Las izquierdas y los progresistas están compelidos a revisar sus caminatas, andanzas e inventos en las pasadas elecciones presidenciales, congresuales y municipales. Los resultados electorales dejan mucho que desear, por no decir desastrosos. Un desastre monumental. Y no me vengan con paños tibios.

La verdad, aunque duela, es que ha sido así desde que decidieron participar en la democracia capitalista, en especial en las elecciones. Con excepción del PLD de Juan Bosch, no los restrojos que vemos ahora, todos los intentos han terminado en rotundos fracasos. Se podría decir, las participaciones servirán de experiencias para futuras incursiones. ¡Falla experiencias!

El problema fundamental, el quid del asunto, es que desconocen a ciencia cierta la importancia de la democracia en una etapa histórica en tránsito, en que el dilema en el mundo es: democracia o dictadura disfrazada. La ultraderecha camina en el hemisferio con el pecho abierto cosechando triunfos electorales por doquier. En nuestro país apenas sacaron la cabeza y obtuvieron una presencia significativa en el tablero electoral mayor que la izquierda y el progresismo.

¿Acaso olvidan que el presidente Abinader y el PRM abogaban por un solo gobierno? No les prestaron atención, embriagados por las ofertas oficiales. A lo largo de los periodos antes y durante el proceso electoral, la maquinaria gubernamental incrementó sus gastos millonarios, violando los preceptos legales, éticos y morales, con el objetivo de atraer y comprar al más bonito, obtener el control total de los poderes del Estado. ¿Y Cómo le llaman a esto?

Ese control absoluto de los tres poderes del Estado por el presidente Abinader y el PRM se debe, entre otras cosas, al apoyo recibido por un sector de la izquierda y el progresismo que se desgañitaron llamando a votar por los candidatos municipales y congresuales oficialistas. Ahora, con ese poder, podrían imponer su santa gana y la voluntad política de modificar a su antojo la Carta Magna, la reforma fiscal mencionada, etc. ¡Coge ahí, chichí!

Redujeron la participación electoral en componenda con sectores de la derecha. En ningún momento se emplearon a fondo para presentar una alternativa electoral creíble y diferente a la partidocracia corrupta. Intentaron diferenciarse en algunas presentaciones por las redes sociales y canales televisivos, pero era tarde para ablandar habichuelas. No se puede ser alternativo y al mismo tiempo integrante del gobierno del presidente Abinader y el PRM, y peor aún, confundir la realidad con deseos superficiales, emocionales y alejado del rigor científico.

La intención del voto de los revolucionarios y progresistas han sido de nuevo frustrante, y sumadas al porcentaje muy alto de abstención electoral. Otras con deseos de votar lo hicieron por la Opción Democrática (OP). Todavía no comprenden las lecciones históricas en materia electoral. Los proyectos políticos y electorales se construyen diferenciándose de los perversos y corruptos negociantes de la política. Creando una mística de avanzada que no tenga nada que ver con compromisos con la partidocracia degenerada en todos los órdenes.

Además, un lastre viene obstaculizando la estabilidad y crecimiento de la izquierda y el progresismo, es el liderazgo mesiánico. Aquel superdotado, infalible, experto en predecir el futuro, sin embargo, no es capaz de presentar logros tangibles que arrojen luz en un camino espinoso, zigzagueante y transitado por seres humanos incapaces de descifrar los entresijos del momento.

No es posible continuar por ese camino errante que lo aísla de la realidad y de la población. Al analizar las experiencias, todavía es muy temprano, de la participación electoral, incluyendo los que se abstuvieron, de la izquierda y el progresismo. “Que Dios nos agarre confesados”. Porque no es verdad que colocarán los errores debajo de la alfombra, sería un error. La conciencia revolucionaria, no los dejarás tranquilos, los reprocharán a lo largo y ancho de su existencia.

Por último, la crítica y autocrítica es la dupla por excelencia de los revolucionarios para analizar, rectificar y continuar con nuevos impulsos cada vez que se concluye un plan táctico como consecuencia de una determinada coyuntura electoral. La crítica no debe realizarse para destruir, por el contrario, es para construir sobre la base de corregir los errores. Es muy común obviarlos, ignorarlos y proseguir como si nada. Al final se vuelve a tropezar con la misma piedra.