En el contexto del Día Nacional de la Cocina y la Gastronomía Dominicana, 8 de diciembre, el presidente de la Fundación Sabores Dominicanos, Bolívar Troncoso, y el propietario de la cadena de restaurantes Ádrian Tropical y de Malecón 7 (M7), Luis Marino López, han advertido que el país carece de los técnicos superiores en gastronomía para responder a la demanda alimentaria y de bebidas de diez millones de turistas, lo cual representa un gran riesgo que será catastrófico si se no se aúna esfuerzos desde ahora.

Durante un encuentro la mañana del domingo a la sombra de los árboles del patio del local de la entidad, avenida Anacaona, parque Mirador Sur, Distrito Nacional, han sugerido una alianza de instituciones del Gobierno y el empresariado turístico para formar esos talentos bajo una mirada integral de la oferta culinaria dominicana.

Urge que les tomen la palabra y actúen desde ya porque su entidad ha ido al frente con la presentación de la “Propuesta de consolidación para el desarrollo integral y posicionamiento de la gastronomía dominicana”.

Y, sobre todo, porque la responsabilidad-país es demasiado grande de cara a la visitación.

El Gobierno se ufana de la cifra de 11.5 millones de turistas al cierre de 2024  y ya el mismo presidente Luis Abinader ha instruido plantearse la meta de 12 millones para el próximo año, sin contar que también hay miles de dominicanos que suelen desplazarse para hacer turismo interno.

Seguro que alcanzar ese objetivo no será tan difícil, hay cuantiosa inversión en publicidad internacional en naciones emisoras, y estamos de moda.

Sin embargo, el plausible impulso del turismo requiere, sí o sí, el complemento de una gastronomía diversa y de óptima calidad, libre de todo riesgo de contaminación alimentaria y entornos desagradables que evoquen descuido.

No basta con la llegada masiva de extranjeros, ni el hormigueo interno en los atractivos en cada rincón del territorio dominicano. Sería realmente catastrófico para sector tan vulnerable la ejecución de una campaña internacional de descrédito por parte de la competencia, soportada en denuncias verificadas de turistas enfermos por ingestión de alimentos, o incómodos por la suciedad y el asedio de cucarachas, ratas, mendigos, vividores y perros “muertos” de hambre y sarna en los espacios de los restaurantes.

La gastronomía representa un filón fundamental de la cultura de un país. La dominicana es amplia y sabrosa, pero apenas sistematizada y aprovechada desde esa perspectiva, pese al boom turístico.

La coyuntura actual ofrece una maravillosa oportunidad para incrementar la investigación y ponerla al servicio de nuestros visitantes a través de un personal de restaurantes adiestrado y bien supervisado por técnicos superiores, que, empero, escasea.

En términos de turismo gastronómico, no basta comer y beber. La experiencia abarca conocer el origen, relaciones culturales y hasta el procesamiento de los productos usados en la cocina, mirarlo inclusive.

Desde el turismo sostenible, nuestras comunidades requieren que los viajeros lleguen, consuman y convivan; no quedarse en el lujo los cruceros y las áreas contiguas, o en el mundo idílico del “all inclusive” (Todo incluido) de los resorts.

Ello demanda niveles de atención oficial,   organización, concienciación y servicios que garanticen experiencias realmente memorables. De poco serviría que visiten y no regresen en vista de la insatisfacción. O que, tras la salida del destino, no lo recomienden a los demás.

Hasta ahora, el turismo, como las remesas de los dominicanos residentes en el extranjero, constituye alma, corazón y vida de la economía de la economía local (20% del Producto Interno Bruto).

Pero se trata de un sector muy vulnerable, realidad reconocida por los actores involucrados; por tanto, hay que blindarlo con cualificación permanente en todos los frentes.

Y nuestra diversa gastronomía es una vía de primer nivel, si la miramos desde la cultura y la facilitamos con la mediación de verdaderos profesionales.