La crisis actual entre Rusia y Ucrania, donde los Estados Unidos y la OTAN quieren incorporar a Ucrania (exrepública soviética) a formar parte de esa organización. Algo que Rusia ve como una amenaza latente a su seguridad nacional. Un despliegue de misiles entre ambas potencias, específicamente en zonas de influencia de ambos países, trae consigo la remembranza de una posible conflagración nuclear como la ocurrida entre los Estados Unidos y la extinta Unión Soviética en Cuba en 1962.
Muchos analistas en Occidente ven que la Rusia liderada por Vladimir Putin busca constituirse en un imperio neosoviético con el objetivo de desplazar a los Estados Unidos como potencia hegemónica a escala planetaria. Algunos analistas plantean esta hipótesis debido a acontecimientos geopolíticos ocurridos en los últimos 15 años, donde Rusia ha jugado un rol geoestratégico determinante. Podemos citar varios ejemplos que al modo de ver de varios expertos refuerzan esa hipótesis: El apoyo del Gobierno ruso a los separatistas de la región del Cáucaso de Osetia del Sur en su afán de separarse de Georgia en 2008 tras el intento de Tiflis de unirse a la OTAN. De igual manera, el Gobierno ruso se anexó la región de Crimea en Ucrania en 2014. En 1954, Rusia cuando formaba parte de la Unión Soviética le cedió ese territorio a Ucrania. Al igual que la intervención inmediata del Kremlin en el conflicto sirio para respaldar su principal aliado en Medio Oriente, el régimen sirio que encabeza Bashar al-Assad.
Realizando una mirada retrospectiva a la historia, podemos esbozar una hipótesis más acabada de cuál es el objetivo de Vladimir Putin en este nuevo escenario geopolítico. Como todo político táctico y estratégico, Putin no busca un conflicto bélico con los Estados Unidos, ya que una acción de tal magnitud podría ocasionar un Armagedón nuclear. Claramente, la ruta geoestratégica de Putin es buscar restablecer el respeto geopolítico de Rusia y su orgullo nacional, el cual se vio erosionado en la década de los 90 tras el colapso de la Unión Soviética. Por tal razón, Putin valiéndose de su astucia política y su enorme arsenal nuclear utiliza esas armas de disuasión política para lograr el respeto que a su modo de ver merece Rusia es la escena global.
De su parte, los Estados Unidos cuando finalmente se erigió como potencia unipolar en la década de los 90, no supo tener una visión holística geoestratégica de cara al futuro con su principal rival geopolítico, algo que hoy en día le inicia a pasar factura con la asunción de conflictos a escala global. Washington tras el fin de la Guerra fría, no debió continuar con la expansión de la OTAN, más allá de su zona de influencia en Europa Occidental. Dicho esto, Washington debió expandir la alianza establecida con Moscú después de la desintegración de la Unión Soviética: Asociación para la Paz. Esta alianza le iba a permitir a Moscú sentir cierta camaradería con su principal rival geopolítico, de que ya la OTAN era un fósil de la Guerra fría, y que esta organización no se iba a expandir a la cercanía de sus fronteras. Algo que a nuestro modo de ver hubiera evitado el despliegue de Moscú hacia sus vecinos y a otras naciones que se encuentran bajo la zona de influencia de Washington, tales como: Cuba, Venezuela y Nicaragua.
A la hora de buscar una salida negociada exitosa a este conflicto, Washington debe contextualizar el escenario, de que ya no estamos en un mundo unipolar, sino multipolar. Tal cual como ocurrió en la etapa de la Guerra fría, ambas potencias se respetaron sus zonas de influencia, y sacrificaron algunos pivotes estratégicos en aras de preservar sus intereses geopolíticos y geoeconómicos a largo plazo. Washington y Moscú tienen intereses geopolíticos comunes que atentan contra su seguridad nacional como, por ejemplo: el terrorismo. La alianza estratégica entre Rusia y los Estados Unidos en Siria durante la presidencia de Trump, logró debilitar enormemente el potencial del grupo terrorista denominado Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés). Si Washington hubiera entendido que Siria es y seguirá siendo un aliado incondicional de Moscú, ese conflicto desgarrador se hubiera evitado posiblemente. Por otra parte, Moscú hubiera atizado menos la permanencia de Nicolás Maduro, en el poder en Venezuela, un país clave para Washington, ya que posee las reservas de crudo y de Torium del mundo, y las segunda más grande de Coltán mundo. Estos recursos minerales son clave en la influencia geopolítica y geoeconómica de Washington en los años por venir.
Como podemos apreciar, la resolución pacífica de este conflicto pasa sin lugar a duda, por un reconocimiento sincero de la realidad geopolítica. A Washington no le conviene tener dos frentes geopolíticos abiertos al mismo tiempo (China y Rusia), ya que drenaría su potencialidad de influencia de cara al futuro. Si quieren salir airosos de este conflicto y salvaguardar la paz mundial, los negociadores de los Estados Unidos deben ponderar la utilización de la teoría de juegos para su posible solución como hizo McGeorge Bundy, en la crisis de los mísiles de 1962. Debe negociar con Rusia para remover tensiones que le permitan recuperar sus intereses en su zona de influencia, en este caso Venezuela, algo que resultaría vital en su Guerra geoeconómica con China, que en términos a futuro es la principal amenaza a la hegemonía estadounidense, no la Rusia de Vladimir Putin, que solo busca respeto internacional y ser un actor global clave, ya que no puede competir ni con Washington ni Beijing en materia económica por lo maltrecha que se encuentra su economía y su tamaño en comparación con los Estados Unidos y China. Vamos a esperar de manera expectante el desenlace de este evento geopolítico importante que podría poner al mundo en vilo, esperamos que la primacía del diálogo constructivo se imponga por el bien de la humanidad.