La salud, en sentido general, es el estado de equilibrio de todo aquello que compone nuestro ser y que nos asegura, relativamente, enfrentar la vida y sus propósitos con cierto nivel de éxito. Ese sistema complejo está organizado en procesos de naturaleza biológica como psicológica.

Desde el momento mismo en que nacemos todo nuestro ser se ve inmediatamente incorporado a un mundo nuevo, muy distinto de aquel que nos mantuvo por meses en el vientre materno y que, en general nos protegía, ofreciéndonos todo lo necesario para que nuestro pequeño cuerpecito fuera creciendo y desarrollándose.

Alimentación permanente, temperatura regulada y protección, son solo algunas de las características del útero materno que protege a ese nuevo ser que viene en camino contra agentes patógenos (virus y bacterias), o de naturaleza tóxica (alcohol, humo de cigarro) y hasta del estrés ambiental (traumas y ruidos).

Por alguna razón ese discípulo de Sigmund Freud padre del psicoanálisis, Otto Rank, señalaba que el origen del trauma no estaba en la represión inconsciente que postulaba su maestro, sino más bien, en nacer. Y para él en un doble sentido: salir del vientre materno y convertirse en un ser autónomo.

Cuando salimos de nuestras casas, de nuestro hogar, hacia la calle nos tropezamos con múltiples factores que atentan contra el estado de equilibrio físico y psicológico. La desorganización, el desorden y el caos que impera en nuestras calles y avenidas, e incluso muchas veces, hasta en las aceras, es increíble.

Sin importar las horas de sueños, de respiración intencionada y meditación que usted haya hecho el día anterior, su estado nervioso se ve inmediatamente alterado con síntomas de ansiedad, agresividad, aumento del ritmo cardíaco, sudoración y temblores y por supuesto, imposibilidad de mantener la calma, al salir a la calle.

La situación no es para reír y mucho menos para denotar contra “motoristas y taxistas”, pues es mucho más compleja de lo que podemos imaginar. Por supuesto, esos señores “son padres de familia que se la están buscando”, como también los demás, que deberían saber e interiorizar reglas mínimas de respeto a los demás.

Cada vez el desorden del tránsito genera más accidentes y cobra más vidas humanas. Esto no parece ser motivo de preocupación de quienes tienen el deber de velar por el cumplimiento de la ley de tránsito. Incluso, a veces, estos personajes se muestran “indiferentes” a esta tragedia. En ocasiones, son facilitadores de dichas violaciones.

Una de las posibles alternativas que tengo para ir a mi trabajo y luego regresar a mi hogar, es verme de pronto en el cruce de las avenidas Gustavo Mejía Ricart y Luperón. Ahí, ninguna de las luces de los semáforos cumple con su función, pues da igual que esté verde, amarilla o roja, los motoristas cruzan a su antojo.

¿Y qué decir de los carriles? Además de que la línea amarilla desapareció hace ya tiempo, los conductores de todo tipo obstaculizan la vía completa de manera tal, que cuando usted tienes que doblar de la Luperón hacia la Gustavo, obligatoriamente hay que plegarse al extremo derecho, pues todo está ocupado.

Hace un par de días que al llegar a dicha intersección me encuentro, y que raro, con dos policías de tránsito que “estaban regulando dicho cruce”, aquello era el mismo espectáculo de todos los días, solo que ahora se contaba con la anuencia de la “autoridad”.

Salir a la calle, y sobrevivir en el intento, es una proeza. Y no es solo para quienes se trasladan en su vehículo, pues el transeúnte, el ciudadano de “a pie”, se las ve muy difícil ya que, en sentido general, las aceras están rotas u ocupadas por tarantines y vehículos, como las líneas peatonales que son solo recuerdos de un ayer lejano.

¿Cuáles son las razones que impiden que la regularización del tránsito en nuestras calles y avenidas pueda ser una realidad, y que todos podamos hacer uso de ellas sin que esto pueda significar poner en riesgo nuestra salud física y mental? ¿Es que acaso el desorden es parte de la lógica del orden o una suerte de negocio lucrativo oculto?

Resulta interesante escuchar las experiencias de muchos dominicanos y dominicanas que han tenido la oportunidad de manejar vehículos en algunas ciudades en el extranjero, sobre todo en los EEUU, pues pareciera que de pronto su cerebro empieza a funcionar con otras lógicas.

Conozco del caso de una persona que debiendo doblar hacia la izquierda para entrar a un residencial en un cruce donde había una señal de PARE y que, sencillamente objetó, pues, a su modo de ver, no había nadie en el entorno, terminó con una multa de US$250.00 dólares que le dolieron hasta el alma. “Ahora me paro y cuento hasta 10“.

Es decir, se trata de que nuestro comportamiento tenga consecuencias. Eso ya lo sabemos. Como sabemos que el desorden llega incluso hasta los ámbitos donde usted puede aparecer con multas de tránsito, aunque no tenga vehículo propio o nunca ha manejado uno de ellos. He conocido de situaciones como esa.

¿Es que el desorden es parte de nuestros cableados neuronales? Me resisto a ello. Creo que es parte de una conducta social aprendida y continuamente reforzada por el disfuncionamiento de las instituciones y de los responsables por cumplir las funciones que ellas tienen definidas. En la situación actual, ¿no estarán demás esos salarios?

El gobierno, y ojalá que sea éste, que sea capaz de poner orden en ese caos reinante, pasará a la historia como el mejor gobierno, por los siglos de los siglos… La organización y el orden, como un régimen de consecuencias, puede contribuir a crear sosiego en nuestras calles y con ello, contribuir con nuestra salud mental.