La película Rita, dirigida por Paz Vega, quien, además de escribir el guion, caracterizó el personaje de Mari, la madre de Rita y Lolo, casada con José Manuel. Así quedó conformada la familia, en los años 80, periodo en el que la violencia de género no tenía nombre y era normalizada por los estamentos sociales, políticos y religiosos.

Paz Vega lo tuvo claro. Su intención a priori fue focalizar la convivencia cotidiana en la familia, con un padre violento con la madre y las consecuencias emocionales en los hijos. Su pregunta fue: ¿qué sucede con los hijos huérfanos de las víctimas de feminicidios y las consecuencias de las angustias experimentadas ante una madre atrapada en la indefensión?

Como directora y guionista, sus preocupaciones fueron válidas y siguen vigentes. Los pequeños no saben cómo lidiar con esta realidad dolorosa, traumática, sin posibilidad de detener la violencia del padre y sin contar con las capacidades para proteger a la madre. Simplemente, ni la mujer ni los hijos son los responsables de la violencia. El padre violento es quien debe asumir sus conductas maltratadoras y cambiar los patrones aprendidos.

Durante el desarrollo de la película, no se visualizaron de manera expresa y directa las escenas de los episodios de la violencia física. Se evidenció la violencia psicológica por control, desvalorización y humillación.

José Manuel mostraba un comportamiento impulsivo, agresivo y con baja tolerancia a la frustración y al disenso. La agresión verbal contra Mari ocurría tanto en el hogar como el ambiente público.

Rita, la hija mayor, con apenas 7 años, se mantuvo con una actitud de hipervigilancia, comportamiento característico de los hijos expuestos a la violencia en el hogar. Ella, con su mirada cálida y triste observaba silenciosamente a su madre a quien procuraba calmar y apoyar. Su actitud de colaboración con ciertos quehaceres del hogar, mecanismo de aliviar la carga de su madre y, por lo tanto, disminuir su propia angustia.

Otro rol asumido por Rita fue proteger a su hermano Lolo de 5 años. Lolo asustado huía, ella acudía a calmarlo y acariciarlo. Sus palabras eran un aliento para él y le ayudaban a autogestionarse emocionalmente.

Los dos hermanos, con su complicidad, fortalecían el vínculo y creaban un espacio de seguridad y confianza. Los susurros y los abrazos de Rita también tenían la función de autorregular sus emociones. Su rol de cuidadora-protectora se había definido.

Lolo era un niño indefenso que estuvo expuesto a las expectativas del padre de tener un hijo pequeño macho, fuerte y arriesgado. El padre lo cuestionó y lanzó a la piscina sin considerar el riesgo al que lo exponía. Lanzarlo al agua sin su flotador lo expuso a un evento estresante que superaba su capacidad de afrontamiento, cuando era el mismo padre que debía protegerlo.

Mari, la madre, quien, a pesar de su situación de malos tratos cumplía con sus funciones protectoras, aunque se veía compungida y triste, sabía vincularse con sus hijos.

Mari, a pesar de reconocer su situación y la intención de terminar con la relación no pudo lograrlo. La escena del diálogo de Mari con Rita, un momento de cercanía emocional e intimidad, dejó en ella el sentido de la superación, le expresó su deseo de que estudiara y que se prepara para que no dependiera de nadie. Un diálogo que enmarca la huella de la libertad y la autonomía individual. Mari proyecta sus propios deseos en Rita para que tenga una opción distinta a la de ella. Marcar una diferencia entre generaciones.

La metáfora del vestido de Rita y la complicidad entretejida entre ambas a través de la playa como símbolo de libertad. Sueño truncado por la realidad y la angustia asfixiantes.

¿Por qué una metáfora? Rita soñó en la playa contemplando el mar, se desvistió, caminó hacia el mar libremente sin testigos para experimentar el sueño de su madre. La playa espacio de libertad y desnudez del alma.

En la escena que Rita le dice a la madre que quiere ir a la playa, y ella le responde que deben esperar la decisión del padre, Rita la cuestionó acerca de por qué no podían ir sin el padre a la playa. Ella no entendía de control y privación de la autonomía. Pero en su sueño infantil, sí logró liberarse como su madre no podía hacerlo, aunque se despertó con la angustia de luchar para no ahogarse en la profundidad del mar. Angustia que reflejaba sus vivencias cotidianas. Ser libre es exponerse a una tragedia mayor.

Rita dependía económicamente, con un sistema familiar y social frágil. No contaba con el apoyo para salir a adelante. Sus dos intentos fueron truncados, uno por la hermana y el otro porque no concretó el acercamiento con un abogado. No contaba con el apoyo de la madre que había fallecido. Una vecina, temporalmente le prestaba apoyo con el cuidado de los niños cuando era necesario.

Rita, al igual que muchas mujeres en el mundo occidental y no occidental, no pudo sobrevivir a las garras de un marido violento. La película Rita da voz y vida a tantas mujeres silenciadas. Sus vidas no se apagan, siguen vivas en cada voz que se levanta por las que ya no están y por las que aún están atrapadas.

Paz Vega enmarcó visualmente y entretejió las historias de tantas mujeres e hijos que solemos atender en las consultas. Son presas en el lugar que debería ser el más seguro, confiable y de expresión de la libertad: su hogar.

Todavía mantenemos vivas nuestras esperanzas por alcanzar un mundo libre de violencia y por la construcción de una cultura de paz en los hogares.

Gracias a la directiva del Festival Global del Cine por invitarnos en los conversatorios de la película Rita. Esperamos que muchas familias tengan la oportunidad de verla y que aunemos esfuerzos para salvar vidas.

Conversatorio sobre la película en el Colegio Salasanz, en el marco de la celebración del Festival de Cine Global, Santo Domingo. En las fotos, Ivette Marichal y Omar de la Cruz.