Marileidy Paulino corrió como un caballo la calurosa noche del 23 de agosto en Budapest, para conseguir el oro en los 400 metros planos, durante el Campeonato Mundial de Atletismo. Voló como un rayo, dejando desconcertadas y, desde luego, atrás, muy atrás, al resto de las rivales: una polaca, una de Barbados, otra jamaiquina teñida de rubio metálico…
Corría tan rápido que incluso batió un par de récords: el personal y el de su país, con 48.76 segundos. Es más, iba tan rápido que yo pensé que se trataba de otra norteamericana que se llevaba otro oro al territorio de las hamburguesas sosas y de los políticos estridentes y pelos de zanahoria.
Lo anterior demuestra mi rotunda ignorancia en asuntos de atletismo, pues supuse que nadie más que los yankees usan un atuendo rojo y azul. Pero no, era una mujer latinoamericana (colguémonos de su triunfo todos los hispanohablantes del continente), caribeña, dominicana, con una sonrisa tan grande como su zancada y con un pelo negro, peinado a la Bob Marley, aunque más corto, más limpio y muchísimo más lindo.
Qué hace un mortal común y corriente en menos de 49 segundos, me pregunto, pues necesito llenar con algo más que alabanzas (merecidas) este artículo. No mucho, empero se me ocurren varias cosas: suspirar con nostalgia o alegría, según sea el caso; calentar en el microondas algo para beber o masticar; fumarse un cigarro o por lo menos encenderlo y, por último; embobarse con la pantalla del celular, aunque esto suele durar eternidades. Yo puedo afirmar, metido en las exageraciones, que aquel miércoles por la noche fueron los segundos más emocionantes de mi vida y eso que no supe que la triunfadora era dominicana. Por eso gocé más cuando volví a constatar la carrera en la repetición y los subsecuentes festejos, bandera y júbilo en mano.
Tengo que admitir que por estar cambiando de canal me perdí el inicio de la justa y la presentación de las atletas. Culpar al zapping o al partido aburrido fútbol sería una salida fácil, como las que acostumbra esta chica, que es una auténtica Pegaso. En cambio, decir que no sabía nada de su poderío, ya que según los expertos era la favorita, es una excusa gastada y poco creíble.
Luego del sonado triunfo, un amigo me comentó que los dominicanos habían quedado segundos en la carrera de relevos mixtos en las olimpiadas pasadas y entonces me dije que Paulino habría tenido algo que ver. Después descubrí que también se había colgado una medalla de plata en Tokio, en los mismos 400 metros planos y que este año se había “cansado” de llegar primera en todas las competencias que precedieron a su cita en la capital húngara.
Asimismo, leo en la red algunos datos de esta deportista: supera el metro setenta de altura; nació en octubre de 1996 en Nizao, al sur de la República Dominicana; es la quinta de seis hermanos y fue educada sólo por su madre. Pese a una prole tan amplia, nada se dice del progenitor, cualquiera pensaría que huyó alegando que iba al súper por un litro de leche. Hay otros datos importantes, que corrió descalza sus primeras carreras, que estuvo en el Ejército y que antes practicó el balonmano.
¿Será cierto lo de correr descalza? ¿Cómo Abebe Bikila, el etíope vencedor la maratón en los olímpicos de Roma, en 1960? Claro, hay situaciones más duras que el hecho de no llevar zapatos, como las adversidades económicas; la ausencia de un padre; el ser mujer con sueños y aspiraciones en un mundo de machos…
En la red igualmente se menciona que ha creado una fundación para ayudar a otros niños con carencias, lo cual muestra de que la atleta también es veloz en las pistas de la solidaridad y el afecto por el prójimo. Ojalá y que el señor Abinader (y otros ricos y poderosos de la isla) le ayuden en esta empresa, pues felicitarla cuando gana no basta. Sé que esto lo hacen todos los políticos, léase oportunistas, de cualquier latitud, así suponen que se congratulan con la gente, con el pueblo…
En fin, esta victoria fue un bálsamo (¿fugaz, insuficiente?) ante el embate del huracán Franklin que había irrumpido con violencia en la isla dominicana en esos días.
Ya para concluir, quiero recordar un verso del músico y compositor José Alfredo Jiménez: No hay que llegar primero, pero hay que saber llegar. Marileidy lo aplica por partida doble, sabe que hay que llegar y es la primera en hacerlo. Además, lo hace sin dejar de sonreír y con un encanto desbordante.