El fundamentalismo evangélico avanza rasante en la sociedad dominicana. Lo que antes era diversidad, derecho a la palabra, ahora se va tachando por supuestamente proclamara “lo diabólico”.
¿Quién no ha sido víctima de los bocinazos de un reverendo anunciando las plagas sobre Egipto o sobre cualquier barrio cibaeño o de Haina? ¿Ha tratado usted de negociar la reducción de decibeles, el martilleante coro de “Hay poder en Jesús que murió en la Cruz”?
Ojo para marxistas: ya la historia no la mueve la lucha de clases, sino la lucha de testamentos, de si es el Viejo con todo un Dios que manda fuego sobre Nínive y que golpea con cadenas en Babilonia, hasta el neotestamentario, más comprensivo pero igual caliente con el Juicio Final y otras maravillas apocalípticas.
El Ministerio de la Batalla de la Fe crea más opinión pública que la misma Universidad Autónoma de Santo Domingo. Ya el mismísimo gobierno de Luis Abinader le tiene más miedo al profeta Ezequiel Molina que al mismísimo Show del Mediodía. Y antes de Luis estarían todos desde Leonel Fernández.
El fundamentalismo te plantea una lectura unilineal de las Sagradas Escrituras. No te da chance, porque todo lo que está fuera del Templo es pecado. ¿El gagá? ¡Cosa diabólica!
Lo que durante la gestión de Danilo Medina se consideró como un chiste -prohibir el Gagá y los Guloyas-, ahora mismo se ha convertido en tradición: eliminar el tránsito de esas tradicionales manifestaciones de sincretismo religioso, que es lo que timbra el alma nacional.
Si la dominicanidad no reside en esas esferas de religiosidad popular, de bailes africanos y apropiaciones de enmascaramientos hispánicos, entonces dónde. ¿Nos pasaremos la vida cacareando la dominicanidad duartiana y la de las batallas contra los haitianos y las luchas contra la intervención yanqui cuando consideramos como perverso los rituales del Gagá, los bailes guloyas, entre otras manifestaciones supervivientes de la esclavitud? ¿No somos también África?
Pero el fundamentalismo no solo es una creación, una actitud, sino también una empresa, la más pujante del país. Hay que imaginarse los diezmos que representan diez hermanos: un solo. Si en una iglesia hay 500 hermanos entonces el pastor tendrá a su disposición ya sabrá usted cuántos sueldos, y todo sin impuesto, sin contribuciones sociales, muchísimas veces sin reinversiones en obras de bien social. El Lincoln Continental del Goldy de Haina fue enviado por la mismísima mano divina. ¡Oh santo, oh Yahvé, que sabes escoger bien las yipetas de tus siervos!
San Pedro de Macorís es la zona más permeada por los valores más trascendentales de la “dominicanidad”. Ciudad moderna, de inmigrantes, donde tanto cocolos como descendientes de haitianos han formado todo un microclima cultural que da cuenta de lo caribeño. Pero también en esa mesa se han sentado puertorriqueños, cubanos, árabes, alemanes, formando una dinámica sociedad, tal vez la más conocida fuera de nuestro país por el impacto del beisbol y sus peloteros.
Sin embargo, el San Pedro de Macorís tradicional va camino a la borradura por el impacto que va teniendo le fundamentalismo evangélico y la incapacidad del Ministerio de Cultura de asumir su rol.
Lo que parece ser un chiste -que un funcionario del Ministerio de Salud prohíba el paso del Gagá por la ciudad-, se convierte en una decisión imperial. Y que las mismas autoridades de Salud, de Cultura, las del Gobierno Central hagan mutis de tal hecho, te confirma de la capacidad de manipulación de la nueva ola autoritaria que se levanta y golpea.
“Roldán, resuelve eso”, es uno de los gritos que he oído con más frecuencia en los escasos programas de radio que he oído. “Roldán, ve a San Pedro”, también se oye.
José Roldán es músico, antropólogo y una especie de Defensor del Pueblo Cultural, luego de que la mayoría de sus congéneres se escondan en estos días de asueto de Semana Santa.
“Roldán, ayuda a la ministra”.
“Roldán, haz algo, que en Cultura no se enteran, que en Cultura no aparecen micrófonos ni la alfombra roja, que los muchos están armando las carpas de la Feria del Libro y no hay respiro para otra cosa”.
“ROLDÁN, SÁLVANOS”