario debido al aumento significativo de la velocidad del dinero. A diferencia de lo ocurrido en el 2008, ya que el aumento de la oferta monetaria se quedó trepado en el sector financiero y la velocidad del dinero se mantuvo constante, ya que no llegó a la economía real.
Segundo, a diferencia de la década de los 70, el petróleo tiene mucho menor incidencia en el PIB global y en el consumo. Sin embargo, algunos analistas que analizan la industria petrolera han llegado a la conclusión de que cuando el precio del crudo aumenta al menos un 100% en un año, existen mayores probabilidades de que ocurra una recesión. Como de hecho, ha ocurrido en el último año. Pero, para que los altos precios del crudo provoquen una recesión, es menester de que, los precios se mantengan oscilando de manera constante entre los US$130 y US$150 el barril, algo que nos vemos en el horizonte. Aunque en el año 2008, vimos un escenario similar, no fue el aumento de los precios del crudo que provocó una Gran Recesión, sino la crisis financiera incubada por las hipotecas de alto riesgo que tuvo su epicentro en los Estados Unidos.
En conclusión, no creemos que los altos precios del crudo van a provocar una estanflación en la economía global, ya que los precios estratosféricos del crudo se deben fundamentalmente al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania. Aunque los precios se encontraban altos antes del estallido del conflicto, no llegaron a los US$100 el barril. Cuando se corrijan los desequilibrios del mercado por el lado de la oferta con la entrada del petróleo iraní y el esquisto estadounidense, pues veríamos una merma en los altos precios. Sin embargo, los productores estadounidenses no quieren aumentar la producción de manera considerable este año, por lo que vamos a iniciar a ver una reducción de los precios a mediados del año 2023.
De igual manera, los bancos centrales alrededor del mundo acarrean una fuerte presión por el aumento de la inflación a niveles no vistos en décadas. Y, por ende, muchos se han visto compelidos a aumentar los tipos de interés para contener los niveles de inflación. Sin embargo, deben hacerlo de manera gradual para evitar una desaceleración de la economía debido a una contracción del consumo y la inversión. Es por ello, que creemos que la Reserva Federal aumentaría la tasa de referencia en un 0.25%, y estará expectante al desenvolvimiento de la economía estadounidense y mundial antes de abocarse a realizar los 7 aumentos que acordaron en la última reunión de diciembre pasado.
En ese mismo tenor, los principales bancos centrales del mundo estarán monitoreando de cerca el comportamiento de la política fiscal de sus respectivos Gobiernos. En el caso especifico de los Estados Unidos, si finalmente el plan de la administración de Biden Build Back Better, logra aprobarse en el Congreso, eso aceleraría el aumento de tasas que la Reserva Federal tiene previsto para este año 2022, ya que estaría en marcha una política fiscal expansiva por parte el Gobierno federal debido a un aumento significativo del gasto público. De lo contrario, la Reserva Federal se contraería un poco de sus pretensiones, porque: una política fiscal y monetaria restrictiva es igual a una recesión, y es lo que menos necesitamos en estos momentos de grandes desafíos que está viviendo la humanidad.