La ciudad de Santiago de los Caballeros tiene un fucú que la persigue desde hace más de treinta años. Los alcaldes considerados eficientes redujeron su trabajo a una sola de las tareas características de una gestión municipal: recoger la basura. Si el prorrateo fuera más hacia atrás el resultado sería el mismo.
El Lic. José Ramón Fadul (a) Monchy, gobernó el municipio en el cuatrienio comprendido entre el año 1990 al 1994. La gestión de Monchy se redujo a un enfrentamiento estéril con el Dr. Joaquín Balaguer, entonces presidente de la República. Puede uno decir, sin temor a equivocarse, que el único mérito del mandato consistió en propiciar la formulación del Plan Estratégico de Santiago.
José Enrique Sued Sem (1948 – 2021) sucedió a Monchy Fadul en el cargo hasta 1998. Sued se tomó un receso obligatorio de cuatro años para regresar por ocho más al frente del Ayuntamiento a partir del 2002. Era un alcalde cercano a la gente, como debe ser un funcionario del gobierno municipal. José Enrique, pendiente siempre de los detalles, se dedicó a sembrar de obras pequeñas el territorio del municipio. A cada comunidad les tocó su cuota.
Pero Santiago tuvo que pagar el precio de un gobierno municipal dedicado a resolver los problemas de las comunidades pobres. Los grandes problemas tuvieron que seguir esperando.
Para que Sued Sem pudiera tomar las vacaciones referidas tuvo que ganar las elecciones de medio término el Dr. Héctor Grullón Moronta. El triunfo sorpresivo fue propiciado por la muerte súbita del Dr. José Francisco Peña Gómez, líder del PRD. Una vez en el cargo Grullón Moronta enfocó el gobierno en la tarea de organizar el Ayuntamiento en base a un sistema de administración coherente con el crecimiento de la ciudad.
Luego que José Enrique juró por su segundo periodo, una leyenda urbana dice que cuando entregó el cargo al Dr. Grullón Moronta le sopló al oído:
— Agárrame eso ahí que vengo ahorita.
La trilogía de alcaldes descrita arriba dejó la mesa coja. La cuarta pata se la puso el Dr. Gilberto Serulle, un personaje que nadie sabe a ciencia cierta si es médico, político o maestro constructor. Contrario a sus antecesores, Serulle dejó en descuido las realizaciones de Monchy, Sued y Moronta para asumir necesidades que tenían cien años esperando solución. En algunos casos el presupuesto de las obras que se propuso ejecutar era tan alto que hasta para el gobierno central le resultaba difícil meterle mano.
Hay, sin embargo, dos logros de la gestión del Dr. Serulle fuera de serie. Uno es familiar y, el otro, público. El primero es revivir un ardiente deseo de la familia que consiste en tener a un Serulle en la Presidencia de la República.
El segundo, no fue una aspiración buscada: establecer el récord de ser el alcalde que más basura dejó sin recoger en las calles.
Abel Martínez Durán, abogado y actual alcalde, sustituyó en el 2016 al Dr. Serulle, quien duró seis años al frente del Ayuntamiento. Abel, enamorado de la estética cosmética, limpió las calles del polígono central, pintó murales y señales de tránsito por todas partes. Visto al través del espejo de Abel el centro de Santiago parece una tacita de cristal.
Abel Martínez puede darse en el pecho: consiguió lo que para los veteranos alcaldes de la Ciudad Corazón les ha sido imposible, ser candidato por el PLD a la Presidencia de la República.
El reto de los partidos políticos respecto a Santiago debería ser la conformación de un equipo de líderes capaces de ver el municipio en su conjunto y como una realidad compleja. Que los electores puedan elegir un alcalde que proponga un programa de gobierno municipal equilibrado, equitativo y transparente. Que su impronta sea —cuando termine su gestión— haber atendido las necesidades de la municipalidad, el ornato de los espacios públicos, la construcción de las obras necesitadas sin patear a los sectores pobres que conforman la mayoría de munícipes.
Santiago urge de un alcalde que guíe la atención de su equipo hacia la realización de un trabajo centrado en lo humano. La ciudad necesita un lúa que espante el fucú y la ilumine.