Un prisionero despierta en su celda, se incorpora rápidamente en su camastro. Se queda ansioso, contando minutos que parecen eternos, sin poder despegar la vista de la ventanilla enrejada de la puerta. A media mañana, finalmente se asoma uno de los desagradables rostros de siempre, le llama por su nombre, le abre la puerta y le hace apresurarse para salir. Luego de atravesar largos corredores que por primera vez le parecen hermosos, llega a una oficina, le entregan sus pertenencias retenidas y lo dejan salir de la prisión, después de haber estado veinte años recluido. Al salir afuera, está tan emocionado que siente que el corazón se le saldrá por la boca. Observa las calles y le produce una alegría inmensa saber que puede ir donde quiera. Nota el sol sobre su piel, le parece más brillante que nunca y reconoce que puede estar bajo él, todo el tiempo que quiera. Y siente en su interior una embriagante emoción que le hace pensar que eso debe ser felicidad. Desea reír a carcajadas y salir corriendo, pero teme que crean que es un fugitivo. Se cruza en el camino con personas que van a sus trabajos con rostros tensos, otros desesperados por el congestionado tráfico y le cuesta entender que los demás no estén felices por simplemente poder caminar en cualquier dirección, y comprende, que de nada sirve la libertad si no te sientes libre.

Es triste pensar que para valorar la libertad que ahora tenemos necesitamos perderla. Y estamos hablando de la libertad física, que nos permite deambular sin rumbo, decidir donde estaremos mañana y no depender de alguien para movernos. Pero todavía más penosa, es la falta de libertad mental, lamentablemente a menudo nuestra mente está encadenada y no lo sabemos. Nuestras leyes intentan mantener la libertad de nuestros cuerpos y el correcto uso de nuestra inteligencia puede mantener libre a nuestras mentes.

Aquellas experiencias que nos permiten ampliar nuestros límites, como: el recuperar la vista, poderse separar definitivamente de una silla de ruedas, conseguir el primer auto, el final de una férrea dictadura, etc., ciertamente son experiencias sumamente emocionantes.

Como sabemos los soldados se entrenan y preparan para la batalla, pero en pocas ocasiones se alegran tanto, como el día en que termina la guerra, porque pueden recuperan sus vidas, aunque algunos podrían permanecer con su mente atada.

Nuestra libertad es limitada por: nuestras limitaciones físicas, nuestras familias, las leyes, la moral y las circunstancias del momento. Pero también pueden bloquearnos trastornos mentales como: depresión, ansiedad, pánico o trastornos de estrés postraumático (TEPT), siendo a menudo las peores cadenas que nos pueden atar.

Cuando nos hacemos adictos a algo (sexo, trabajo, alcohol, drogas, juego, etc.) nos habituamos a utilizarlo para estimular nuestro centro de recompensa cerebral o núcleo accumbens; nos hace sentir muy bien, pero nos distrae de las actividades y responsabilidades de nuestras vidas. La capacidad de resistirse al placer es uno de los recursos indispensables para ser libres. Algunos no pueden evitar morder la carnada, incluso sabiendo que está ocultando el anzuelo que normalmente los atrapará.

Ciertamente la genética o herencia nos limita, pero nuestra inteligencia y la epigenética son capaces incluso de controlar nuestros genes. Nuestro peor límite es creer que somos más limitados de lo que somos.

Jorge Bucay nos narra en su libro “El elefante encadenado”, el caso de un elefante en el circo, que cuando pequeño se le ataba con una soga a una estaca y luchó durante muchos días por zafarse y finalmente aceptó que no podía liberarse. Con el tiempo el elefante crece alcanzando toda su corpulencia de adulto y aunque ahora le sería muy fácil arrancar la estaca, no lo hace, porque tiene la convicción de que no puede. Cuando estamos convencidos de que no podemos liberarnos, realmente no podemos liberarnos, porque las cadenas mentales son más fuertes que las de acero.

Expresiones como: no puedo, soy débil, no hay esperanzas, la bondad no existe, etc., son como misiles que disparamos contra nuestro cerebro, paralizándolo. Lamentablemente, parecería haber un mayor interés en descubrir las tinieblas que la luz, a juzgar por nuestras conversaciones más frecuentes. Si ocuparas el 100% de tu mente con pensamientos sobre tu problema, no tendrías la posibilidad de desarrollar la estrategia para resolverlo.

Hay algunos sentimientos o emociones que podrían contribuir a esclavizarnos: miedo, culpa, baja estima, envidia, lujuria y rencor. Lamentablemente, en nuestra crianza en el hogar y por influencias socioculturales, se nos han cultivado esas emociones y es cuando pequeños, que recibimos la base que sustentará todos los valores y conceptos que aprendemos después.

Cierra tus ojos, aspira aire profundamente, imagina como se oxigena todo tu cuerpo, revitalizándose, y al exhalar, expulsa con el aire todos los deshechos que puedan estar en tu mente. No somos malos, pero a veces hacemos cosas malas. No aportas nada culpándote o victimizándote, pero sí cambiando tus hábitos de vida. El peor animal salvaje que debes dominar está en tu interior y cuando lo hagas, ya no necesitarás cadenas.