“Quien elige una carrera como la de abogado a ella tiene que entregarle el corazón”, escribió Ángel Osorio y Gallardo, en “El Alma de la Toga”. Me inscribo totalmente en la consideración de este autor, pues en el ejercicio de la carrera, he podido comprobarlo con creces, siempre que le sumemos la fuerza de la razón y la pureza del alma.

Esta entrega es necesaria para lograr la permanencia exitosa en el ejercicio, con los méritos necesarios, presisamente por ser este uno de los medios que conducen a lograr la realización personal y profesional por el deber cumplido. Frente a los desafíos, retos y obstáculos que se presentan en el día a día del ejercicio de la abogacía, solo la consagración sincera, cuasi vocacional, nos reafirma la elección de nuestra carrera. Así, como contrapartida y justificación de esta dedicación, encontramos el importante rol que juegan los abogados en las sociedades.

De su etimología, del latín advocatus, el abogado es una especie de socorrista, pues atiende un llamado de auxilio, de apoyo, de ayuda para la defensa y protección de derechos de sus clientes. El abogado es, entonces, un instrumento para la paz social. La realidad es que, en la medida en que las sociedades van conquistando derechos, en esa misma medida se crean situaciones de desconocimiento de ellos o simplemente escenarios en los que estos derechos se ven amenazados o vulnerados.

En estos escenarios se hace necesaria la profesión de quienes, con el uso de la técnica, se encuentran capacitados para defenderlos o procurar su restauración. Entonces, la importancia del ejercicio del derecho reside en que se trata de la tutela técnica de los intereses de los ciudadanos en general o, lo que es lo mismo, en la conciliacion constante del conflicto contínuo entre los intereses de la sociedad y los siempre cambiantes de los individuos, cuya naturaleza es dinámica y en continúa renovación. La profesión de abogado, pues, es un elemento fundamental para la realización de la justicia.

Al comentar el trabajo de Von Ihering sobre “La lucha del derecho”, Jorge R. Vanossi considera que la sociedad trata exactamente de esto, de la de confrontación “permanente entre el Estado y los Derechos, entre la Libertad y el Poder, entre el Derecho y la Autoridad y la labor del abogado está volcada a lograr la disposicion y reconocimiento de derechos en las normas y, su posterior realización práctica. En esa connotación, la profesión aporta los insumos técnicos e intelectuales para el diseño y puesta en práctica de políticas y movimientos que permiten alcanzar los niveles institucionales requeridos para vivir en sociedad, según lo armónicamente acordado y para lograr las luchas pendientes para el desarrollo contínuo.
Precisamente por esto la labor de los profesionales jurídicos y de manera particular de los abogados se torna trascendental. Como consecuencia lógica de ello, la formación y constante actualización, los retos y desafíos profesionales, éticos, morales y deontológicos se revestirán de sumo interés y relevancia. El mismo Ángel Ossorio decía que “La abogacía no es una consagración académica, sino una concreción profesional y que nuestro título universitario no es “Abogado”, sino de “Licenciado en Derecho, que autoriza para ejercer la profesión de Abogado”. Basta, pues, leerle para saber que quien no dedique su vida a dar consejos jurídicos y pedir justicia en los tribunales, será todo lo licenciado que quiera, pero abogado. Sin embargo, esas consideraciones, en la actualidad, no son actualmente completas para considerarlas totalmente ciertas.

La profesión jurídica ha sufrido transformaciones para ajustarse a las necesidades de las sociedades a las que sirve. En ese sentido, en un mundo globalizado, el abogado es quien, manteniendo las características ya mencionadas y sirviéndose de la técnica, presta el conocimiento y la técnica para arribar a los propósitos requeridos por el tipo de ejercicio al que se dedica, esto es, a la prestación de servicios para la solución de problemas de sus clientes, los que se presentarán de tantas índoles y naturalezas como existan en las sociedades actuales.

De esa forma, la profesión se ha ajustado a los requerimientos del momento, que ya no se circunscriben a la solución de disputas en los tribunales de justicia; sino a asesor técnico para la solución de intereses, en algunos casos incluyendo la previsión de llegada a ese escenario tradicional de su ejercicio. Aunque ello responde a la interrogante de cuál es el rol del abogado en la sociedad, este papel expone al profesional a nuevos retos que nos permitiremos abordar en una entrega posterior.